6.- Quemada viva

1911 Palabras
(Ray)     ―No va a venir ―comentó Max, estábamos todos reunidos en la sala de la casa casi al anochecer. ― ¿Qué vas a hacer? ―me preguntó Leo. ―Llámalo ―contesté sin emoción. ―Ray… ―comenzó a decir Manuel, pero yo lo miré inflexible y calló. Leo me dio el teléfono cuando Ricardo contestó. ―No vas a venir ―dije esperando que me contradijera. ―¿La quemarás? ―preguntó lacónico. ― Si no vienes, lo haré. ―Entonces no, no iré a aburrirme con ustedes, sabes que aún no ha llegado el momento de derrotarlos definitivamente. ―Eso sonó extraño, ellos no necesitaban esperar una ocasión para derrotarnos, éramos nosotros quienes necesitábamos esperar las condiciones apropiadas para destruir a Marina cuando estuviera vulnerable―. Cuando sea el momento de destruirlos… ―Eso quisieras. ―Eso haré ―confirmó Ricardo―, esta vez no lograrán sobrevivir. ―Eso está por verse; tú, Marina y toda tu tropa de imbéciles caerán para siempre. ―Sí, claro, sueña mientras tengas tiempo… y vida. ―Los destruiremos a todos, empezando por Marina ahora mismo. La risa de Ricardo no se dejó esperar al otro lado del teléfono. ―No te atreverás, ambos sabemos que eres un cobarde y si la destruyes ahora, todo quedará en nada y tendrás que esperar otros cinco siglos, además… aún la amas. ―¡No es cierto! ―protesté sin convicción. ―Ni tú te lo crees. ―Ricardo se divertía mientras yo perdía el control ―Te lo demostraré. ―Ya quisiera verlo. ―Ven y lo verás. Corté el teléfono y subí al cuarto de Abril, le demostraría que yo no estaba para juegos y que era muy capaz de matarla, así podría ver lo que les esperaba a ellos cuando llegara el momento. Si esa mujer era Marina, pagaría caro todo el daño que había hecho durante años y si no lo era… que Dios la amparara. Entré al cuarto, miraba pensativa el cielo, seguro ya sabía que aquella noche era decisiva para ella; lloraba. Cuando me vio entrar, el terror se apoderó de sus ojos y ya no pude volver a mirarla a la cara. ―Tu noviecito no quiso venir ―le informé sintiéndome más maldito de lo que era. ―No… ―Esa sola palabra fue un ruego en toda su expresión. ―Vamos. ―Le tomé la mano, no me atrevía a mirarla. ―No. ―Volvió a suplicar―. ¿Dónde me va a llevar? ―Vamos. ―Intenté poner un poco más de fuerza a mi voz. Bajamos la escalera y pude ver a todos aterrados, sin atreverse ninguno a hacer nada por detenerme. Cada vez me sentía más miserable; cuando salimos afuera, el corazón de Abril se aceleró al máximo, a punto de un ataque cardíaco, la miré y la dormí; la recibí en mis brazos. Por suerte para ella, yo puedo hacer eso: dormir a las personas con solo mirarlas, lo hice anoche después de la supuesta amputación de su mano y ahora, si no lo hacía, hubiese muerto de un paro cardiorrespiratorio… y no podía permitirlo. ―¿Lo ibas a hacer de verdad? ―preguntó Max que nos había seguido. Iba dispuesto a eso, sí, pero no podía hacerlo. Una lágrima de sangre corrió por mis mejillas. ―Ricardo lo sabrá si no lo hago ―musité, estaríamos con puntos en contra si se daba cuenta de que yo no era capaz de luchar contra Abril. ―No tiene por qué saberlo. ―Nick salió de la casa hablando en voz baja. ―¿Qué dices? ―Esperemos que se despierte y haz lo que ibas a hacer, la defenderé, Max hará lo suyo y lo atrapamos ―propuso Nick. Era una buena idea. ―¿Y Leo? ―No lo sé ―contestó Nick―, salió en busca de Joseph que escapó cuando bajaste con Abril, no están cerca, no puedo oírlos. ―Está bien ―accedí―, hagamos lo que hay que hacer. Cuando sentimos que Ricardo estaba cerca, le golpeé con suavidad la cara para despertarla y al hacerlo, se abrazó a mí asustada, bajé la cara, ¿por qué esa chica tenía el don de hacerme sentir un canalla? Su carácter era tan dulce que todo lo demás parecía amargo a su lado.   ―Ya. ―Intenté parecer duro e inflexible. Olvidando mis resquemores, la bajé al suelo y, muy a pesar mío, la aparté de mí y sin mirarla la amarré a un árbol sin hojas del jardín. ―¿Qué me va a hacer? ―preguntó ella con voz triste. ―Te quitaré el frío. ―Debía parecer decidido y cruel. ―Por favor, no lo haga ―rogó desconsolada. Amontoné palos y paja alrededor de ella, menos mal que yo no tenía corazón, porque de seguro me delataría. ―¿Te gustan las fogatas? ―pregunté en un estúpido intento de parecer un desalmado. Ella lloró aún más, si eso era posible, ante mis palabras. ―Por favor, por favor, no lo haga, si quiere matarme, máteme de una vez, pero no así, por favor. ―¡Ray, no! ―Leo llegó en ese momento, el peor momento.  ―Tengo que destruirla. ―Fue mi escueta respuesta, no podía darle explicaciones. No en ese momento.   Abril sollozaba angustiada. ―Mírala, Ray ―me dijo, como si fuese capaz de hacerlo. ―No ―contesté, sabía que si la miraba perdería toda mi fuerza de voluntad. No podría hacerlo, ni siquiera de mentira. ―Tan solo mírala ―me rogó Leo. ―Déjame Leo. Ricardo dijo que no sería capaz y le demostraré que no tengo ningún temor de destruirlo a él y a toda su hueste. ―Yo no tengo nada que ver con él, por favor ―imploró Abril, me dolía mucho verla sufrir tanto. ―Ray, mírala, ella no es Marina. ―Lo es. Y si no lo es, mal por ella. Abril miró alrededor, estaba aterrada, yo quería soltarla, sacarla de allí, hacía frío y con el miedo temblaba como una gelatina. Leo vio como yo encendía una antorcha, sin atreverse a detenerme. Abril miró a Leo, éste sostuvo su mirada, cuando acerqué la llama a la chica, él corrió hacia mí arrebatándome la antorcha de las manos y lanzándola lejos. Joseph apareció en ese momento también a la defensa de ella. ¿Por qué justo se tenían que aparecer? ―¡No puedes hacerle esto! ―gritó Joseph desesperado. ―¡Déjame, Joseph! ―No podía dar explicaciones, ¿Cómo hacerles entender? ―¡No! ―Leo intentó atacarme, yo me defendí, intentando no hacerle daño. ―Leo, si no me dejas, te destruiré a ti antes que a ella, no te metas. ―No era cierto, pero no se me ocurría qué más decir para que me dejaran en paz ―. Y lo mismo va para ti, Joseph, será mejor que se vayan si no quieren ver esto. Leo miró a Abril, ella les rogó en voz baja que no intervinieran, que no había nada que hacer, que no se preocuparan. ―Por favor ―me rogó ella entre sollozos―, no los lastime…, por favor. Yo me volví y la miré sorprendido, ¿estaba defendiendo a Leo y a Joseph? ―Claro. Siempre y cuando ellos me dejen quemarte en paz ―respondí y tuve que hacer uso de toda mi fuerza de voluntad para no soltar sus amarras, llevarla adentro, arroparla y cuidarla. ―No voy a quedarme a ver esto ―dijo Leo y salió de allí. Hice un gesto a Max, no quería hacer aquello, no después de lo que había dicho Abril, no después de que defendiera a dos desconocidos que la tenían tan secuestrada como yo. Encendí otra antorcha y en esa oportunidad fue Joseph quien se lanzó sobre mí para impedirme quemar a Abril. ¿Cómo podía hacerles comprender que no le haría daño? Por lo menos no el daño que ellos pensaban. Si hacía o decía algo, Ricardo se enteraría, tenía los mismos sentidos desarrollados que nosotros, como vampiros, podemos escuchar y ver mucho mejor que cualquier animal del planeta. ―¡Llévenselo de aquí! ―ordené. Suficiente era con tener que ver la cara de Abril, para tener que ver a mi amigo sufrir. ―¡Déjala, Ray, no lo hagas! ―suplicó Joseph. ―¡Fuera! ―rugí, tal vez esa era la única manera que entendiera, pero Abril se encogió de terror sin dejar de llorar. ―¡Desgraciado, infeliz! ¡Te voy a destruir! ―gritó Joseph mientras se lo llevaban Manuel y Nick fuera de allí. Me volví a ver a Abril que miraba horrorizada cómo se lo llevaban, cuando desaparecieron me miró más aterrorizada aún. ―Por favor, no permita que lo lastimen. Miré a Max con gesto culpable y luego la miré a ella con lástima. ―Lo siento niña ―le dije con voz suave―, si ellos no obedecen merecen un castigo. Y tú debes pagar por tu noviecito ―terminé de decir al momento de acercar la llama a su cuerpo. El grito desgarrador de Abril nos conmovió a todos. Max se desconcentró y yo no pude evitar mirarla para dormirla de inmediato. Pero hubo algo más que no se hizo esperar, una risa, una risa maquiavélica proveniente del bosque, la inconfundible risa de Ricardo que disfrutaba del espectáculo. Tampoco se hicieron esperar las carreras de los hombres que se reunieron a una a la entrada del bosque y se adentraron a él para encontrar a Ricardo. Yo me quedé con Abril, la desaté con cuidado, la llevé en mis brazos como si fuera una muñeca de cristal y, con la misma delicadeza, la acosté en la cama. ―Ray ―susurró ella. ―Aquí estoy Abril, cálmate, ya pasó todo ―le acaricié la mejilla dulcemente. ―¡Ray, ayúdame! ―Estaba en medio de una pesadilla, intenté despertarla, pero no pude. ―Tranquila, cariño, ya pasó, todo está bien. Abril hizo unos pucheros, abrió los ojos y me miró como si supiera lo que yo sentía por ella, se abrazó a mí como si fuera su tabla de salvación. La acogí con gusto en mis brazos y en pocos minutos se volvió a dormir. La aparté un poco para contemplarla; el cansancio, el temor y el dolor la dejaron sin fuerzas. Y pensar que estuve a punto de quemarla viva para darle en el gusto a Ricardo. En mi mente flotaba aún su grito desgarrador. Más que nada y más que todo. Fue un grito de pánico, de dolor, de desesperación; si yo lo sentí así, que sabía que aquello no era verdad, no podía imaginar lo que sintió Joseph y cómo debía estar odiándome por ello. Y lo comprendía. Pero ¿Leo? Su actitud no la entendía, algo ocurrió en él, un cambio en su mirada. ¿Qué vio en ella que lo hizo actuar de ese modo? El movimiento desesperado de Abril me sacó de mis pensamientos. Otra pesadilla. Me quedé toda la noche con ella, intentando calmarla una y otra vez cada vez que se retorcía por algún mal sueño, donde gritaba mi nombre y, al abrir los ojos, se abrazaba a mí sin lograr despertar del todo.
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