Episodio 6

3455 Palabras
— ¿Que dijiste? ¿Ah?— cuestionó la señora Filomena. Aclaro su garganta con varios sonidos carrasposos y continuos. — ¿Y al malecón? — seguí apretando el paso y el seguía al lado mío—podemos ver los barcos entrar y salir de la bahía—logró tomar una de mis manos— ¡Hoy tienes esos ojitos más romerillos que nunca! — ¡No, gracias! — Dije soltandome de su agarre de un tirón— me da miedo el mar, los barcos. Los asocio con tiburones. — ¡Tú como que ya tienes novio!— dijo aflojando el paso y dándome ventaja— claro, con lo bella que estas. Si cuando vas a la c********a no sé si rebanar dos bistec o me estoy lasqueando los dedos. No dejo de mirarte. — ¡Gracias!— respondí sin voltear. Baje de la acera para eludirlo definitivamente. Apreté el paso más aún. — ¡Qué bello te queda ese short verde!— grito al verse superado— ¡Te espero en la c********a…! Ojitos de romerillo. —Si, como no, maricón— susurre. La verdad no lo soportaba. —Quería verte— dijo gaguean té y con una sonrisa algo tonta. —Yo también— de igual manera andaba con esa elocuencia boba en el rostro— gracias por venir. Me pusiste contenta como sinsonte con platanito. Gracias, gracias.—le abracé. — ¡Bueno! Ve a tu casa. No quiero tengas problemas por mi culpa— para decir “Culpa”, tardó tres segundos. Tenía esa sonrisa preciosa de galán. — ¡Está bien! Nos vemos el sábado. — con la misma le di un beso corto y chispeante que lo sorprendió. Seguía con su sonrisa hermosa pero tonta. El viernes la ansiedad me mataba. “Mapa” sospechaba algo, pese a mi esfuerzo por disimular. Esa magia que tienen las madres para darse cuenta de los cambios, por muy insignificantes que estos sean. Ella, hasta en la forma que bebía mi café con leche sabia mi estado de ánimo para con el día. Le dije por fin de que: “Eran los quince años de María Fernanda, si, la hija de Concha la vende tamales” con mucha intriga me interrogó: “¿Pero si a esa niña yo la vi nacer ayer como quien dice?” Le afirme todo y le dije que me iría desde temprano para ayudarle a su mamá en los preparativos de la fiestecita que le harían. Continuó con su duda: “¡Pero si esa mujer no tiene ni donde caerse muerta Filomena! ¿De donde va a sacar para hacer una fiesta de quince? Además, tu nunca tuviste ese roce con esa niña…ni yo con su madre. Más bien me debe un tamal. Que la última vez que le compre, me puso seis y no siete que le pague. Discutimos, cuando fui a reclamarle su mal cálculo. Y ella que sí y yo que no. De ahí no la pude sacar. Me tumbo un tamal, la des… Dios me perdone.”> — ¿Cómo estas mi niña?—gritó a toda voz— ¿para dónde vas tan linda y tan temprano? ¿Ya tienes novio? — ¡Venancio!— Gritó la señora Filomena— si quieres a partir de aquí te puedes tapar los oídos— con la misma le dio el plato vacío a Bernardo, e instintivamente estiró la mano y agarró el vaso con agua. Bebió en un impulso, no sin goteras hacia el mentón. Con la misma habilidad que agarro el recipiente, lo colocó en la mesita. Seco su boca y alrededores con ambas manos, bostezo. —Si quiere continua después, o mañana— agregó el joven al notar su adormecimiento. — ¿Qué te pasa cabron? ¿Crees que tu revoltillo y puré, estaban tan buenos como para provocarme sueño?— reclamo la vetusta mujer en el mismo tono de una metralleta— las comidas bien hechas y sabrosas, esas si dan sueño… además, a mí me quedan muy pocos “Mañanas” y “Otros días” No me puedo dar el lujo de no contar y recordar los mejores días de mi vida. — ¡Ahora sí, tapa esas orejas! Muchacho hijo de tu madre— peleo con aporreo la señora Filomena a Bernardo. — ¿Cómo estuvieron esos quince?— Pregunto sin mirarme mientras enjuagaba con un pote. — ¡Bién Mapa!— respondí toda tímida, como aquel que anda escondido con una vela esperando una ventisca. — ¿Sabes de donde salieron esos tamales que acabamos de comer?— preguntó entre sollozos y lagrimones como jugo de naranja por el exprimidor. También lloraba yo sin decir una sola palabra. — allí, donde la señora Concha. Son los que me debía, aunque para ella fue una caridad de su parte, al ver lo alterada que me puse cuando me dijo: “¿Los quince de María Fernanda? ¡Si ella apenas va a cumplir trece! ¡Ay! Como que su hija le ha metido tremendo cuento. ¡Esa como que ya quiere trag’a!” Y tener que escuchar las carcajadas de esa chusma hija del demonio, en medio de la calle. Me sentí tan ridícula y humillada... ¡Por tu culpa!— grito esto con la voz rasgada de histeria y a punto de perder el control, si es que tendría alguno. Seguí cabizbaja llorando a moco suelto. — ¿Dónde estabas tú, Filomena Justina?— Volvió a gritar. Odiaba cuando me llamaba así. Me fui de la cocina pero ahí la tenía detrás bien pegadita esperando una contundente respuesta. Todo un drama de película mexicana de los cincuenta. Saco del bolsillo de su bata de casa, un rosario que entrelazo a sus dedos mientras me interrogaba. Me iba al cuarto pero ella seguía detrás de mí. Al final terminé sentándome en la mesa con los ojos como aguacero de mayo. Me los seque con el antebrazo. — ¡Hola, hola princesita!— saludo con voz discreta, entrando, no sin antes cerciorarse de que no estaba mi mamá detrás, y cerrando la puerta tras su paso. Hecho un bosquejo a todo el cuarto — ¿cómo te sientes? —Algo mejor señora Nena, gracias— respondí hastiada y por pura cortesía— ¿y mi mamá? — ¡Ay niña! Cualquiera diría que no te alegras de verme… además ella no se te va a ir. Allí está, en la cocina preparando un cafecito. Por una vecina me entere que estuviste malita con ese catarro que anda por ahí— se sentó en la cama y todo aquel colchón se puso como el titanic, de medio lado y hundiéndose. —Aquí lo saben todo de uno— susurre mirando al techo. Me obstinaba creer que mi mamá haya dejado entrar a esta señora chismosa, metida en todo lo que no le importa, y para colmo sentada en mi lecho, no sé si de muerte, pero ahí estaba.. — pero cuando no tenemos un centavo, ahí nadie se entera. — ¡Ay! Está muy jovencita para estar tan deprimida y amargada. ¡Arriba! Levanta ese ánimo— dijo en un grito mostrando sus amarillentos dientes, ojos azules diametrales como los de un búho, la cara redonda llena de viejas pecas y una papada pendular. En realidad, la señora Nena en mejores tiempos, debió ser una muchacha de linda apariencia. Aun así, según las lenguas, nunca se le conoció a nadie. Había quedado sola y sin hijos, como un ave obesa no migratoria, excepto por la compañía de su pequeño y lanudo perro, que era su adoración. A veces lo paseaba en las tardes y se sentaba en el contén de la acera a hablarle como si fuese un niñito. Luego se dejaba lamer la boca y ella reía de esta travesura> —Te traje algo, que se, te hará cambiar esa actitud negativa que tienes— susurro mirando hacia la puerta con el cuidado que lo haría un ave rapaz nocturna. — ¡Tata-ta taaaa!— hizo un preámbulo como cuando en el circo anuncian la salida de los acróbatas. —Ya la niña está mejor—anuncio Nena recibiendo la pequeña taza con su platico —Sí, me doy cuenta— contestó mamá con desgano, mientras se disponía a salir— que se recupere. Hay muchos mandados que tiene que hacer— mofe a mi madre a escondidas en lo que cerraba la puerta, esto a Nena le causó mucha gracia. Fui hasta allí la entreabrí y me asegure no se quedara espiando. — ¿Cómo me traes tu todo eso Nena? — ¡Ay mija! Andaba ayer con mi perro Dinky. Tu sabes que es mi bebe, mi cosito de mami. Por cierto, está ensuciando un poco blando, eso es que le di ayer pollo sazonado, que a él le encanta, pero esa dichosa sazón, he notado que cuando lo come hace caca blanda… — ¡Nena!— Grite— No me importa como caga tu perro. Dime cómo fue que te dieron esto. — ¡Bueno, bueno! Tú y tu amargura. Te explico— soplo dos veces la taza de café y el humo se esparcía como locomotora de carbón. Bebió dos sorbos. — estaba con Dinky y viene una maquina hermosa y se asoma en la ventanilla un rubio más hermoso que la máquina. El perfume todavía lo tengo en la nariz— levantó la trompa como una foca de acuario esperando su recompensa. — si ese mismo que te recogió hace unas semanas. Déjame decirte aquí toda la barriada sabe que andas con un gringo pelo e ‘maíz. — meneo la cabeza como cantante de nueva Orleans. — ¿Y por quien lo sabrán?— pregunte sonriente oliendo la rosa. —Por mi sabes que no. Yo soy un saco muy bien amarra ‘o. Lo que guardo nada sale. —Si un saco bien amarrado, pero descosido en el fondo. Vas soltando el contenido por toda la ciudad. — la corpulenta Nena reía y equilibraba la taza para que no se le desparramaba café. Bebió dos sorbos más. — ¡Por Dios Nena! Cuéntame más. — ¡Está bien! Bueno, p**o dos veces y me saludo. Todo un galán, un caballerito de novela, la verdad.
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