Minutos después, Rubí llegó al imponente Grupo Santoro. El tamaño de la propiedad y la sofisticación del lugar la intimidaron por completo, pero intentó mantener la compostura. Inspiró profundamente y caminó hacia la entrada, convencida de que esto era solo un trámite más.
Al acercarse a la puerta, fue recibida por un hombre de aspecto formal que la llevó a una sala de espera. Los minutos se hacían eternos mientras esperaba que alguien viniera por ella. Finalmente, una empleada entró y la guió hacia un salón amplio y decorado con gusto, donde una mujer elegante la esperaba, observándola con una mezcla de curiosidad y escepticismo.
—¿Emily Smith? —preguntó la mujer, con voz firme.
Rubí tragó saliva, forzando una sonrisa y asintiendo lentamente.
—Sí, soy yo.
La mujer asintió, pero su mirada crítica examinaba cada detalle de Rubí. Sin embargo, sin decir nada más, continuó.
—Gracias por venir. Nos han hablado bien de tus referencias, así que queremos saber más sobre tu experiencia con niños. ¿Te has enfrentado a situaciones difíciles con ellos?
Rubí respiró hondo y empezó a responder, recordando algunas anécdotas que Emily le había contado en el pasado sobre trabajos de niñera. Intentó hablar con confianza y naturalidad, como si realmente fuera Emily. A medida que avanzaba la conversación, Rubí se dio cuenta de que el esfuerzo estaba valiendo la pena, y la mujer comenzaba a relajar su actitud.
—Muy bien, entonces. Solo falta un último paso… —dijo la mujer, mirándola con algo de severidad—. Ahora, necesito que conozcas a el señor Santoro, él te hará la entrevista final.
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Rubí sentía que el aire se volvía más denso a cada segundo en aquella oficina. Frente a ella, Marcus Santoro parecía una figura sacada de otro mundo. Su presencia imponía una mezcla de respeto y temor, y la perfección de sus facciones añadía una intensidad casi irreal. La mirada profunda y severa de Marcus le cortó la respiración; era como si pudiera ver a través de sus nervios y dudas, como si ella fuese completamente transparente ante él.
Intentó no desviar la mirada, aferrándose a su papel de Emily, pero se sentía vulnerable bajo aquel escrutinio. Marcus dio un par de pasos hacia ella, y Rubí percibió el cambio en la atmósfera, una energía extraña y atrapante que la dejó sin palabras. Por un instante, en esos ojos indescifrables, creyó ver una chispa de reconocimiento, aunque no podía comprender de dónde podría surgir.
—Así que… tú eres Emily Smith —murmuró Marcus con voz grave, deteniéndose a unos pocos pasos de ella, manteniendo una distancia que, de alguna forma, parecía intencionada, como si quisiera estudiarla más de cerca sin llegar a tocarla.
Rubí tragó saliva y asintió lentamente, tratando de recordar cómo habría reaccionado Emily en su lugar. Debía mostrarse segura, confiada, pero con cada segundo que pasaba bajo la mirada de Marcus, sentía que la fachada podía derrumbarse en cualquier momento.
—Sí, señor Santoro —respondió con una voz que intentó mantener firme, aunque por dentro el corazón le latía a toda prisa.
Un silencio profundo llenó el espacio. Marcus la observaba con una expresión que mezclaba curiosidad y desconfianza. Algo en ella parecía despertar su interés, una chispa de algo que él no lograba descifrar. Finalmente, tras unos segundos eternos, él esbozó una sonrisa fría y controlada, una sonrisa que parecía más un gesto de autoridad que de amabilidad.
—Espero que seas capaz de manejar a Dilan —dijo con tono cortante, sin apartar la vista de ella—. Puede ser… complicado. No ha tenido una buena experiencia con sus últimas niñeras.
Rubí asintió, intentando mantenerse a la altura de su mirada, aunque los nervios estaban presentes en cada palabra que lograba pronunciar.
—Estoy segura de que podremos llevarnos bien —respondió, aunque ni siquiera ella estaba convencida de ello. Después de todo, ni siquiera conocía a Dylan, y estaba fingiendo ser otra persona.
Marcus dio un paso más hacia ella, reduciendo la distancia entre ambos, y Rubí tuvo que contener el aliento. Su altura y porte le daban una sensación de dominio absoluto, y el aroma sutil y amaderado que emanaba de él la envolvía, haciendo que, por un momento, se olvidara de dónde estaba y qué estaba haciendo allí.
—Más te vale, señorita Smith. No tolero errores —advirtió con voz suave, pero su tono contenía una amenaza implícita.
Rubí sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Su mirada era tan penetrante que casi parecía descubrir la verdad que ella estaba tratando de ocultar. Intentó mantener su postura, asintiendo con una seguridad que distaba de lo que sentía en su interior.
En ese momento, uno de los empleados de Marcus apareció discretamente en la puerta y anunció:
—Señor Santoro, el joven Dylan está listo para conocer a su nueva niñera.
Marcus asintió, mirando a Rubí una última vez antes de apartarse.
—Te llevarán a la sala de juegos. Espero que puedas hacer que confíe en ti, señorita Smith. Dylan tiene autismo y es por eso que se le dificulta relacionarse con su exterior.
Rubí se quedó inmóvil un momento cuando Marcus le mencionó que Dylan tenía autismo. Sintió un nudo en el estómago; estaba fingiendo ser alguien que no era, y ahora se enteraba de que el niño necesitaba una atención aún más especializada y cuidadosa de lo que había imaginado. Sintió la intensidad de la mirada de Marcus sobre ella, evaluándola.
—¿Hay algún problema? —preguntó Marcus con ese tono firme y autoritario. Su semblante no revelaba nada, pero sus palabras la desafiaban a demostrar que estaba a la altura de la tarea.
Rubí negó rápidamente, forzando una sonrisa.
—No, para nada, señor Santoro. Me siento preparada —respondió, aunque por dentro sus pensamientos estaban revueltos. Sabía un poco sobre autismo, y aunque no era experta en el tema, estaba decidida a dar lo mejor de sí por el niño. No podía echarse atrás ahora.
Con una leve inclinación de cabeza, Marcus la dejó ir y ella se dirigió a la sala de juegos. Al llegar, se encontró con un niño pequeño, absorto en sus propios pensamientos, jugando con bloques en el rincón más alejado de la habitación. Dylan ni siquiera levantó la vista al notar su presencia. Rubí respiró hondo y, sin apresurarse, se acercó lentamente hasta sentarse a una distancia respetuosa de él, observando sus movimientos.
—Hola, Dylan —le dijo en un tono suave y tranquilizador, esperando no incomodarlo—. ¿Qué estás construyendo?
Dylan continuó alineando sus bloques, ajeno o desinteresado en ella. Rubí, sin embargo, no se desanimó; sabía que la paciencia y el respeto al espacio del niño eran fundamentales. Decidió simplemente observarlo, dejando que él marcara el ritmo de la interacción.
Mientras tanto, en el otro lado de la pantalla, Marcus seguía observando la escena a través de la cámara de seguridad. No podía sacudirse la sensación de familiaridad que esa mujer, supuestamente Emily, despertaba en él. Sus movimientos, sus gestos… algo en ella le resultaba extrañamente conocido, pero no lograba recordar de dónde.
De repente, la mujer encargada de las contrataciones irrumpió en la oficina, visiblemente nerviosa. La incertidumbre en su rostro era clara mientras le extendía un documento a Marcus.
—Señor Santoro… hay un problema. La mujer que está con el joven Dylan no es Emily Smith.
Marcus tomó la foto que le ofrecía la empleada y la examinó cuidadosamente. Era cierto: la imagen del documento oficial de Emily Smith no coincidía en absoluto con la mujer que estaba ahora en la sala de juegos con su sobrino. Su mandíbula se tensó mientras asimilaba el engaño. ¿Quién era realmente esa mujer? ¿Y por qué se hacía pasar por Emily?
La lógica dictaba que debía intervenir de inmediato, sacarla de la mansión y asegurarse de que no representara una amenaza para Dylan. Sin embargo, algo en su interior le hizo contenerse. Observó cómo interactuaba con Dylan en la pantalla; parecía respetuosa y cautelosa, sin ninguna intención de causar problemas.
Después de un momento de reflexión, Marcus decidió no hacer nada… todavía. Si ella estaba allí con algún propósito oculto, pronto lo descubriría. Además, nadie escapaba de sus manos sin su consentimiento. No era que ella pudiera ir muy lejos si intentaba algo.
Aún así, la inquietud se mantuvo en su interior, y mientras la miraba interactuar con su sobrino, una mezcla de curiosidad y desconfianza comenzó a formarse en su mente. Había algo en ella, algo que lo intrigaba más de lo que debería, y estaba decidido a descubrir quién era realmente esa mujer y por qué había decidido entrar en su vida de esta manera.