Jameel. Problema tras problema; ese era el desafío que Alá nos había impuesto a mis hermanos y a mí. Sentía que el destino se ensañaba con nosotros, o peor aún, que se estaba cobrando una venganza kármica por nuestra incapacidad de aceptar a Shana más allá del simple lazo fraternal. Por un tiempo, todo había fluido: Shana recuperaba la felicidad, y nosotros, por reflejo, éramos dichosos. Pero esa frágil paz se rompió con una única llamada de mi madre biológica, seguida de la infame reunión con tres mujeres. Aquel momento, una laguna borrosa de alcohol y euforia, se había convertido en la tortura que ahora regía nuestras vidas. Estábamos en una celebración corporativa. No sé en qué instante exacto perdí el control, pero me embriagué hasta el punto de la inconsciencia, una negligencia que

