UN SUEÑO INQUIETANTE

1404 Palabras
*GRAYSON “LEONEL” * Los días se fueron transformando en semanas, y cada visita de Jade, que ahora era mi prometida, junto con la presencia de Henry, a quien creía que era mi padre, me recordaba constantemente lo que había perdido en este largo proceso de mi vida. A veces, al observar a Jade reír o sonreír con esa luz que la caracteriza, me preguntaba con nostalgia si alguna vez había sido verdaderamente parte de su vida. Sus ojos verdes reflejaban una historia rica y profunda que no podía recordar, aunque en el fondo de su mirada, también podía notar una sombra de tristeza que la envolvía, como si el peso de mi partida y de lo que había perdido en el camino le aplastara el alma, generando un vacío tanto en ella como en mí. Esa mezcla de alegría y melancolía se manifestaba en cada encuentro, y me llevaba a reflexionar sobre el vínculo que alguna vez compartimos y lo que las circunstancias nos habían hecho perder. En mis momentos más oscuros, me preguntaba si había algo terrible en mi pasado, algún secreto oculto que había llevado a esa amnesia. ¿Había hecho algo que mereciera el olvido? Esa idea me llenaba de terror, y la ansiedad se convertía en una constante en mi pecho. Mientras observaba atentamente los monitores que mostraban mis constantes vitales, la puerta de la habitación se abrió y entró una médica. Su cabello castaño claro caía suavemente sobre sus hombros, y su cálida sonrisa iluminó la estancia, transmitiéndome una sensación de paz y tranquilidad en ese momento. “Hola, Grayson, soy la doctora Evans”, me dijo con una voz amigable y reconfortante. “He estado supervisando tu recuperación y quiero asegurarme de que estés cómodamente al tanto de cómo va todo”, comentó mientras pasaba su dedo por la pantalla de su tablet, revisando detalladamente los informes médicos que contenían información sobre mi estado de salud. —¿Cuándo podré salir de aquí? — pregunté, mi voz apenas un susurro. —Eso depende de tu progreso. Has mostrado signos de mejoría, pero la recuperación total lleva tiempo —respondió, evitando mirarme a los ojos—. Es normal que sientas confusión y ansiedad. Hablaremos sobre la terapia para ayudarte a lidiar con esto. Además, esa herida en tu frente no sanará de la noche a la mañana. La palabra “terapia” resonó en mi mente. ¿Qué tipo de terapia? ¿Era porque había algo más que no me estaban diciendo? La idea de enfrentar mis propios demonios, de descubrir la verdad detrás de mi amnesia, era aterradora. Pero más aterrador era permanecer atrapado en esta burbuja de desconocimiento, en este laberinto sin salida. Confundido y desesperado, tomé la decisión de enfrentar de una vez por todas mi complicada situación. Comencé a plantear preguntas que necesitaban respuestas urgentes: hablé con el personal médico que me atendía, busqué información detallada sobre mi estado y las posibles opciones de tratamiento, me uní a diversas sesiones de terapia para poder trabajar en mis pensamientos y emociones, y traté de reconstruir los fragmentos perdidos de mi vida que parecían desvanecerse cada día más. Sin embargo, a pesar de todos mis esfuerzos, cada intento parecía aumentar mi frustración en lugar de aliviarla. Las sesiones de terapia, aunque me ofrecían un espacio para expresar mi angustia y compartir mis temores más profundos, no eran suficientes. Cada vez que cerraba los ojos, la niebla que nublaba mi mente regresaba con más fuerza, cubriendo mis pensamientos y provocando aún más confusión. Me encontraba en un ciclo interminable de incertidumbre y desasosiego. ¿Quién soy realmente en este mundo que se siente tan ajeno y distante? Una noche tranquila, mientras Jade dormía plácidamente a mi lado en la cama del hospital, sentí una curiosidad incontrolable que me llevó a tomar una decisión. Decidí que era el momento adecuado para explorar un poco los pasillos del hospital. Con cierta dificultad y algo de esfuerzo, me levanté lentamente, apoyándome en la pared para mantener el equilibrio, y comencé a caminar a lo largo del pasillo. Las luces eran muy tenues, apenas iluminando el entorno, y el silencio era casi absoluto, creando una atmósfera que parecía envolverme por completo. Una de mis piernas no respondía como debiera. Al avanzar, me detuve frente a una sala de espera donde pude observar a un grupo de personas reunidas. Sus rostros mostraban una mezcla de esperanza y desconsuelo, un reflejo de las emociones intensas que todos compartíamos en ese lugar. En ese instante, mientras contemplaba esa escena, comprendí profundamente que había casos peores; había otros también enfrentando sus propias batallas y preocupaciones en este sitio, lo que me proporcionó una extraña sensación de compañerismo en medio de la adversidad. Mientras caminaba, sentí un impulso que me llevó a una ventana. Miré hacia afuera, hacia la ciudad iluminada, y por un breve momento, sentí una conexión con el mundo exterior. Recordé fragmentos de mi vida: risas, lágrimas, momentos en que me sentí vivo. Pero al mismo tiempo, el abismo de lo que había perdido parecía más profundo que nunca. ¿Sería posible que un día pudiera saber quién es Grayson Whitmore, el hombre que había sido? —¡¡Grayson!! ¿Qué haces levantado? —la voz de Jade resonó en el cuarto, cargada de preocupación mientras corría hacia mí. Su rostro reflejaba una mezcla de miedo y reproche, aunque sus manos suaves no tardaron en buscar las mías para sostenerme. Respiré profundo, tratando de mantener el equilibrio. Cada paso me parecía una batalla contra mi propio cuerpo. —Jade —dije con un tono que apenas ocultaba mi frustración—, tengo una de mis piernas dormidas, casi no la siento. Ella me miró, intentando disimular la inquietud que se reflejaba en sus ojos. —El médico dijo que poco a poco te recuperarás. Al principio usarás silla de ruedas o bastón, pero es temporal. Te prometo que no será para siempre. —¿Tan mal estoy? —pregunté, con un nudo de desesperación formándose en mi garganta. Quise demostrar que aún tenía algo de fuerza, que podía moverme por mi cuenta. Dejé de apoyarme en la pared, ignorando la advertencia de Jade. El esfuerzo fue inútil. Apenas puse peso en mi pierna, esta cedió, traicionándome. Me desplomé al suelo con fuerza, como si mi cuerpo decidiera rebelarse contra mi voluntad. Jade lanzó un grito que llenó el espacio, un llamado desesperado por ayuda. La vi arrodillarse junto a mí, sus manos temblando mientras intentaba revisarme para asegurarse de que no me había lastimado más. —¡Henry! ¡Henry, ven rápido! —su voz quebrada era un eco del dolor que sentía en mi interior. Mientras yacía en el suelo, incapaz de levantarme por mí mismo, la realidad me golpeó como un puño invisible. Era un hombre reducido a este estado. Yo, Grayson, el líder firme y visionario que había conquistado el mundo empresarial, ahora necesitaba asistencia para el más mínimo movimiento. —No quiero ser un lisiado —susurré, la voz rota por una tristeza que no podía contener. Jade, con lágrimas acumulándose en sus ojos, tomó mi rostro entre sus manos y me obligó a mirarla. —Escúchame, Grayson —dijo con firmeza—. Esto no te define. No eres menos por lo que pasó. Recuperarte será difícil, pero lo haremos juntos. Nunca estarás solo. En ese momento, la puerta se abrió de golpe y Henry apareció, su rostro serio y sereno, como siempre. Sin decir una palabra, se agachó para ayudarme a sentarme. Su presencia, aunque silenciosa, era un pilar que me hacía sentir algo de estabilidad en medio del caos. Mientras ellos trabajaban juntos para levantarme, me di cuenta de algo. Tal vez no recordaba mi vida anterior, pero estas personas estaban aquí, con una devoción que no podía ignorar. Quizás, solo quizás, podía aprender a confiar en ellos, aunque la memoria me fallara. Cada noche, sin excepción, ella volvía a mí. Esa mujer de cabello rubio intenso, como un destello de luz bajo el sol, con ojos verdes que parecían contener secretos profundos. No sabía quién era, pero había algo en su rostro que me resultaba tan... familiar. Era como si mi mente estuviera jugando una broma cruel, mostrándome aquello que no podía recordar, pero que mi corazón parecía conocer profundamente. Sin embargo, esta vez fue diferente. Ella no estaba sola.
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