Secretos y Sospechas

1490 Palabras
Camila pasó los siguientes días inmersa en su trabajo, pero en su mente, Samuel seguía apareciendo constantemente, como una incógnita que necesitaba resolver. La noche que habían compartido la había dejado con una sensación de curiosidad insaciable y, al mismo tiempo, una extraña tranquilidad. Cada conversación, cada palabra que él le decía, parecía abrir una puerta que le permitía ver un lado distinto del mundo, un lado que nunca había imaginado explorar. Al final del día, cuando finalmente se quedó sola en su oficina, sacó su teléfono y abrió el mensaje de Samuel. Estuvo a punto de escribir algo casual, pero se detuvo. Las palabras le parecían insuficientes, y la certeza de que alguien como él se había cruzado en su vida seguía siendo, de algún modo, un misterio. Minutos después, su madre irrumpió en su oficina sin avisar, como si estuviera esperando que Camila bajara la guardia para lanzarle alguna observación o reproche. Lucía Valenzuela, con su impecable vestido y porte elegante, tenía una expresión determinada en el rostro. —Camila, debemos hablar —dijo sin preámbulos, tomando asiento frente a su escritorio y observándola con los ojos entrecerrados. Camila se tensó al instante. La sola presencia de su madre era suficiente para recordarle la presión constante de las expectativas familiares. —¿De qué se trata? —preguntó Camila con un tono medido. —Me he enterado de que has estado... —Lucía buscó la palabra adecuada, sin dejar de observarla con cierto reproche—, distrayéndote últimamente. Me refiero a tus salidas en la noche. No puedo evitar preocuparme. —¿Preocuparte? —respondió Camila, con una leve sonrisa sarcástica. Sabía que su madre tenía un sentido peculiar de la "preocupación", siempre relacionado con el poder y la imagen de la familia—. No veo cómo una salida a un café pueda ser motivo de preocupación. Lucía frunció el ceño y suspiró con desdén. —Camila, sabes perfectamente a qué me refiero. He escuchado que has estado viéndote con alguien, alguien... fuera de nuestro círculo. —Hizo una pausa, como si elegir las palabras correctas fuera esencial para transmitir su desaprobación—. Sabes lo que eso significa, ¿verdad? Camila la miró con una mezcla de desafío y cansancio. No podía creer que estuvieran teniendo esa conversación. Apenas había tenido un par de encuentros con Samuel, y ya su familia estaba al tanto de ello. La red de contactos y chismes de los Valenzuela era más amplia y profunda de lo que ella quería aceptar. —Mamá, creo que estás exagerando. Es solo una amistad —replicó Camila, intentando sonar despreocupada. —Una amistad... —repitió su madre en un tono que destilaba desconfianza—. Camila, tú eres una Valenzuela. No puedes permitirte amistades con cualquiera. Las relaciones que establezcas deben ser con personas a tu altura, no con desconocidos. Camila sintió la ira formarse en su pecho, pero se obligó a respirar profundamente y mantuvo la calma. —Samuel es alguien con quien disfruto pasar el tiempo. No entiendo por qué eso debería afectar a la familia o a la empresa. Lucía le lanzó una mirada penetrante, como si estuviera midiendo cada palabra. —¿Samuel? Así que tiene nombre. —Apretó los labios y luego susurró—. Deberías pensar en lo que haces, Camila. Estás destinada a grandes cosas, no a… distracciones. Camila cerró los ojos un instante, reprimiendo las ganas de responderle. Sabía que cualquier intento de defenderse solo empeoraría la situación. Pero algo dentro de ella había cambiado, una determinación silenciosa que la hacía sentir que, por primera vez, quería tomar sus propias decisiones, sin importar las consecuencias. —Gracias por el consejo, mamá —dijo finalmente, con un tono neutral que puso fin a la conversación. Lucía se levantó lentamente, observándola con una mezcla de desaprobación y resignación. Cuando salió de la oficina, Camila se permitió un suspiro de alivio, pero también de frustración. No sabía cómo explicar a su madre, o a sí misma, por qué Samuel era diferente. Lo único que tenía claro era que no pensaba ceder esta vez. --- Esa noche, Camila se dirigió al pequeño parque donde había acordado reunirse con Samuel. Mientras caminaba, la idea de que alguien la estuviera observando cruzó por su mente. Su familia tenía ojos en todos lados, y era probable que supieran incluso que estaba aquí. Cuando llegó, Samuel ya estaba allí, esperándola. Estaba sentado en una banca bajo un árbol, con las manos en los bolsillos de su abrigo, y la recibió con una cálida sonrisa al verla. —¿Todo bien? —preguntó Samuel al notar una expresión de tensión en su rostro. —Digamos que tuve un día complicado —respondió ella, sentándose a su lado. Quería hablarle sobre su madre, sobre cómo sentía que su familia la sofocaba, pero no quería sonar como si estuviera quejándose. Aun así, necesitaba desahogarse. Samuel la observó en silencio, su mirada era tranquila y comprensiva, invitándola a hablar sin presionarla. —Es mi familia —confesó finalmente Camila, mirando al suelo—. No entienden que yo quiera algo diferente, algo... propio. No saben ver más allá de su propia visión del poder. Creen que cualquier relación que no sea una alianza estratégica es una pérdida de tiempo. Samuel asintió, comprendiendo sin juzgar. —Entiendo —dijo él, en voz baja—. Y tú… ¿qué es lo que buscas, Camila? La pregunta la tomó por sorpresa. No sabía la respuesta exacta. Había pasado tanto tiempo intentando encajar en el molde que su familia había diseñado para ella que se había olvidado de preguntarse lo que realmente deseaba. —Creo que busco... libertad —respondió finalmente, con un tono que casi sonaba a confesión—. Quiero poder decidir quién soy, sin que alguien más lo decida por mí. No sé si eso tiene sentido. —Tiene todo el sentido del mundo —respondió él, mirándola a los ojos—. A veces, encontrar nuestro propio camino implica desafiar a quienes nos rodean. Samuel se acercó un poco más y le puso una mano en el hombro, transmitiéndole una paz que la envolvió por completo. Nadie la había escuchado de esa manera en años, y mucho menos sin juzgarla o sin intentar convencerla de que debía seguir el camino establecido. —Samuel, tú pareces entenderlo todo de manera tan… serena —dijo ella, casi con envidia—. ¿Cómo logras tener esa calma? Él esbozó una sonrisa, pero esta vez había un matiz de tristeza en su mirada. —Camila, no es tan fácil como parece. He pasado por mi propio proceso, y también he tenido que mantener ciertos secretos —dijo, bajando la mirada—. Pero aprendí que hay cosas que es mejor no revelar, incluso si eso significa que pocos entenderán tu verdadero yo. Camila notó la intensidad en sus palabras, y en su mente surgió una nueva pregunta. ¿Qué secretos guardaba Samuel? ¿Qué había detrás de esa serenidad? La curiosidad se mezclaba con el respeto, y algo en su interior le decía que debía esperar a que él estuviera listo para compartirlo, si es que alguna vez lo hacía. Pasaron unos minutos en silencio hasta que Samuel la miró con una expresión seria. —Camila, quiero que sepas algo. Estaré aquí para ti, sin importar las decisiones que tomes. Me importa que encuentres esa libertad que tanto deseas, aunque eso signifique tomar un camino difícil. Ella se sintió extrañamente conmovida. Era la primera vez que alguien le decía algo así, y de alguna forma, esas palabras significaban más de lo que él probablemente imaginaba. —Gracias, Samuel. Eso es… más de lo que me atreví a pedir —respondió, sin poder evitar sonreír. Finalmente, él extendió una mano hacia ella, y Camila la tomó con naturalidad, como si fuera algo que habían hecho toda la vida. —¿Puedo preguntarte algo? —preguntó ella, de repente, mirándolo con curiosidad. —Claro —respondió él, con una leve sonrisa. —Tú tienes secretos, ¿verdad? —preguntó en un tono juguetón, pero algo en su mirada reflejaba su genuino interés por saber. Samuel rió suavemente y asintió. —Como todos, Camila. —Hizo una pausa y luego agregó—. Quizá algún día los conozcas. Ella se quedó en silencio, observándolo, tratando de ver más allá de su sonrisa tranquila. Por un segundo, creyó captar algo en su mirada, algo que hablaba de una vida que ella no comprendía del todo, una existencia que iba más allá de su fachada de asesor financiero. Pero, en lugar de insistir, decidió respetar su misterio, aceptando que su conexión con él era suficiente, al menos por ahora. Al despedirse esa noche, mientras caminaba de vuelta a casa, Camila sintió que su vida estaba tomando un rumbo completamente nuevo, uno que la llevaría a descubrir más sobre ella misma y, sin duda, sobre Samuel.
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