Capítulo 7

1463 Palabras
Estaba lista. El maquillaje impecable. La voz preparada. La mente… más o menos enfocada. Hasta que la vi. Amber. Sentada frente al espejo, con una maquilladora trabajando en su rostro. Relajada. Segura. Hermosa. No como una influencer de plástico. No. Como una mujer que sabe quién es. Y sabe que puede desarmar una habitación sin levantar la voz. Me detuve a medio paso, frunciendo el ceño. —¿Amber también va a salir al aire? —pregunté en voz baja, girándome hacia Maddie. Ella parpadeó como si le acabara de preguntar si el agua moja. —¿Nic no te dijo? —¿Decirme qué? —Que el programa de hoy es sobre literatura erótica… Y que Amber es Raven. Mi cerebro tardó un segundo en procesarlo. —¿Raven… la Raven? —La mismísima. Autora de cuatro bestsellers. Y está por lanzar el quinto. Me quedé en blanco. Raven. La mujer que había revolucionado la narrativa erótica en el país. La que vendía miles de libros y cuyos personajes hacían cosas que yo apenas me atrevía a imaginar. Y ahora estaba ahí. Sentada. Peinada. Lista. Para compartir micrófono conmigo. Amber me vio por el espejo y me sonrió con el mismo entusiasmo de la primera vez. —¡Hola, Emma! ¿Lista para esta noche? —Claro —mentí, con una sonrisa que no me salía del todo bien. ¿Por qué estaba tan tranquila? ¿Y por qué eso me ponía tan nerviosa? Pocos minutos después, todos tomamos nuestras posiciones. Amber a mi derecha. Nic a mi izquierda. Y yo, en el medio. Literal y emocionalmente. Nic se acomodó frente al micrófono. Tenía ese aire suyo… entre sagrado y profano. Como si hablar sobre sexo frente a miles de personas fuera su misa personal. —Buenas noches, queridos oyentes —comenzó con su voz baja, firme, cargada de intenciones que no decía pero que se insinuaban—. Esta noche traemos para ustedes un programa que a muchos les resultará interesante… Su pausa fue perfecta. Casi cinematográfica. —“Sexo en papel: ¿Porno para mamás o erotismo literario?” Yo me quedé mirándolo. No por lo que dijo. Sino por cómo lo dijo. Ese movimiento sutil de sus labios, como si besara cada palabra antes de soltarla. Como si adorara el micrófono. Como si, por un segundo, hablara solo para mí. Amber dijo algo. Algo ingenioso. Algo que hizo reír al equipo. Yo no lo escuché. Porque aún estaba atrapada en cómo Nic había pronunciado la palabra “sexo”. Tragué grueso. Y desvié la mirada. Maddie, del otro lado de las cámaras, lo miraba con esa expresión que conozco demasiado bien. Esa cara de "estoy jodidamente impresionada y no sé si quiero golpearlo o montarlo". Mi auricular vibró. La voz del productor me trajo de vuelta a la realidad. —Emma, repite lo del sorteo. Va en pantalla. Ahora. Me aclaré la garganta. Puse mi sonrisa profesional. —Como expresó el gurú del sexo, esta noche tenemos muchas sorpresas para nuestros oyentes —comencé, leyendo el texto que se desplegaba en la pantalla frente a mí—. Al finalizar el programa, daremos el nombre del ganador de la trilogía erótica del momento. Pausa. Inhalé. —Les recuerdo que el último libro aún no está a la venta. Solo nuestro gurú del sexo consiguió un par de ejemplares. Y uno de ellos será suyo esta noche. Nic sonrió, sin mirarme directamente. Amber asintió, encantadora. Yo seguí hablando, pero en el fondo… Solo podía pensar en una cosa: ¿Qué demonios hacía entre estos dos? Una estrella de la narrativa erótica y un sexólogo con doctorado en provocarme. Y yo… Una virgen con un trato que había aceptado por miedo. Miedo a no saber. Miedo a desear. Miedo a desbordarme. Y lo peor es que ya me estaba desbordando. Y ellos dos ni siquiera lo sabían. O peor: Tal vez sí lo sabían. —Exactamente, Emma. ¿Qué dices tú sobre este nuevo tipo de lectura? —preguntó Nic, dirigiéndose a mí sin dejar de acariciar el micrófono con la voz. —Sexo rudo en libros: la nueva ola del entretenimiento. Respiré hondo y forcé una sonrisa que no se notara forzada. —Yo los llamo libros educativos —respondí, arqueando una ceja en dirección a él—, aunque muchos los clasifican como pornografía impresa… o como dice nuestro título de hoy: “Porno para mamás”. Una risa grave y canalla brotó del pecho de Nic. No me miró, pero su risa me tocó más de lo que debería. —Las personas tienden a ser un poco moralistas, Amber —dijo él, girándose hacia su hermana con esa actitud segura que parecía programada—. La nueva literatura erótica es un género que se relaciona, directa o indirectamente, con el erotismo y el sexo. Lo llaman pornografía solo porque detalla lo que algunos prefieren mantener en silencio. —Eso sin contar que el ochenta por ciento de las lectoras son madres de familia —completé yo, más por necesidad de participar que por saber del tema. Amber asintió con elegancia. —La pornografía es la descripción pura y simple de los placeres carnales —siguió Nic, con voz pausada, didáctica, casi hipnótica—. El erotismo, en cambio, es esa misma descripción… pero revalorizada. El erotismo se construye desde lo sugerente, desde lo simbólico, desde lo que se quiere expresar. Puede estar ligado al amor, a lo social, al deseo no consumado. Pero también puede convivir con lo explícito. Pausó, solo para clavar los ojos en mí. —Todo aquello que es erótico puede ser pornográfico por añadidura. La diferencia está en la intención, no en la piel. —¿Entonces sí piensas que son libros pornográficos? —pregunté, arqueando una ceja sin poder evitar el reto. Él sonrió, lento, como si hubiera esperado esa pregunta toda la noche. —Creo que no me he hecho entender, querida —dijo, con esa maldita voz que parecía hablarme solo a mí—. Tienes que aprender a diferenciar entre erótico, pornográfico y obsceno. Sentí el calor subirme por la nuca. —En libros como las trilogías más populares —continuó—, lo erótico se vuelve arte. Se vuelve juego. La carne se muestra como deseo, salud, belleza. Y bajó el tono. —La obscenidad, en cambio, devalúa. Ridiculiza. Ensucia. No es lo explícito lo que incomoda, Emma… es lo burdo. Me quedé en silencio. No sabía si me estaba educando… o desnudando en vivo. —Yo igual los amo —dije al fin, como una broma—. Estoy completamente enamorada del señor Black y su precioso látigo de siete puntas. Amber soltó una risa encantadora. —¡Esa es la actitud! —dijo—. Pero para explicar mejor este fenómeno desde el punto de vista de quien lo escribe… esta noche nos acompaña la autora de Tentación y Prohibido: la única, la increíble… Raven. El público —y Maddie detrás de cámara— estallaron en aplausos. Amber se rió con modestia. Yo sonreí con torpeza. Porque, la verdad, jamás había leído uno de sus libros. Solo cité algo que vi en un resumen rápido para no quedar mal. Y ahora me preguntaba si, sin saberlo, acababa de faltarle el respeto en su cara. … La pausa comercial llegó como un salvavidas. Amber se levantó, se sacó el micrófono y fue directo hacia Nic. Yo me quedé sentada, observando la interacción entre ambos. Nic estaba más pálido de lo normal. Había sudor en su frente, a pesar de que la calefacción del set estaba encendida. Amber frunció el ceño. Se acercó, preocupada. —¿Te sientes bien? —le preguntó, tocando su frente con un gesto suave, casi maternal—. Estás sudando. Estás… raro. Nic sonrió. Pero su sonrisa era forzada. Tomó su mano y le plantó un beso rápido en los nudillos. —Estoy bien, Amber —murmuró. Yo observé la escena desde lejos. Una escena simple. Fraternal. Pero que me apretó el pecho. ¿Era por la forma en que lo miraba ella? ¿O por la forma en que él no me miraba a mí? Maddie habló con tono rápido. —Estamos en pausa comercial. A la vuelta, abrimos líneas con preguntas del público. Emma, prepárate. Quieren que tú tomes las primeras tres llamadas. Asentí. Pero mi mente no estaba ahí. Estaba en Nic. Y en cómo había empezado a sudar sin razón. Y en cómo Amber lo había tocado. Y en cómo yo me había quedado sin palabras cuando habló de erotismo y obscenidad. Quizá… Él no solo estaba enseñándome sobre sexo. Quizá me estaba enseñando lo más jodido de todo: Cómo desear a alguien sin poder tocarlo.
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