Desperté con el cuerpo tibio, revuelto.
No por el sueño.
Por lo de anoche.
Me quedé en su apartamento.
En su maldita guarida.
Y él… me enseñó. Pero no como lo haría un profesor. Como lo haría alguien que sabe exactamente qué botones presionar y cuándo dejarlos ardiendo.
No me tocó. No directamente.
Me dijo cómo hacerlo. Me guió con la voz. Me hizo cerrar los ojos y sentir.
Hasta que gemí su nombre sin querer.
Me tapé la cara con las manos, sintiendo que me derretía de vergüenza.
—¿Qué carajos hice?
Me escuché decirlo en voz baja, la habitación aún en penumbra.
Recordé su mirada cuando terminé.
Ese brillo arrogante mezclado con algo más... ¿orgullo? ¿Deseo? ¿Control total?
Pero también recordé lo que le dije justo después, con la respiración temblorosa, la ropa arrugada y la dignidad por el suelo:
“¿Vamos a tener sexo?”
Me quería morir.
¿Qué pensaría ahora?
¿Que estoy desesperada?
¿Que me descontrolo apenas me toca con palabras?
¿Que soy un caso perdido?
Y lo peor de todo…
No le dije que soy virgen.
Apreté los labios.
Rebobiné cada palabra que dije, cada insinuación que él hizo.
Él lo sospecha. Tal vez. Lo dijo en broma, como todo. Pero... ¿y si lo sabe?
Solté un suspiro, cubriéndome el rostro.
No podía dejar que esto me desbordara tan temprano.
Me senté al borde de la cama, estirando los dedos de los pies contra el suelo frío.
Tenía que levantarme, ducharme, fingir que todo era normal.
Como si no acabara de romper una barrera que llevaba toda mi vida construyendo.
Y entonces sonó mi celular.
Una vibración áspera contra la mesita de noche.
Pantalla iluminada.
Número desconocido.
Fruncí el ceño.
Lo tomé. Deslicé para responder.
—¿Hola?
Silencio al otro lado.
Luego una voz masculina. Firme. Tranquila.
Cuando cuelgo, no sé como tomar esa llamada realmente.
…
La oficina olía a cuero viejo y documentos pasados de fecha.
No sabía cómo había llegado ahí. Mis pies me llevaron, pero mi cabeza todavía estaba atrapada en la llamada.
Solo estaba un abogado.
Un hombre de mediana edad, rostro neutro, traje gris y ese aire que tienen los que dicen cosas importantes sin subir el tono.
—Señorita Blake —dijo, estirando la mano—. Soy el licenciado Camacho. Gracias por venir.
—No vine por cortesía. Vine porque me llamó sin decir nada claro —respondí, sin sentarme aún.
Él asintió, paciente.
—Lo entiendo. Y créame, no es fácil para mí decir esto tampoco.
—¿Qué cosa?
Abrió una carpeta. Me señaló una silla.
Me senté.
—Su madre, Lily Black, falleció hace tres días en un accidente automovilístico junto a su esposo, el señor Roberth Smith.
Sentí el silencio caer en la sala como una sábana helada.
No dije nada.
Él me observó con cautela.
—¿Está bien?
—Sí.
Silencio.
—¿Quiere un momento?
—No —dije. Mi voz era tan plana que me sorprendí a mí misma.
Lily Black.
El nombre sabía a nada.
O a cosas viejas que dolían demasiado.
—No entiendo por qué me llamó —dije al fin, cruzando los brazos.
—Su madre… dejó algunas instrucciones. Un documento informal. Sin valor legal. Pero específico.
—¿Instrucciones? ¿Después de 24 años de ignorarme?
No pude evitarlo.
Me reí. Seca. Cruel.
Vacía.
—¿Y qué dice? ¿Que lamenta no haber venido a mi graduación? ¿A mi entierro emocional cuando enterré a mi abuela sola?
—Lo entiendo —repitió el abogado, con ese tono que decía que no entendía nada—. Pero no me toca juzgar, señorita Blake. Solo entregarle esto.
Puso un sobre frente a mí.
Blanco. Casi limpio.
Solo un nombre escrito a mano:
Emma.
—No hay bienes. Nada material —añadió—. Solo esto.
…
Mi madre me abandonó cuando apenas tenía seis meses de vida. Lily Blake era demasiado joven para criar a una bebé, así que optó por lo más fácil: dejarme con mi abuela e irse a vivir con otro hombre.
Durante los últimos 24 años, no supe nada de ella. Y ahora, después de tanto tiempo, no solo reaparece en mi vida… sino que lo hace para morir. Lo único que me deja es un chico de 14 años: su hijo, el mismo por quien decidió dejarme atrás.
Ahora estoy aquí, sentada dentro del auto con el hermano que nunca conocí. Lo observo de reojo mientras él permanece absorto mirando por la ventanilla. Soy lo único que le queda. Podría haber dicho que no, podría haberme negado a hacerme cargo, pero no sería capaz de abandonarlo. No pienso convertirme en ella.
Al llegar a mi apartamento, siento que es momento de romper el silencio.
—Te quedarás en la habitación de invitados. Puedes explorar el lugar cuando te sientas más cómodo —digo, señalando mi pequeño espacio—. No es muy grande, pero es acogedor.
Mateo no responde. Mantiene la mirada baja, como si no quisiera estar aquí… o en ningún sitio.
—¿Tienes hambre? —pregunto. Él niega con la cabeza sin mirarme.
Ya no sé qué más decir.
—Si prefieres, puedes ir a descansar —añado, dejando escapar un suspiro.
Mateo toma su maleta y se aleja sin decir una sola palabra, sin siquiera mirarme. Lo observo mientras desaparece por el pasillo y entonces lo siento: esto va a ser más difícil de lo que imaginaba.
Un adolescente que acaba de perder a sus padres… y una hermana que aún no sabe cómo serlo.
…
Hoy llegué temprano al set, aunque no sé muy bien por qué. Mi cuerpo está más tenso de lo habitual, como si algo fuera a suceder. Tal vez se deba a que ahora tengo un adolescente viviendo en casa... o quizá es porque voy a ver a Nic, después de lo que pasó en su apartamento. Y eso, me pone más nerviosa de lo que quiero admitir.
Apenas entro, me dirijo directo a mi camerino, pero me detengo en seco al escuchar voces en el área de visitas del estudio. No quiero parecer entrometida, pero mis pasos se detienen automáticamente en cuanto reconozco su voz. Es Nic.
Está sentado de espaldas, en su típica postura relajada, mientras una mujer rubia, vestida con jeans y una blusa de satén verde, se le acerca. Le da un beso en la mejilla y le entrega una pastilla junto con un vaso de agua.
—Toma esto antes de que el dolor se vuelva más insoportable —le dice ella con suavidad.
Nic no responde, solo le dedica una sonrisa mientras se traga la pastilla. La mujer se endereza y me ve. Yo salgo de mi aturdimiento justo cuando ella alza una ceja, curiosa.
—¿Tú eres...? —pregunta, mirándome fijamente.
No sé qué decir. Mi corazón se oprime al instante. ¿Es una de las mujeres de Nic? ¿Su novia, tal vez? Él nunca me ha dicho que tiene novia... pero, ¿por qué lo haría?
En ese momento, Nic se da la vuelta y, al verme, se levanta con rapidez y se acerca a mí.
—Emma... —me saluda con una sonrisa.
No entiendo qué le parece gracioso. Yo solo respondo con frialdad.
—Nic —digo, apartándome cuando intenta rodearme con un brazo. Él nota mi rechazo y se detiene, desconcertado. Quizá piensa que, después de lo que pasó, puede acercarse como si nada. Como si yo estuviera bien con eso.
Empiezo a preguntarme si el trato que acepté con él realmente vale la pena.
—¿Eres Emma? —interviene la rubia, cambiando su expresión por una sonrisa.
¿Sabe quién soy? ¿Acaso Nic le contó lo que pasó entre nosotros?
—Hola, soy Amber —dice, extendiéndome la mano—. Soy hermana de Nic.
La sorpresa se refleja en mi rostro antes de que pueda disimularla. Le estrecho la mano con torpeza e intento sonreírle, aunque me cuesta. Hace apenas unos segundos, la miraba como si fuera mi peor enemiga.
—Amo tu programa —continúa—. Y me encanta cómo pones a mi hermano en su lugar cada vez que puedes.
Nic pasa por detrás de ella y me lanza una mirada cómplice, quizás hasta juguetona. Parece disfrutar de mi confusión, sabiendo que me hice una idea totalmente errónea de su hermana. Pero, curiosamente, su sonrisa no le llega a los ojos. Se ve... más cansado. Es el mismo Nic de siempre, el que puede derribar cualquier defensa con una simple sonrisa, pero hay algo sombrío en él esta vez.
—No es nada fácil competir con tu hermano —le digo a Amber, y ella suelta una risa encantadora. Tienen el mismo tipo de sonrisa angelical. Amber es tan hermosa como él, y no puedo evitar preguntarme de dónde han sacado esos genes.
—Sería fantástico que nos conociéramos más —sugiere ella con entusiasmo.
—Amber acaba de llegar a la ciudad con su esposo —agrega Nic, y me sorprende saber que ya está casada. Se ve tan joven.
—Claro, ¿por qué no? Podemos salir a comer —acepto, intentando sonar natural.
—Perfecto, ¡será una cita doble! —exclama Amber.
—¿Cita? —repito, en estado de shock.
—Tú y Nic. Yo y Pit —dice, como si fuera lo más obvio del mundo.
—Yo con Nic... no creo que...
Estoy a punto de protestar, pero justo en ese momento, Maddie entra en la sala para avisarnos que quedan quince minutos para salir al aire. No tengo otra opción que despedirme rápidamente de Amber y correr a mi camerino para prepararme para el programa.
Aunque no lo diga en voz alta, mi mente sigue atrapada en esa palabra.
Cita.
¿Yo con Nic?