Episodio 5

2641 Palabras
que trayéndome a Tropicana vas hacerme olvidar tus mariconerias con mi propio padre… ¡Hijos de puta!” —No pude evitar, mientras orinaba, lanzarme uno ,incontrolable y caprichosamente sonoro—. Ella gritó de inmediato: “Así son los perfumes de la vida, salidos del culo. Porque en esto consiste la existencia infinita, en peos y mierda”. Sentí que se alejaba delirante con pasos irregulares. También sentí una insania vergüenza que me llevo a ocultar la cara con las manos. Reí de mi misma y lo torpe de mi culo en complicidad con las tripas. Quizás eran los efectos del Ron Collins. Lave mis manos y quede mirando al espejo. Hice poses y miradas coquetas, ajuste mis tetas al vestido, como si unas tetas de 18 años estuviesen muy desajustadas. Proyecte besos y muecas con unos labios graciosos. Ceñí el vestido por las caderas, suspire y Salí> — ¡Por fin!— Dije aliviada de haber dejado todo aquel escándalo en un modo tenue. El volvió a sonreír, tan galán y hermoso. Con una raya lateral en ese cabello rubicundo tan perfecta como raíles de trenes. — ¡Si, por fin!— repitió el, notándose claramente el acento diferente haciendo marcada pausa entre las palabras. Eso me enamoraba aún más, se escuchaba tan bello. — Pensé que todas esas mulatas nalgonas le tenían enamorado— dije atrevida. —Sí, son hermosas— respondió comenzando a caminar y animándome a hacerlo con la gruesa punta de su mano en mi cintura. Me deje llevar sin dudarlo. El cielo se comenzaba a estrellar mientras nos alejábamos de las luces del cabaret. Incluso se lograban escuchar algunos grillos en las aceras desoladas. Un tren de carros andaban estacionados, como dormidos, al borde de estas. —Ya me di cuenta que son lindas para usted —Pero preferí mirarte a ti— contesto sonriendo con sus múltiples pausas — ¡Mentiroso! — dije en una carcajada — ¡Claro! Si entras allí, ahorita, verás que están en la parte donde bailan con trajes de baño. Y aquí estoy, eligiendo estar contigo. —Vamos a creerle— detuvimos el paso, nos miramos y reímos. Continuamos la marcha. — ¡No me llames de usted! Tan solo tengo treinta años. —Lo hago por el estatus de diplomático que tiene— dije mirándolo de soslayo. —Agregado cultural— interpuso sonriendo. Cada vez amaba más su acento. Esas pausas que hacía al hablar español, y los fluidos arranques en algunas frases, me derretían como un muñeco de nieve en Agosto. — Solo que he leído un poco más de lo normal. —Dijo con aire humilde— Estudie filosofía y letras en “Istanbul Universitesi” — ¿Qué?— Pregunté con la misma ignorancia de un niño que juega con un juguete que no entiende. —Universidad de Estambul— dijo en una divertida risa. Se detuvo y mirándome estiro su mano muy cortes y señorial— ¡Mucho gusto! Mi nombre es Aslan Yildirim. —Es raro tu nombre— dije sin anestesia respondiendo el saludo— pero no es feo. Tuvimos precaución debido a que en una parte de la acera, las raíces de viejos árboles, habían creado unos agrietados montículos. Aprovechando que mi delicada mano aún estaba presa de su gruesa palma, me ayudó a pasar el irregular relieve. —Aslan significa León. Y Yildirim rayo —Que poderoso nombre. Me gusta. Incluso lo siento tierno. — ¿Por qué?— cuestiono él riendo —Porque me imagino a un leoncito de ojos tiernos en una sabana africana al lado de su mamá asustado en su primera tormenta eléctrica. —reímos a carcajadas los dos. —Aslan lo puso mi madre— gagueo en las últimas dos palabras como si hubiese desaparecido de su cerebro el cómo decirlas— ella es costurera, una de las más grandes costureras de Turquía. Hace obras de arte. — ¡Que linda! — exclame —Precisamente ama a los leones y todo lo derivado de estos— volvió a flaquear en las dos últimas palabras. — lee muchísimo sobre todo aquel que ha viajado a áfrica y ha testimoniado sus experiencias en libros…algún día la llevaré. —Por supuesto, imagino Yilridim te lo puso tu papá —Es Yil-di-rim— aclaró esbozando una sonrisa — es un apellido que acogió mi padre por sus padres adoptivos. Mi padre era ingles pero su madre murió y quedó solo a los tres años de edad con mi abuelo. Su papá era un hombre frustrado, con las cejas arqueadas y la derrota marcada en el rostro, lo único que le animaba era el alcohol. Decidió darle a mi papá a una familia turca de clase media que vivía en Manchester, al parecer ella no podía tener hijos y el niño rubicundo les hacía mucha ilusión. Estos con los años, decidieron irse para Turquía y mi padre con ellos. — ¡Uy! ¡Qué historia! ¿Entonces tu apellido en realidad es...? — No lo sé. Papá nunca lo supo. —Lo único que tienes de turco es por medio de tu mamá— Nos detuvimos y quedamos frente a frente. —Sí. Esa señora que ama todo lo relacionado con áfrica, nacida en Estambul. Es mi madre. —Ya entiendo porque no eres ojeroso, panzón y moreno con un gorrito en la cabeza. — él se echó a reír. —Papá era veterano de la guerra de Verdún — ¿La guerra de qué? —Es algo largo que contar. — me tomo de las manos iluminandome con una sonrisa perfectamente hermosa. —Pero quiero saber que sucedió con tu papá— dije con la malcriadez que una niña consentida suplica algo. —Te prometo que te lo contaré todo. Pero no en este justo momento. Quiero esta noche sea nuestra, solos tu y yo y no otras historias. — continuamos caminando. — ¡Está bien!— exclamé con la malcriadez que esa misma niña consentida se resignaría a no obtener su propósito. —Quiero saber más de ti— dijo con acuidad —Filomena— respondí de inmediato con abulia y timidez— Filomena Justina… sí, sí. Sé que es horrible, pero te juro que no tuve nada que ver en esta decisión— el joven turco rio en mi cara. Baje la cabeza avergonzada y cruce las manos como la propia niña malcriada. Él se aproximó más y paso una de sus fornidas manos por mi hombro. —Pero no es feo— dividió en sílabas esta frase. Como falto de confianza en sí mismo de si la diría bien o no. Ya me estaba acostumbrando a sus conflictos con el español. — Entiende, Filomena es un nombre armonioso, suena precioso. Como el vals número 2 de Shostakovich. — ¿Quién es ese? —No importa ya te enseñaré. —Y por qué reíste cuando dije mis nombres. —Por tu forma de enfrentar el hecho de llamarte así. —Y Justina. ¿Qué te parece?— Pregunté buscando consuelo —Bueno— Hizo una pausa, o buscando que responder o se había encasquillado su léxico. — es un nombre muy honrado. Ni le quita ni le da… ¡Justina! — ¡Uf!— fue la expresión de Aslan, poniendo una cara que parecía no entender nada, pero si entendía todo. —Solo se convenció de que no vendría más por dos noticias. Una, tenía una familia en Cienfuegos integrada por su esposa de toda la vida y cuatro hijos. Tres varones y una hembra. — ¿Y la otra noticia?— pregunto con dificultad —Que hace tres años se mató por una de esas carreteras. —De igual manera, cuanto lo siento— me consoló dándome un espontáneo y delicioso abrazo. — ¿Qué fue lo que dijo en ingles la vieja esa?— rebatió Francisca al italiano con la vista depredadora encima de la señora. Alexandro no tradujo. —Es italiano Francisca— se limitó a decir. —No importa que idioma sea, como si es c***o…eso de “Putana”, y el tonito. Nada bueno puede ser… ¿Qué pinga te pasa bruja?— grito esto último encolerizada. — ¿Qué le dijo?— pregunté al oído a Aslan que se sujetaba de mis caderas y ni cuenta me había dado. Estuvo indeciso si ofrecerme la traducción. Le mire a los ojos. —Que… mañana llamará a Italia para decirle a su esposa Daniella de que él está en esta isla con una…morena, Bueno. — gagueo y se sintió más confuso que nunca. — ¡Sí! “Una negra puta” eso se entendió clarito— Dije. Francisca estaba ofuscada, no entendía, y forcejeaba como toro tratando de salir del toril, por irle encima a su rival. — ¡ Yo soy Francisca Muñoz en la Habana, pa’ que sepas!— Gritaba intentando zafarse del pelirrojo italiano. — ¡Alessandro! Hai due figli con una moglie piuttosto giovane. Tua figlia e’ una principessa, il ragazzo e’ un sogno. Lei crede che tu lavori e vedo che lovoro nero hai— dijo la señora en otra ráfaga de palabras más tacita. —Chica… ¿se puede saber de qué te ríes?— pregunté molesta cruzándose de brazos. Ella se volteó muy divertida y chusma. —Si vieras la cara que pusiste cuando llegaste y viste a esa señora insultando en italiano— rió aún más, evitando atragantarse con el caramelo que puso en uno de los cachetes notándose una bola en él— y eso que no estabas cuando se cago en mi madre. —La verdad que tu estas arrebatada. — soltó más carcajadas aun — ¡Ay Filo! Esta ha sido una de mis noches más divertidas — ¡Pero niña! ¿Cómo te va a divertir que el hombre con quien sales y te acuestas, este casado en su país y hasta con hijos y todo? A mí no me cabe en la cabeza te diviertas con eso. —Tu siempre tan tonta Filomena— dijo incorporándose a la llave del lavamanos. Empapo la cara dos veces aun con la respiración agitada de tanto reír. Se escurrió ordinaria la cara con las manos, como lo haría un cortador de caña luego de refrescarse a pleno sol. — yo sé que el Alexandro es una porquería. Él y yo hablamos clarito. —Perdóname — dije—pero es una mierda tanto contigo como con su familia allá. — ¡Es una mierda!— repitió ella ya mucho más seria— me dijo: “Vamos a pasarla rico juntos. Yo te ayudare en lo que sea pero…” — ¡Es una mierda!— insistí. —“yo tengo mujer e hijos en Italia. Igual me gustas mucho y te adoro…” — ¡Es una mierda! —Bueno, pasamos los momentos sabrosos, nos gozamos, la pasamos rico. Tengo lo que quiera. — ¡Eres una puta y él, una mierda!— ella rió, casi con orgullo. —Al principio me hizo dudar, pero mija, la vida es una sola y esta mulata necesita cariñito y dinerito. —Eres una verdadera puta, y él una verdadera mierda. — Volvió a soltar unas carcajadas mientras sacaba una polvera y una brocha, se reintegró al espejo pasando sutiles pinceladas en el rostro. — Tú eres muy ingenua todavía Filo. Esa madre tuya, entre rosarios y novelas. Te va a dejar boba. Con diez mocosos a los treinta meciéndote en un sillón una tarde de domingo mientras le das una teta sin leche (que te llegan a las rodillas) al menor de ellos. Y la señora María Ester, en las últimas, preparando teteros para nueve bajo la luz de un barato y deprimente bombillo amarillo en la cocina. —¡Reprendo todo lo que dices!. No quiero nada de eso para mi vida— resalte molesta— igual, eres una puta y el un mierda. — ¡Buenos días ojitos de romerillo!—me interceptó el empleado de la c********a. Con su tamaño de pitufo, pero no azúl, sino indio de pelo muy n***o azabache y lacio chorreado hacia un lado. Tenía voz de niña, pero la fingía varonil cuando me hablaba. —Buenos días joven— conteste desabrida y apática siguiendo mi camino. — ¿Cuándo vas aceptar ir al cine conmigo?— me cayó detrás como un periodista a un entrevistado escurridizo, aumente la velocidad de mi traslado. — ¡No me gusta el cine!— respondí más casposa y grosera. —Eso parece es un mal de familia — comentó Bernardo para sí
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