Prólogo.
Jamás dos líneas rojas me parecieron más amenazantes. No podía dejar de mirarlas, allí, en ese test que reposaba tranquilamente sobre el mesón.
¿Cómo una simple prueba de plástico podía provocar una sensación tan tortuosa? Embarazada.
Estaba embarazada, con dieciocho años y una carrera por delante. Embarazada de él.
El pensamiento me arrancó una sonrisa. Acaricié mis labios, que ardían con el recuerdo de sus besos, sus caricias, las noches que pasamos juntos amándonos.
Collin significaba para mí el mejor verano de mi vida, la felicidad absoluta: las noches en el tejado de su casa bebiendo el whisky añejo de su padre, las tardes en el lago, los paseos nocturnos a las colinas para mirar las estrellas, el tatuaje.
Acaricié las letras con los dedos. Su nombre para siempre en mi piel, el mío para siempre en la suya.
Solté un suspiro, guardando el test de embarazo en el bolsillo trasero de mis shorts. Lo llamaría, hablaría con él, le diría que había una parte suya, y mía, creciendo en mi interior. Lo resolveríamos.
Estaba a punto de tomar el teléfono para marcarle cuando sonó. Leí el mensaje rápidamente.
El mensaje era de la madre de Collin. Su tono frío y cortante se percibía incluso a través de las palabras escritas:
"Necesito hablar contigo. Ahora."
Mi corazón se encogió. Sabía que esto no podía ser bueno. Respiré hondo, intentando calmar el temblor en mis manos. Dejé el teléfono sobre la mesa y me dirigí al lugar acordado, un pequeño café en las afueras del pueblo. Ella ya estaba allí, sentada con la espalda recta y el semblante imperturbable, una imagen perfecta de control y autoridad.
—Linda —dijo, sin siquiera intentar sonreír—. Hay algo que debes entender. Mi hijo tiene un futuro brillante por delante, y no pienso permitir que alguien como tú lo arruine.
Su voz era afilada, cada palabra una daga que se clavaba en mi pecho. Traté de mantenerme firme, pero sus ojos, tan fríos como el hielo, me hicieron vacilar.
—Si no lo dejas, haré todo lo necesario para destruirte a ti y a tu familia. No te acerques más a Collin.
Sentí cómo el aire se escapaba de mis pulmones. La mujer que tenía delante estaba dispuesta a todo, y yo no podía arriesgarme. No podía permitir que mi familia sufriera por mi amor. Mis labios temblaron, pero asentí lentamente, incapaz de hablar.
—Bien —dijo, levantándose—. Espero no tener que repetirlo.
La vi alejarse, con la cabeza en alto, mientras yo me quedaba sentada, sintiendo cómo el peso del mundo caía sobre mis hombros. Tenía que alejarme de Collin, pero ¿cómo? ¿Cómo iba a romper su corazón sin romper el mío también?
Fue entonces cuando la idea me golpeó. Era cruel, pero la única forma. Collin nunca me dejaría si no le daba una razón. Tendría que inventarme algo, algo que lo alejara para siempre. Cerré los ojos, las lágrimas deslizándose por mis mejillas.
Esa noche, cuando Collin vino a verme, con esa sonrisa que siempre me hacía sentir segura, reuní todo el valor que me quedaba y lo miré a los ojos.
—Hay algo que debo decirte —comencé, con la voz quebrada—. No puedo seguir con esto… He estado viendo a alguien más.
El brillo en sus ojos se apagó de inmediato, sustituido por una mezcla de incredulidad y dolor.
—¿Qué? —susurró—. ¿De qué estás hablando, Linda?
Me forcé a mantener la mirada, aunque sentía que me estaba desmoronando por dentro.
—Lo siento, Collin, pero no puedo seguir contigo. Lo nuestro… ha terminado.
Su expresión se endureció. Sin decir una palabra más, se dio la vuelta y se fue, dejando tras de sí el sonido de mi corazón rompiéndose en mil pedazos.
Acaricie mi vientre, sabiendo lo que allí crecía, pidiendo disculpas al niño que acaba de dejar sin padre.
Esa fue la última vez que lo vi. Hasta cuatro años después.