Sofía. Ya estamos de regreso en la gran mansión de los hermanos Martileni. Nana me informó que Samuel estaba mucho mejor. Se tomó su té y comió todo su caldo sin hacer berrinche, porque lo amenacé con acusarlo. Me reí mucho por eso. Me encontré ordenando su habitación. Aunque ayer acomodé un poco, hoy lo terminé; Samuel es un desorden total. —¡Listo, nena! —Samuel salió del baño y miró el cuarto. —Joder, ¿Este es mi cuarto? —Al parecer, sí —limpié la zona donde jugaba en sus impresionantes máquinas. —Nunca la había visto tan limpia —se rio y fue a su cama. —Pero no debiste hacerlo, nena, no es tu obligación. —Lo es —mordí mi labio por la imprudencia. Tonta, ni siquiera somos novios para decir eso. —Digo, odio el desorden —terminé de limpiar y fui con él. Me miró con una ceja levan

