POV Edgar
El barrio no ha cambiado en nada, lo veo igual que hace cinco años. Es la gente la que hace que todo se vea diferente.
Ricardo me ve, y de primera impresión se queda como lo hizo mi Nat.
Se aproxima a abrir la pequeña cerca de su casa cayendo en cuenta de que no está alucinando.
—¡No me jodas! ¡Puto Edgar! —exclama sorprendido reuniéndose conmigo con un abrazo que no dudo en corresponder―. ¿Cuándo saliste, cabrón?
—En la mañana, casi a medio día. ¿Y qué?, ¿cómo estás? —pregunto mirando a mi alrededor.
—Todo bien, hermano —Se incorpora haciendo una pausa y sonríe—. ¡Pero no me lo creo, en serio! Se te echó de menos, cabrón.
No me termino de creer que sigue siendo el mismo. Me habla como si no hubiera pasado el tiempo, aunque para mi sea imposible ignorar los años transcurridos.
—¿En serio?
—Claro que sí. Aunque no te ves muy bien que digamos, hermano —dice observándome. No hago más que mirar al suelo.
—La buena vida —añado con sarcasmo.
—¿Cómo están en tu casa?, ¿qué dice tu mamá?
—Emocionada —Sonrío—. Javi me ayudó para salir de ahí. Mi papá pues… ya sabes que no soy santo de su devoción.
Dejo claro esto último con tristeza. No es un secreto para Ricardo lo de mi papá.
—Me Imagino. ¡Pero pásale!, no te quedes ahí.
Apresura a abrir la puerta, y lo sigo hasta su habitación. Se sienta en la cama recargándose en el respaldo; yo hago lo mismo en el otro extremo para acostarme, después paso mis manos por detrás de mi nuca.
La casa sigue igual, no ha cambiado nada. Pasé muchas tardes de mi infancia en esta habitación. Cuando mi papá se ponía a pelear con mi mamá, corría aquí con Ricardo y me distraía un buen rato hasta que se me olvidaba del motivo por el que me había salido de mi casa, y tenía que regresar.
—¿Y qué?, ¿cómo te sientes? —pregunta con interés.
—Genial. Se siente muy bien.
—Ya. ¿Y ahora qué sigue?
—Javi ya me sentenció. Trabajar y estudiar.
—Pues a ponerse las pilas, hermano.
—Ya lo sé.
—¿Y cómo es allá adentro?, ¿sí está muy feo?
—De la v***a. Óscar no se escapó nada más porque sí—revelo.
—Que mala onda—añade pensativo.
Supongo que trata de imaginárselo. Pero no es algo que te puedes imaginar. Lo conoces hasta que lo vives en carne propia.
—Todos deben levantarse a las cuatro de la madrugada, y a bañarse con el agua bien fría. En tiempo de calor pues no hay problema, pero en invierno es cuando se resiente. De todos modos, tienes que aguantarte lo que te hacen, si te quejas hasta te toca más.
—¿De plano?
—Sí. Aparte, hay que conseguir buen billete para pagar piso. Si no tienes, no eres nadie y tienes que cuidarte veinticuatro siete. Los putos guardias se hacen pendejos porque les toca su parte.
—Tsss, ¿y qué hay de cierto con la onda de las pandillas ahí adentro?
—Pues es que hay de todo, hermano. Al principio te quieren asustar, pero pues no es tan diferente de la correccional. Sí me fue muy mal, pero al principio nada más —revelo relajado, porque decirlo cuando ya no lo estás viviendo se siente genial.
—¿Qué hiciste o qué?
—No hice nada, tuve la mala suerte de gustarle a un puto maricón. Hay muchos adentro que dan las nalgas para conseguir droga.
—No me jodas. Traías tu pegue hermano, ja, ja, ja.
—Para mi mala suerte. El tipo se enojó porque no le daba por su lado. Tenía sus contactos entre algunos miembros de un cartel, y pues me tocó una golpiza que no te imaginas.
—Tsss. ¿Cuánto tiempo estuviste así?
—Como tres meses. Cada vez que los de ese cartel tenían oportunidad, me agarraban a golpes en el patio. Ya tenía pase con ellos hasta que de plano evitaba salir, no me importaba quedarme sin ver la luz del día. Estaba mejor en la celda.
—¿No te defendías, o qué?
—No, Ricardo. Hacían montón. Pero me tocaron unos compañeros de celda bien chéveres, éramos tres. Estaba en el pabellón de la Mara. Eso me ayudó bastante porque me hice amigo de ellos, y los del cartel no volvieron a meterse conmigo.
—¿No intentaron reclutarte?
—Sí. Pero no lo hice… ya suficiente tenía con el problema por el que fui a parar ahí. Me llevaba bien con ellos nada más, no me juntaba tanto tampoco. Para eso primero tenían que meterme una golpiza, y ya tenía bastantes con las que me habían dado los del cartel.
—Ya. Aparte te tienes que tatuar la cara, ¿no? Algo así.
—Sí. Esas cosas son como rangos.
—Como los Narcos.
—Pues son una mafia. Una vez que entras, no sales vivo de ahí. Entre más tatuado estés, más hundido también.
—De lejitos pues.
—Mientras uno se mantenga al margen y no se meta con nadie, no hay problema. Tienen como códigos entre ellos, y también territorio marcado. Algunos acuerdan hasta treguas. Aun así, debes cuidarte la espalda. Tuve una puta suerte de que me agarraran a puros golpes.
—¿En serio? ¿Qué es lo peor que te puede pasar? Que te maten, ¿o no? —Esbozo una sonrisa que se desvanece casi al instante al escuchar la ingenuidad de mi amigo.
—No, hermano. Si no tienes aguante, que te maten es lo mejor que te puede pasar ahí adentro. Lo peor ahí es que te violen.
—Mcht. ¿Qué no hacen eso con los violadores y pedófilos nada más?
Niego con la cabeza.
—Ahí las violaciones son un puto castigo si te metes donde no debes.
Ambos nos quedamos en silencio por un momento. Creo que vio mi cara de no querer decir más. Nunca me violaron, pero casi. De no ser por ese tipo de la Mara… le debo la vida.
—Pues lo bueno es que ya saliste.
—Y se siente genial estar de este lado.
—No me jodas —Se ríe. Obviamente, ya había reparado en el tatuaje que traigo en la parte del hombro, y lo señala con la barbilla; levanto más la manga de mi camisa descubriéndolo por completo—. ¿Eso qué?
—Uno de esos compañeros me lo hizo.
—Está genial. ¿Viste a Natalia? ―pregunta al ver su nombre tatuado.
—Sí. Cuando venía para acá.
—¿Y qué te dijo?
—Nada más me abrazó —Esbozo una sonrisa.
—Te brillaron los ojitos, hermano —Me lanza una almohada riéndose.
—Creo que le agradó verme. Pensé que como mínimo, no me hablaría.
—Cómo crees. Natalia no es así.
—Y Abel, ¿todavía vive aquí?
—Sí. Pero no le habla a nadie, solamente a Natalia. Si todos aquí no los conociéramos a los dos, podríamos decir que son novios.
—¿Anda con ella? —Me pesa preguntarle.
—No. Pero siempre está con ella.
—La vi muy cambiada por fuera, pero parece que por dentro es la misma —replico mirando al techo.
Tiene algunas partes fisuradas de la pintura, y otras con marcas amarillentas donde se filtra el agua cuando llueve.
—No es la misma. De hecho, sí ha cambiado algo. Y como te digo, Abel siempre está con ella; la acompaña a todos lados la mayoría de las veces, no sale de su casa o ella de la de él —platica arqueando una ceja con desagrado.
—Entonces sí debe ser su novio —digo con desánimo.
—No creo. A pesar de que siempre están juntos, nunca se les ha visto que se besen o algo así que los comprometa más. Fuera de eso, pues tu novia tiene su bola de seguidores, pero ni los voltea a ver.
Volteo a verlo incorporándome sobre mis codos. Mi novia… estaría genial si fuera verdad. Todavía me hace sentir cosas, y lo pude comprobar hace rato.
—¿En serio no crees que sean novios? —pregunto con un ligero aire de esperanza.
—Sí, hermano. Si fuera así, ya lo sabríamos. Son amigos nada más, como siempre. Dan a entender, pero nada más. Lo que sí fue, es que hubo rumores de que tuvo algo que ver con un tipo del otro barrio. Pero no lo sé, no me consta.
—¿Quién es?, ¿lo conozco?
—Se llama Gilberto.
No. No me suena.
—¿Gilberto? —pregunto extrañado, porque no tengo idea de quién carajo es—. ¿Quién es ese tipo?
—Uno que vive pasando las vías, es amigo de Jorge. Conoce a los chicos por él.
—No tengo idea… jamás había escuchado ese nombre —digo intrigado—. Y hablando de aquellos rumbos, ¿siguen defendiendo su territorio? —pregunto.
—Sí. Pero ese tipo no se junta con ellos. Entra de este lado como si nada. Igual que Jorge, va para allá y no tiene problema.
—¿Se siguen juntando atrás en la palapa? —Asiente.
—¿Te acuerdas de Karla? —Afirmo con la cabeza—, ando quedando con ella.
—Pero ella casi no sale, ¿o ya la dejan?
—Sí. Se junta mucho con Natalia, es por ella que le hablo. No sé si supiste, antes de que terminaran la secundaria, andaban metiéndose en un club de futbol. Pasaban mucho por aquí, y un día no hubo práctica. Se quedaron platicando aquí conmigo hasta bien tarde.
—Algo me llegó a comentar, pero ya sabes… andaba en otras cosas. ¿Siguen en esos rollos? jugando Futbol.
—No, Natalia lo dejó. Pasaron muchas cosas después de que te llevaron.
—Me imagino.
—¿Y entonces qué?, ¿ya le dijiste que te gusta? —Volteo a verlo extrañado.
—¿A quién? —pregunto haciéndome tonto, porque sí entiendo.
―Pues a ella. ¿De quién estamos hablando? Menso.
—¿Ah, sí? —Finjo sorpresa arqueando las cejas.
—Te haces el loco.
—No es eso —menciono desanimado—. Ella siempre me ha visto como a un hermano nada más.
—No jodas, Edgar ―dice entrecerrando los ojos.
—Es la verdad. Y aunque no fuera así, ya pasaron cinco años. Nada es como antes. Las personas cambian.
—Estás mal, hermano. Si así fuera, ya andaría con uno de esos dos pendejos, pero no les hace caso. Nadie le ha conocido un chico así como que oficial, y sabes que aquí los chismes no corren, vuelan.
—Pues qué raro, eh. Está bien hermosa como para que no tenga novio. Cambió muchísimo; al menos físicamente. Así que no dudo que Abel ande esperando la oportunidad si es que no ya la aprovechó.
Me pesa decirlo, pero es la verdad.
No me la imagino con otro tipo, me entra como desesperación. No sé, un sentimiento así bien feo. Como cuando Abel me dijo que ella le gustaba. Pero no puedo hacer nada. Si no es con ese pendejo, va a ser con otro. Y no puedo rechistar eso, es libre de hacer lo que quiera y de estar con quién quiera.
Aunque si ella me volteara a ver como hombre, buscaría la manera de hacerla feliz. No se la dejaría fácil a otro cabrón.
—Y sí, eh. Está como quiere… —dice con un tono de perversión, imaginándose no sé qué carajo.
—No te pases, cabrón —amenazo entre serio y jugando. Le regreso la misma almohada que me aventó.
— Ja, ja, tu cara. Puto alucinado. ¿Vamos o qué?
—¿A la palapa?
—¿A dónde más?
—No sé, hermano —digo no muy convencido—. Todos me van a ver así bien feo.
—¿No quieres ver a Natalia?
Este idiota no me quiere dejar opciones. No es que no quiera verla, es que no sé qué decirle, o qué hacer frente a ella.
—Pues sí. Pero no con el puto montón de curiosos y chismosos que son.
—Que te importe un carajo los putos chismosos —Se levanta, y me da una ligera patada en la pierna—. Levántate, vamos para que la veas.
—¿Para qué? O sea, si la quiero ver, pero…
—Pero nada —me interrumpe—. Vamos para que le digas que siempre la has visto con ojos de pollo a medio morir, ja, ja, ja.
—No jodas. Eso no es cierto —declaro nervioso.
Pero no por él y lo que dice, sino porque solo de pensar en decirle a Natalia lo que siento, me hago todo un cuento de hadas en la cabeza. Si ella no me corresponde, no creo aguantar el batazo.
—Ah, ¿no? —cuestiona arqueando una ceja.
Trato de disimular porque francamente sí es verdad. No había día que no pensara en ella. Me mataba creer que ya me había olvidado. Que había dado vuelta a la página. Incluso llegué a creer que estaba con Abel. Pero después de todo lo que me ha dicho Ricardo, más la reacción que tuvo al verme, me doy cuenta de que supuse pura pendejada. Podría tener razón.
—Vamos al Oxxo. Te despejas mientras caminamos. Luego vamos con la banda para que la veas y platiquen. Ya de perdis.
—¿Dónde está el Oxxo?
—Tú camina. Esta acá afuera, por el boulevard.
—¿Qué vas a comprar?
—Tú camina. Es para que te relajes, y no te me desanimes ahorita que hay mucha vieja chismosa.
Camina decidido y no me queda más que seguirlo. Me platica qué onda con lo más nuevo que ha pasado aquí. Y pues no está lejos el Oxxo, pero al salir caminamos dándole la vuelta a la manzana. Compró unos refrescos y una cajetilla de cigarros. Me ofrece, pero declino.
Veo un chingo de cambios. Todo el centro se ve diferente. Antes, los puestos ambulantes estaban sobre las aceras, ahora tienen como que su espacio; aunque se ven estorbosos en medio de la calle. Es un desastre.
Hacemos como media hora en ir y regresar.
Las miradas de los vecinos están sobre mí, puedo sentirlas, pero trato de ignorarlas. Algunos se me quedan mirando fijamente sin disimular. Otros van de paso sin tomarme en cuenta; esos son los que no salen de sus casas para no meterse en broncas con nadie.
Tengo que superarlo y afrontar las consecuencias.
Rodeamos la iglesia para no cruzar por el callejón; no puedo evitar mirarlo. Aunque no hay nadie, se siente raro. Al dar la vuelta se alcanza a ver el grupo de chicos que ya no son niños ni adolescentes. Todos crecieron.
Ella está ahí. Alcanzo a ver a un tipo que le pega jugando con los pies; ella está sonriendo, y Gaby voltea a vernos.
—El tipo que está con ella, es Gilberto —Me alerta Ricardo.
Seguimos caminando. Estoy nervioso, y me doy cuenta de que no es por cómo me miren los que están ahí, sino por ella. Se me acelera el corazón sin control, más que cuando consumía esa porquería; si hubiera estado más consciente de lo que hacía… Javi tiene razón, fui un puto egoísta, y hasta ahora me vengo a dar cuenta.
—Hola, Edgar. Pensé que eran puros rumores —saluda Gaby.
Bebe de la botella de agua que tiene en sus manos sonriendo con malicia. Natalia se incorpora sentándose bien y me sonríe.
—¿Qué hay? —saluda Ricardo.
—¿Apoco si está feo estar ahí adentro? —pregunta Lucy con una sonrisa igual de maliciosa que su hermana.
Putas viejas, son tal para cual. No quiero ser grosero, aunque todos sabemos que alguien debería ponerlas en su lugar.
—¿Cómo haces esas preguntas? —interrumpe Alicia, y Gaby solamente tuerce la boca mirando a otro lado—. Tú no le hagas caso, Edgar. Me da gusto verte.
—Ven, hermano. Siéntate —Me pide Ricardo al tiempo que se sienta a un lado de Karla. Pero me quedo recargado en uno de los pilares de la palapa—. Hola—Alcanzo a escuchar que le saluda en voz baja, y ella le responde igual.
—Natalia, siéntate aquí chiquibaby, para que le dejes lugar a tu amigo —propone el tal Gil palmeando sus piernas.
¿Chiquibaby? ¿Quién se cree este pendejo? Sí le ando dando una buena golpiza para que deje de comérsela con la mirada.
—Ya quisieras —responde ella rodando los ojos.
Cada quien se mete en sus propias pláticas. Ella no me quita la vista de encima, y no sé para donde mirar.
Llega Jorge, el hermano de esas dos viejas fastidiosas. Él, a diferencia de sus hermanas, no se mete con nadie ni le gusta que lo traigan en chismes o en problemas. Se mantiene al margen de todo. Se acerca sorprendido de verme, y me saluda.
—¡Ese mi Edgar! ¿Cómo estás? ¿Todo bien? —Me ofrece su mano, y lo saludo.
Chocamos las palmas y después el típico golpe, hombro con hombro.
—Todo bien —Asiento y se acerca a su amigo.
No me interesa saber de qué hablan ellos, ni Alicia con las Mendoza; así se apellidan esas tipas. Tampoco Ricardo con Karla. La única que me interesa es ella. Se levanta para acercarse conmigo.
—¿Me acompañas? —pregunta sin dejar de caminar, y la sigo.