Capítulo uno

926 Palabras
Kora Caminé en silencio por el centro comercial, estaba de compras. Miré un lugar lleno de chicas y me detuve. Clases de baile, no era lo mío. —¡Buen día! ¿Interesada en las clases de baile? De lunes a viernes, toda la tarde. Solo chicas. ¡Anímate!—Me dijo una señora joven, rubia y sonriente. Al rededor de 35 años, pensé. —Buen día, gracias pero el baile no es lo mío.—Respondí secamente. —¡Otra chica que dice que el baile no es lo de ella! ¡Así comenzó Liv y le ha gustado tanto que ahora es maestra de baile!—Dijo entre risas.—¡Liv! ¡Ven a conocer a una chica!—Gritó. Sonreí de medio lado y asentí. Quería huir. —Creo que está ocupada...—Avisó al notar que no venía y no había respuesta de su parte.—Bueno, lo intenté.—Pensó en voz alta. Seguí mi camino, distraída y con bolsas de comida en mano, al igual que otras con ropa. Mi cuerpo chocó con otro y ambos caímos al suelo.—Lo siento...—Dije recogiendo todo lo que había hecho caer al suelo. Recogí hojas que supuse venían de aquella persona con la que había chocado.—Tranquila...—Dijo una voz calmada y dulce.—No pasa nada, ambas estábamos distraídas. Entregué aquellas hojas y me perdí en su mirada. Probablemente los ojos más lindos que había visto en toda mi vida, café con miel. Brillantes con el resplandor del sol que entraba finamente por las ventanas del techo. —Yo...—Intenté hablar. —Un placer, soy Liv.—Respondió entre risas. Extendí mi mano temblorosa y perdida en su mirada, repetí.—Un placer, soy Liv.—Suspiré y reí.—Lo siento, digo, un placer soy Kora.—Extendió su mano y me entregó un vestido que horas antes había comprado. —Creo que se te cayó ésto.—Respondió sonriente.—Se te debe ver increíble.—Soltó sin más. —Lo siento, estaba muy distraída, venía pensando en muchas cosas. Rió.—Te ví salir del salón, doy clases allí. Soy la maestra Liv.—Y de un momento a otro sabía que debía volver al salón. —¡Justo en eso pensaba! ¡Quería inscribirme en clases! Sonrió y caminó.—Sigueme, te ayudaré a inscribirte.—Y seguí su paso. No estaba pensando claro y solo estaba distraída con su voz y su mirada. Mi cuerpo deseaba con todas sus fuerzas, estar cerca de ella. —¡Veo que volviste!—Repetía la rubia.—¿No que el baile no era lo tuyo?—Preguntaba confundida. —Quisiera intentarlo al menos una vez.—Respondí perdida observando a Liv. Piel morena, ojos café con miel, pelinegra y siempre sonriente. Me había hechizado con solo una mirada y probablemente me tendría ahí por mucho tiempo. —¡Maravilloso! ¡Te dije que Liv era la mejor!—Entramos al salón y las otras chicas observaban mientras oía los murmullos. Delgadas y estiradas, siluetas marcadas y cabello perfecto. Y un instante más dudé si ésto sería buena idea.—Oye.—Dijo Liv tomando mi brazo, haciendo que un escalofríos recorriera mi espalda y todo mi ser. ¿Qué demonios me estaba sucediendo? ¿Qué me estaba haciendo ésta chica? —Ven, ayúdame a llenar tus datos.—Dijo tomando un formulario y un bolígrafo.—Bien Kora, ¿Cuál es tu apellido?—Preguntó. —Harrison. Soy Kora Harrison.—Respondí perdida. —¿Edad?—Preguntó. —Tengo 19.—Mentí. Tenía 16, pero sabía por mucho que ella era mucho mayor y no quería que me viera como una niña más del grupo. —¡Vaya! ¡Increíble! Yo tengo 21. Soy la maestra de las niñas de 15 a 18 años. Luego que cumplas los 19 te tocará con otra maestra.—Y asentí. Aquella mentira por poco me costó estar con ella, y era lo único que quería. Saber más de ella. La maestra liv de ojos miel se había robado mi corazón a los 16 años. La primera mujer que con un solo roce había puesto todos mis sentimientos a toque. Haciéndome decir estupideces y actuar sin pensar. Y solo en ese instante pensé, ¿el amor a primera vista era real? y porqué una chica me estaba haciendo sentir todo eso. Algo que jamás había experimentado, ni siquiera con hombres, ni siquiera con mis novios. Podía perderme horas viéndola hablar o moverse, ayudar a las más pequeñas o solo verla sentarse y sonreír. Y cada minuto que no estaba con ella, se sentía una eternidad. Lento y cruel. Sin saberlo, Liv sería mi primer amor y aquel me robó el corazón devolviéndolo lleno de ilusiones que más tarde, me harían sufrir en silencio. El amor había jugado a mi favor muchas veces, sin hacerme daño, sin hacerme sentir realmente. Nadie había sido tan importante como para robarse mis sueños por las noches o para hacerme dudar sobre quién era, hasta que llegó ella. Llegó como un tornado de la nada, tumbando y desapareciendo las barreras y muros que durante años había armado sobre mi alma y mi ser. Ella era todo, era la explosión en medio de la calma y por mucho, era la pasión que mi cuerpo imploraba. Mi cuerpo imploraba tocarla, besarla, sentirla. Mi cuerpo moría por ser tomado en cuenta y por tener la dicha de sentir sus manos deslizar por él.
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