Shana.
Tras una noche plagada de sueños intranquilos —visiones recurrentes de mis hermanos de pie, dándome la espalda en un vasto desierto—, decidí que la inacción no era una opción. Me preparé con celeridad para mi primer objetivo en Dubái: visitar a mi primo Malek. Él no solo podría ser una fuente crucial de información sobre el repentino comportamiento de mis hermanos, sino también una vía para preguntar por nuestro primo Haidar, cuya ausencia había dejado un vacío notable.
—Buenos días —Saludé al entrar en el amplio comedor.
El silencio fue la primera confirmación de mis temores: mis hermanos no estaban. Solo mi padre y mi madre, sentados en sus respectivos extremos, daban la bienvenida al día.
—Buenos días, cariño —Mi padre se acercó para besar mi frente con afecto. Me examinó con
