La loba lo siguió hasta la habitación que había visto antes pero a la que jamás ingresó. En cuanto tuvo un pie dentro del lugar un olor delicioso le inundó las fosas nasales. Con sorpresa giró sobre sus talones, contemplando a Ian que terminaba de cerrar aquella pesada puerta detrás de él. En cuanto los ojos de él se conectaron a los suyos, lo supo, ese era su olor, ese era él. Paulette llevó su delicada mano hasta sus carnosos labios, conteniendo la impresión que le produjo aquello que, pensó, jamás iba a descubrir. —Este soy yo — susurró con una sonrisa de lado, dejando que su aroma se desprendiera suavemente de su cuerpo. —Lo sabíamos. La humana dijo que nos habíamos equivocado, pero no — aseguró la loba con las pupilas dilatadas —, son ustedes, siempre fueron ustedes — aseguró abso

