La Red Se Teje en las Sombras

1236 Palabras
Camila miraba su teléfono, dudando si enviar el mensaje. Había pasado una semana desde su noche en el bar con Samuel, y aunque había regresado al ritmo frenético de su vida como CEO, algo en su mente seguía atada a esa conversación, a esa conexión inusual que había encontrado con él. Con un suspiro, deslizó el dedo por la pantalla y comenzó a escribir un mensaje breve y casual: > "Hola, Samuel. ¿Te gustaría encontrarte conmigo esta noche?" Se quedó observando el mensaje antes de enviarlo, tratando de ignorar el nerviosismo. No era propio de ella sentirse así, pero con Samuel se sentía extrañamente diferente, como si esa parte fría y calculadora de ella se desvaneciera cuando pensaba en él. Minutos después, su teléfono vibró con una respuesta. > "Hola, Camila. Claro, me encantaría. Dime dónde y allí estaré." Camila sonrió. En los próximos minutos, arregló los detalles para encontrarse en un café discreto en un barrio alejado del centro. Quería evitar los lugares públicos donde alguien pudiera reconocerla; prefería mantener ese lado de su vida alejado de las miradas familiares y empresariales. Al caer la noche, Camila llegó al café y encontró a Samuel ya sentado, mirando por la ventana como si estuviera inmerso en sus pensamientos. Su apariencia era sencilla, con una chaqueta de cuero marrón y una camisa gris. Apenas la vio, se levantó y sonrió. —Camila —dijo él, en tono cálido—. Me alegra verte de nuevo. —Igualmente, Samuel —respondió ella, tomando asiento frente a él. Había algo en su presencia que la calmaba, como si al estar con él todo el peso de su vida desapareciera. Pidieron café y comenzaron a hablar de sus semanas, de sus actividades, evitando cuidadosamente los temas de trabajo y del mundo de los negocios, como si de alguna manera ambos entendieran que esta reunión era para escapar de todo aquello. Sin embargo, la curiosidad crecía en Camila, quien sentía que conocía muy poco de este hombre, y una parte de ella quería descubrir más sobre él. —¿Nunca has considerado trabajar en una empresa más grande, Samuel? —preguntó finalmente, después de un sorbo de café—. Alguien con tus conocimientos podría llegar lejos en una compañía importante. Samuel la miró fijamente, como si meditara su respuesta. —No busco una posición importante, Camila —respondió con una sonrisa tranquila—. Mi trabajo me gusta porque me permite ayudar a otros sin estar atrapado en los juegos de poder. Camila asintió, admirando la claridad con la que Samuel hablaba de sus elecciones. —¿Y qué piensas de los que jugamos a ese tipo de juegos? —preguntó ella, un poco a la defensiva. En el fondo, quería saber cómo la veía él, aunque una parte de ella temía la respuesta. Él la miró con ojos serenos, y tras una pausa respondió con voz suave: —Creo que cada uno encuentra su lugar en el mundo, Camila. Tú eres una mujer fuerte, alguien que sabe lo que quiere y no teme luchar por ello. Eso es admirable, no importa el juego en el que estés. Camila notó que sus palabras la afectaban. Él era capaz de ver la fortaleza en ella sin que la intimidara o lo desafiara. Con Samuel, por primera vez en mucho tiempo, se sentía realmente valorada. La conversación fluyó con naturalidad, y pasaron de tema en tema hasta que finalmente, Samuel la miró con una sonrisa intrigante. —¿Te gustaría salir a caminar? —sugirió él. Ella asintió. Pronto se encontraron caminando por las calles iluminadas por las farolas, entremezclados con las personas que disfrutaban de la noche sin preocuparse por títulos o presiones familiares. Mientras caminaban, Samuel se detuvo en una esquina para observar el escaparate de una pequeña tienda de antigüedades. Era una tienda modesta, pero en su interior había joyas y relojes de época, que parecían esconder historias de otras vidas, otros tiempos. Camila se acercó y observó un viejo reloj de bolsillo en la vitrina. Samuel lo notó y sonrió, como si comprendiera el valor de aquel simple objeto. —¿Te gustan las antigüedades? —preguntó él. —No particularmente, pero siento que estos objetos tienen algo que nosotros no —dijo ella, mirando fijamente el reloj—. La capacidad de resistir al tiempo. No importa lo que pase a su alrededor, siguen existiendo. Es… como si el tiempo les perteneciera. Samuel asintió, observando el reloj a través del vidrio. —Algunos dicen que el tiempo es la única cosa que realmente tenemos. Todo lo demás es prestado —murmuró, como si hablara más para sí mismo que para ella. Camila se giró hacia él, intrigada. —¿Por qué dices eso? —preguntó, notando una profundidad en sus palabras que iba más allá de lo habitual. Samuel la miró con un destello de tristeza en sus ojos, pero volvió a sonreír suavemente. —Porque he aprendido que el tiempo nos define a cada uno. —Luego, desvió la mirada—. A veces creo que pasamos demasiado tiempo preocupándonos por cosas que no son tan importantes, cuando podríamos simplemente vivir. La manera en que él hablaba y su percepción sobre la vida eran tan distintas a las de cualquier otra persona que ella conocía, que no podía evitar sentirse cada vez más fascinada. Samuel parecía tener una tranquilidad que ella envidiaba y que, sin embargo, parecía guardar un trasfondo de misterio que ella no podía terminar de descifrar. —Dime, Samuel —dijo ella, rompiendo el silencio con una sonrisa ligera—. ¿Qué más ocultas detrás de esa calma tan… diferente? Él soltó una risa baja y negó con la cabeza. —Creo que todos tenemos secretos, Camila. —Hizo una pausa y luego añadió—. Aunque, a veces, esos secretos solo importan a quienes realmente buscan conocerlos. Sus palabras quedaron suspendidas en el aire, y Camila sintió una especie de escalofrío. Se preguntaba qué clase de secretos podía tener un hombre como Samuel, alguien que parecía tan sencillo y sin complicaciones, pero a la vez tan enigmático. —¿Sabes? —dijo él finalmente, rompiendo el silencio—. No suelo hablar de mi vida con muchas personas. Pero contigo siento que puedo ser sincero, y eso no pasa muy a menudo. Camila lo miró sorprendida. No esperaba esa confesión. —Agradezco que confíes en mí —respondió ella, sintiéndose, sin saber cómo, profundamente conectada con él—. Es raro encontrar personas así en este mundo, ¿sabes? Él asintió y ambos siguieron caminando, como si las palabras ya no fueran necesarias. En ese instante, Camila sintió que estaba en el lugar correcto, en el momento adecuado. Por primera vez en años, no estaba pensando en su familia, en la empresa, ni en las expectativas que pesaban sobre ella. Solo estaba ahí, junto a Samuel, disfrutando de una noche cualquiera en una ciudad que, por primera vez, le parecía simplemente suya. Camila no sabía que en ese preciso instante, alguien estaba observándolos a la distancia, siguiendo sus pasos de manera discreta. No era un paparazzi ni un curioso, sino uno de los hombres de confianza de Samuel, quien, a distancia, velaba por su seguridad sin intervenir. Al terminar la noche y despedirse, Camila no pudo evitar preguntarse quién era realmente Samuel y qué más ocultaba tras esa mirada serena.
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