Jonah no contestó.
Pero el resto del viaje no volvió a poner la radio.
Y aunque no dijo nada, el aire se volvió raro.
Pesado.
Como si todas las cosas que no se animaba a decir se quedaran flotando entre nosotros, golpeando los vidrios, esperando que alguien —yo, tal vez— las agarrara al vuelo.
Aunque, bueno… probablemente eso solo era mi imaginación.
Porque si algo sé hacer bien, es imaginar cosas que no pasan.
A mitad de camino, el tráfico se detuvo por un choque menor.
Nos quedamos parados varios minutos, y Abby, que ya se estaba mareando, bajó a comprar agua al kiosco de la esquina.
Y ahí quedamos.
Solos.
El silencio volvió, pero distinto.
Más tenso.
Más incómodo.
Más… él y yo.
—No sabía que subías videos a las redes —dijo de pronto.
Su voz me tomó tan desprevenida que c
