**MANUEL**
El rugido de los motores es como mi canción favorita, me la sé de memoria. Cada vez que hay carrera, la multitud gritando me da una subida de adrenalina increíble, y el asfalto… bueno, es como mi casa. Esta pista es mía. Siempre ha sido mía. Desde que empecé en esto, nadie me ha quitado el primer lugar. Ni una sola vez. Invicto, así me dicen. Y hoy, con Sergio Navarro ahí parado, no iba a ser diferente.
—Estás listo, amigo. —se me acerca mi mejor amigo.
—Como siempre.
—Hoy tienes un contrincante complicado, dicen que es muy bueno corriendo. Ha ganado muchos trofeos.
—No es rival para mí. —estaba seguro de mi capacidad.
Lo vi antes de subirme al coche. El tipo tenía esa tranquilidad rara de alguien que ya pasó por todo y no le importa nada. Me miraba con una calma que, no sé por qué, me ponía nervioso. Pero no me iba a dejar intimidar por nadie. Sabía que lo iba a vencer. No era que fuera mamón o algo así, simplemente sabía que era el mejor.
La carrera empezó como siempre: todo el mundo acelerando como locos, el público gritando hasta quedarse sin voz. Me puse adelante desde la primera curva, y en cada vuelta sentía como si la pista fuera parte de mí. Sergio venía detrás, pegadito a mi auto, pero sin poder rebasarme. Le metí más velocidad, sintiéndome como el rey del mundo, el viento pegándome en la cara mientras pensaba que ya tenía esto en la bolsa.
Y entonces llegó la última maldita curva. En menos de un segundo, Sergio hizo algo que no vi venir. Una jugada perfecta, limpia, pero que me destrozó. Se metió por dentro y me quitó el primer lugar. Era como si hubiera estado planeando eso toda la carrera, esperando el momento perfecto. Cuando me di cuenta, ya estaba cruzando la meta y los gritos de la gente me sonaban como si estuviera bajo el agua.
Había ganado. Me quedé ahí sentado, agarrando el volante con las manos sudadas, el corazón latiendo como si fuera a salírseme del pecho. No lo podía creer. En serio, no entendía lo que había pasado. Me sentía como vacío, raro. Salí del coche medio zombi y caminé hacia él para felicitarlo. Al final, había corrido bien, no podía negarlo. Pero a medio camino me detuve. —¿Qué demonios pasó?
—Amigo, estás bien. —Nahún me ayudó a salir del auto, tomando mi casco.
—Sí, eso no lo vi venir.
—Si deseas, yo lo iré a felicitar, tú puedes irte a descansar.
—Yo lo felicitaré.
Caminé dos pasos hacia él y fue cuando la vi. La virgencita que estuvo en mi cama días atrás. Sobre la que he investigado y no sabía nada.
Sin duda alguna es la chava que había estado en mi cama hace unos días. La que pensé que se había equivocado de lugar. La que me dejó todo confundido y sintiéndome culpable. Ahí estaba, corriendo hacia Sergio, con los ojos brillando como luces de Navidad, con los brazos abiertos. Y él… él la recibió como si fuera lo más importante del mundo.
Se abrazaron fuerte, de esos abrazos que te das cuenta de que no son de amigos.
No había sido casualidad. No se había equivocado de puerta. Era su novia, carajo. Y yo… yo nomás fui un error en su vida, un pinche desliz que probablemente ya hasta se le olvidó.
No me quedé ahí, parado como idiota, esperando aplausos. Ni me puse a fingir que todo estaba bien. La pista ya no era mía, y yo ya no pintaba nada en ese lugar. Sí, perder me dolía un chingo, pero lo que realmente me estaba matando por dentro era verla a ella. Corriendo hacia Sergio, como si fuera su casa, como si yo nunca hubiera existido, como si ese encuentro no hubiera pasado.
Me largué de ahí sin voltear atrás, buscando algún rincón donde esconderme en los pasillos del lugar. Me puse a espiar desde lejos, como pinche acosador, pero no me importaba. Tenía que saber.
Ella se separó de Sergio, le dijo algo bajito al oído y él asintió. Después la vi caminar sola, media apurada, hacia los baños del fondo. No lo pensé ni dos segundos. La seguí. No era que estuviera loco o algo así, pero necesitaba respuestas. No podía quedarme con la duda después de todo lo que había pasado, después de verla abrazando al cabrón que me había quitado la carrera… y quién sabe qué más.
Se metió al baño de mujeres. Esperé un rato, checando que no hubiera nadie cerca. Y me metí. El lugar estaba vacío. Ella estaba frente al espejo, arreglándose el maquillaje, supertranquila, como si nada hubiera pasado. ¡Como si no me hubiera hecho pedazos! Puse el seguro de la puerta. El ruido resonó por todo el baño, como si hubiera disparado una pistola.
Se volteó de inmediato, toda asustada. Se le abrieron los ojos así de grandes, pero no dijo ni una palabra. —No me voy a quedar con la pinche, duda —le dije, y mi voz salió más dura de lo que pensé, con un coraje que ni sabía que tenía—. Necesito saber quién eres. ¡Qué pasa contigo y con él! ¿Y por qué chingados estuviste en mi habitación?
Se tragó saliva, me miraba fijamente, pero no se echó para atrás. Tampoco me contestó, como si fuera la primera vez que me veía en su vida.
—No vengo a pelear, ¿okay? Pero tampoco a hacer como que aquí no pasó nada —seguí hablando, acercándome un poco más—. Tú y yo… eso que pasó no fue casualidad. Y ahora te veo con Sergio como si yo hubiera sido tu peor error.
El silencio se puso pesadísimo. Ella bajó la mirada, como si el piso fuera interesante de repente. —Dímelo de una vez —le insistí, y la pregunta se quedó colgando entre nosotros como humo—. ¿Quién chingados eres en realidad?
Entonces ella murmuró algo que me dejó helado. —¿Quién eres? No te conozco.
Me quedé sin palabras. En serio, como si me hubieran dado un madrazo en toda la cara. ¿Cómo que no me conocía? ¿Se estaba burlando de mí o qué demonios?
—Déjeme salir, yo a usted no lo conozco.
—Mientes, ¿acaso estás acostumbrada a jugar con los hombres? ¡Qué idiota fui, yo imaginando el peor de los escenarios y me topo con esto!
—Dejeme salir o grito. —en eso, la miré temblando y llorando.
—Tranquila, no era mi intención asustarla.
Estaba por abrir la puerta cuando se abrió de un solo y un puño se estrelló contra mi rostro. Nahún me ayudó a levantarme, y miré cómo Sergio la abrazaba sacándola del baño. Pero antes de salir. —No te vuelvas a acercar a ella, idiota.