— ¿Cómo iba vestido?
—Con camisa verde manzana y peinadito al lado. No sé qué pantalón tenía puesto. Me iba acercar más para ver todo por dentro, pero Dinky se puso majadero y no me dejo. Tiene bastantes pecas. ¿Sabes con que se quitan? Ya le dije a él, pero recuérdalo tú. Con baba de toro. Cuando el toro termina su jornada en el campo, cuando más cansado esta y aún no ha bebido nada de agua ¡Ojo! Sin haber bebido nada. Porque si bebe agua, pierde todos los nutrientes que eliminan las manchas en la piel humana. ¿Entiendes? Agarra esa baba con una mano y ¡plaf! Llenas todo el lugar y lo restriegas. Remedio santo, créeme.
—Sí, se ve que a ti te echaron bastante… ¡Por Dios Nena! Acaba de decirme. — esa mujer desesperaba más que un tren llegando a la estación.
— ¡Sí, sí! Después de saludarme de lo más lindo, pregunto— por puro protocolo— si te conocía. “Por supuesto”, respondí. “Ella es como mi sobrina”— mire al techo, no podía con lo embelequera que era— enseguida me dijo con un acento raro pero delicioso, además gago, lo hace aún más simpático: “¿Si yo le doy al…go para ella, us…ted, se lo entrega? Solo a ell…a “— me hizo reír la forma torpe con la que imitaba a Aslan. Lo imaginé a él diciendo todo esto y no pude dejar de suspirar— “Por supuesto, no faltaba más” le dije. Antes de entregarme la bolsa estiró— tan lindo el— la mano y me dio cinco pesos. Yo no lo acepte, para nada. Como crees voy a estar aceptando dinero por hacer un favor, por Dios… pero luego me acordé que debo comprarle unas cositas a Dinky y…con tremenda pena, los agarre. Y aquí está el encargo. ¡Misión cumplida!— bebió el resto del café
— ¡Gracias Nena! No sabes la alegría que me has dado.
— ¡Ay mi niña! De nada. Oye, ¿por qué tu mamá no acepta y deja que sean novios? ¿Será que él es casado?— Le retire la taza de la mano y le acompañe hasta la puerta mientras le repetía el agradecimiento por todo. Nena reía nerviosa como no entendiendo nada y salió a la cocina con mi mamá. Si en este vecindario existiera un diario, ya sabía yo cuál sería el titular de mañana y la autora del artículo. La verdad, pase el resto del día feliz, muy feliz. No hacía más que comer chocolates Peter’s, cuadradito por cuadradito para que no se me gastaran nunca, y releer la nota, hasta olía el papel tanto o más que a la rosa, la cual metí en un vaso con agua y aspirina debajo de la cama.
— ¿Qué escritor es ese?— No pudo evitar interrumpir con su pregunta Bernardo.
— ¿Que dices Venancio?— cuestionó la señora Filomena poniéndose una mano como un megáfono en la oreja.
— ¿Que escritor era ese?— preguntó en un solo grito.
— ¡Ay! No te hagas el chivo loco Venancio, ni el estúpido. Te lo he comentado mil veces y te derrites todo cada vez que te digo que lo conocí… ¡Claro, Hemingway!
Mi rubicundo príncipe quedaba buen rato hablando en inglés con Hemingway, mientras nosotras chismeamos, como dos campesinas recién llegadas a la ciudad, todo lo que veíamos allí. La verdad mi turco nos llevó a conocer la crema y nata de una Habana animada y de luces alegres. Mamá solo salía con nosotros los días entre semanas, casi siempre de noche, porque ya los fines de semanas eran de él y mío. Estuvimos en muchos lugares hermosos, pero uno de los que más me llamó la atención fue en Varadero. Allí en la noche había luces en la playa, dentro del agua. Uno se metía y te veías los pies azules, verdes, naranjas. Los camareros entraban con unas bandejas flotantes y ahí ponían todo el pedido, los rompeolas se encargaban de que todo estuviese perfecto. Además de todo eso la música estaba espectacular. Eran grupos en vivo allá en un escenario en la arena, pasaban hasta bandas norteamericanas con su rock and roll. La verdad estaba viviendo un verdadero sueño. Hacíamos el amor como perros, en cualquier parte y momento,. ¡Cómo le gustaba a ese peli-amarillo estar enganchado de mí! Lo mataba la cubanita y resucitaba al mismo tiempo. Si ese Chevy Bel Air de 1954 dos puertas verde limón con líneas cromadas a los lados y la parte de atrás blanca hasta el techo, hablara. ¡Que escandalo! No le alcanzarían a mamá medio siglo de rosarios para rezar por mí.>
— ¡Maricona! Ábreme ahí. Que este es el último fin de semana de esta giraldilla en esta puta isla. Usted, su madre y yo, vamos almorzar como duquesas. ¿Sabes qué? Pollo a la “Nonna Mia” ¿Viste? Ya se hablar italiano— comenzó a reír con carcajadas chusmas y toda solariega. Esto también me hizo reír, aunque trate de disimularlo con otro sorbo de mi café con leche. Lo que logre fue un pequeño atragantamiento.
— ¡Dios mío! ¿Y la Chiva?— lamento y cuestionó Bernardo mientras reprimía un estornudo con una de sus manos para evitar fuese estruendoso.
— ¡Hijo e’ puta! ¿Me vas a pegar un catarro? Mal pari’o. Lo que quieres es matarme de una vez. — Grito— Que se yo de la chiva esa, nunca se lo pregunte. Es más, nunca le toque el tema de sus padres. Habló, todo lo que la vecindad dijo que sucedió allí. Supongo la habrá regalado, vendido, o comido en un chilindrón. A todas estas, imagino esa leche le recordaría siempre que portaba el veneno que mató a sus padres.
— ¿Y el animalito que culpa tenia de la decisión que tomaron sus dueños?— cuestionó en un lamento el joven.
—Bueno, no sé, no sé. Solo sé que ese día en que almorzamos con Francisca, la pasamos de lo mejor. Ha sido la sopa más deliciosa que he probado en mi vida, y no porque la haya hecho mi mamá. Pero a veces es así, las mejores cosas se presentan cuando te estás despidiendo de alguien especial que nunca más veras. Nos tomamos aquel vino tinto, “Rey de copas”, español, toda una delicia. Picamos hielo y le pusimos trozos de piña, con el calor que hacía…nos puso a cantar a las tres en aquella mesa. Allí, con aire melancólico, nos contó Francisca que viviría en una casa pequeña pero acomodada, en la ciudad de Terni, ubicada en el mismo centro de la bota que conforma la geografía italiana. Ciudad en donde San Valentín, ese del amor, es el mártir y protector de allí. Alexandro la iría a ver a cada rato, antes se ocuparía de su mujer e hijos que tenía en Roma, ciudad que estaba a una hora y media por carretera de donde estaría ella.
—Por qué dices: ¿Alguien especial que nunca más veras?— Preguntó Bernardo
—Ella, me escribió me escribió en un principio varias veces. Me contaba cómo le iba, como era todo aquello, el clima, la gente. Como todo emigrante, tenía nostalgias cuando llego. Luego, hizo una pausa de resignación y adaptación. Sucesivamente llega la pereza de comunicarte, nuevas amistades, nuevos proyectos, y en un final, el olvido. Francisca no fue la excepción en estos patrones del emigrante. El caso es que esa fue la última vez que la vi. Hace poco supe, por comentarios de gente vieja, que había muerto… Pero bueno, bueno, sigo con mi turco.
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De pronto interrumpió Valeria con un aumento en su siempre cara obstinada, acercándose al oído de Bernardo.
—No encuentro ni pinga. Ya no me queda donde buscar— bisbiseo pasando sus manos por la cara en un intento por relajarse.
— ¿No hay otro lugar donde eso pueda estar?
— ¿Estás hablando Venancio?— como una polifonía se metió en la conversación la señora Filomena. Valeria y Bernardo se miraron.
— ¡Sí! — contestó el joven— ¡Que voy al baño!
— ¿Quién cumple años?— Grito
—Que voy al baño a orinar y luego me sigue contando— contestó con otro grito de afónica Betty Boop. La señora no habló más y Bernardo se llevó a Valeria para el umbral de la puerta.
—No se Bernardo, donde más pueda estar eso. El baño, la cocina, en el culo del gato, que se yo. — dijo cruzando los brazos como las ramas de una planta sempiterna.
— ¿No y que estaba muerto?— preguntó él con cierta inocencia.
— ¡Es un decir idiota!— le redujo con molestia
—Ella me está contando la historia de un turco que conoció cuando joven, seguro él fue quien le dio esa joya. Después que llegue a ese momento, veré como le pregunto dónde está.
— ¡Puf!— emitió ella un ruido despectivo con un gesto incrédulo— si lo logras, me avisas. Voy a revisar en el comedor, ese mueble de la vitrina que está allí.
— ¡Oye Valeria!— le detuvo Bernardo— ¿tú no has pensado que en algún momento se puede aparecer tu papá?
—El no viene los jueves— respondió dándole la espalda retomando la partida— ¡Mongólico!
— ¡Tan cariñosa como un erizo!— susurro con enojo mientras se dirigía a la cama para sentarse sutil a los pies de Filomena.