16. MANOIS.

1128 Palabras
16. MANOIS. Escuela para cardinales, Void. Para Manois, hasta ese día todo es brillante y alegre. En su ingenuidad sueña con viajar por el mundo, conocer cada centímetro de Oslo. No tiene manera de saber que tiene su destino sellado de la misma forma que la tienen sus amigos y todos los que lo rodean. El primer recuerdo que tiene es el brillo reluciente de los suelos, ahí en Void. Torm y todos ahí son sirvientes y su trabajo es ese. Son los responsables de que todo en Void se mantenga prolijo y ordenado. Torm se siente orgulloso de ser sirviente, aunque a veces, por la edad suele distraerse y recibir fuertes reprimendas de Lumi, su supervisor. A diario, Torm junto a sus dos amigos, Fraca y Rumi, se encargan de mantener los suelos del primer grado impecable, tienen que moverse con agilidad y evitar todo contacto con los alumnos. Es parte de las reglas jamás mirar o interrumpirles. Torm se sabe de memoria casos que les ocurrido a amigos de sus amigos que cuentan del cuarto rojo al que van a parar todos los sirvientes incompetentes. Pero eso no es lo peor, lo peor es ser expulsado. Torm, con todo y castigo encima, suele ser un optimista de la vida. Suele admirar desde donde sea que esté, las anchas, altas y blanquecinas paredes de Void. Así como el cielo y las lunas. Ese día Manois lustra el suelo rápidamente para que le alcance el tiempo y poder ver a través de los ventanales. Es una vista muy bonita de Delaher, y no se lo piensa perder. Especialmente a Manois le gusta darse una vuelta por la escuela, se imagina siendo un alumno más en Void. —¡Ahí está de nuevo con esa cara de pavo! Sus amigos se ríen de él, pero eso no le molesta. Suele meterse entre los conductos de ventilación y se queda un buen rato observando a los mentis de su misma edad. —¡Deja ya de soñar! ¡Coge el cepillo, todavía no terminas! —Sí, ya va... Los mentis visten el uniforme blanco con una insignia del nivel al que pertenecen y el sello platinado de Oslo en el otro, todos ellos, en el futuro serán cardinales y tienen el futuro asegurado. Para los ojos de Manois, todos ellos se divierten, son amables entre ellos, y sus risas son contagiosas. Desde su puesto de limpieza, sueña que se les une en la diversión. Un día, mientras observa de lejos, un custodio que sospecha desde algún tiempo que algo hace, le descubre saliendo del conducto. Inmediatamente lo toma de los cabellos y lo sacude. —¡¿Qué es lo que haces, idiota?! —Nada… —¿Cómo que nada? ¡Seguro pensabas hurtar! —No señor, yo solo… —¡No tienes permitido responder… insolente! —Pero señor…yo solamente miraba… —¿Tu supervisor no te enseñó lo básico? Los de tu clase no tienen derecho a mirar… —el custodio le mira con desprecio, y como nadie se mete para defenderlo, lo zarandea a su santa gana, hasta la puerta del servicio. “Los de tu clase” “La gente como tú” Esas son las frases que a menudo uno escucha en la vida, pero en ese momento, a esa edad, para Manois, ser descubierto mirando a los alumnos es lo peor que le puede pasar. —Solo déjeme explicarle. Solo miraba… nada más… —trata de explicarse. —Cállate. Tienes prohibido permanecer en la escuela ¿no te lo enseñaron tus mayores? Manois es encerrado por dos meses. Pero lo que le duele es saber que su supervisor Lumi se decepcionará de él. Lumi es como un amigo para él. —Deja de espiar —le había repetido Lumi, tantas veces, y en ese momento por su descuido, Lumi será reprendido fuertemente por su culpa. “Los mentis no perdonan errores” le había dicho más de una vez y ahora ahí estaba, lamentándose, pero de nada sirve. Luego de los dos largos meses encerrado, un día uno de los custodios lo suelta, al fin puede regresar a su dormitorio, con sus amigos, pero al llegar descubre que nadie quiere decirle lo que han hecho con Lumi. Manois descubre que un nuevo supervisor ocupa el lugar de Lumi, y que tiene la orden de disciplinarlo. Su nombre es Anael. Y Anael parece todo lo contrario a como era Lumi, Lumi era amable y paciente con él, y Anael, solo parece importarle que cumpla con sus deberes. No le importa lo que pasa con Manois. —Tienes una hora para limpiar el piso. Debes terminar antes de que toque la campana. Y recuerda que no puedes hablar con ningún estudiante a menos que ellos lo hagan. Somos invisibles. No me hagas quedar mal –se lo repite tras horas de trabajo forzado. —Sí señor. Manois que no es precisamente sumiso, pero ha aprendido la lección. Desde que ha salido del cuarto rojo mantiene desde ese día, el perfil bajo, debido a eso, por su buen desempeño, un día lo llaman para limpiar el suelo de la torre uno. Manois se entusiasma, porque es uno de los pocos lugares que nunca antes ha pisado. Va con todas sus herramientas de trabajo, quiere dar todo lo mejor de sí. Al llegar ve que alguien ha ensuciado el suelo con comida, y mientras hace su trabajo, escucha sin esforzarse, una conversación. Viene de la sala del lado. Una de las voces es del excelentísimo cardinal Teorens, como son pocas veces que ha llegado a oírle, les pone mucha atención a sus palabras, aun sabiendo que puede ser castigado o algo mucho peor si llegan a descubrirlo. —Excelentísimo… el chico es rebelde, da problemas al personal. No quiere leer nada. No se esfuerza en nada que no sea en armar alboroto. El otro día le advertí que así no iba a aprobar. ¿Sabe lo que respondió? Que no le interesa. ¿Usted puede creerlo? ¡Qué se cree ese mocoso! —Solo dale tiempo… —Disculpe el atrevimiento, pero este elemento no sirve para nada. —¿Cuándo he cometido un solo error? —Nunca su excelentísimo, perdóneme. —Quiero que lo traigas para la cena. —¿Se encargará de él en persona? Aquella conversación intriga a Manois, se pregunta quién podría ser ese chico del que hablan tanto. Ahí, en Void, los chismes, como en otros lugares abundan, en la misma escuela se escucha decir que el excelentísimo tiene una obsesión por un chico, que le perdona las pataletas que da a diario. Como Manois no tiene otra distracción aquello le parece sumamente interesante. 
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