La belleza es un arma. Yo soy la guerra. La espuma tibia me cubre hasta el pecho mientras juego con las burbujas como si no llevara el peso de un imperio de sangre sobre mis hombros. Dejo que el silencio me abrace, roto solo por el suave goteo del agua y el murmullo de mis pensamientos. Esta noche me reuniré con Matteo Alighieri. Y aunque la mayoría temblaría ante su nombre, yo solo sonrío con la malicia de una gata que afila sus garras antes del juego. Mi piel resplandece después del baño. La unto con crema perfumada de almendras y jazmín, frotando lentamente cada centímetro, como si me estuviera preparando para una ofrenda... pero no soy la ofrenda. Soy la diosa que la recibe. Frente al espejo, mis ojos se convierten en armas. Un ahumado perfecto, delineado como un trazo de arte letal

