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La noche… magia.. Sombras… estrellas. Quizá algún día encuentre al galán que me recite poemas en francés. ¡Hum! Me tomará de la cintura… Me hará girar envuelta en el vals… Bajo la luz de la luna acariciará mi cara. Apasionadas cartas de amor.
5 de diciembre de 1860
Diario de Felicitas Guerrero.
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Boston 2022
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Las pesadas puertas de roble de las aulas del edificio se abrieron casi al mismo tiempo. Sin necesidad de escuchar ningún tipo de señal sonora, los alumnos dieron por finalizadas sus clases y abandonaron los salones casi al mismo tiempo. Makena se demoró un poco más en juntar sus cosas, le gustaba desplegar sus cuadernos y resaltadores de colores, aunque casi todo podía resolverlo desde su Ipad.
-Vamos a tomar unos tragos al Beantown. ¿Venis Make?- le preguntó su amiga y compañera de piso, Diana, en ese inglés americanizado que habían adquirido después de cuatro años en aquella ciudad.
-No, gracias, prefiero volver a casa.- le respondió ella cerrando su mochila de Vera Bradley y colgándosela del hombro.
-Dale, Make, nunca venis. Acabamos de tener nuestra última clase, no pongas excusas.- insistió Diana colocando aquel gesto de misericordia que a Makena tanto le molestaba.
-Bueno dale, pero saca esa cara.- le respondió con algo de fastidio y prácticamente arrastrada por su amiga salió del enorme edificio que con algo de nostalgia pisaba, seguramente, por última vez.
El Beantown era un pub muy concurrido, donde los estudiantes de las distintas universidades de Boston solían juntarse a toda hora. Era tan oscuro que apenas se podía aventurar si afuera era de día o de noche. Promediaba el verano en aquella hermosa ciudad y Makena se deshizo de su campera de jean para quedarse apenas con una remera verde militar y sus jeans negros, algo desgastados. No se molestaba en arreglarse demasiado, menos aún en maquillarse, al fin y al cabo sólo iba a estudiar Se tomó el largo cabello castaño claro con ambas manos y luego de enrollarlo en un rodete lo aseguró con una lápiz que solía llevar en el bolsillo. Tenía apenas 22 años, una altura algo mayor que el promedio y los pechos demasiado pequeños según sus amigas. Acompañó a sus histriónicos compañeros al interior y luego de acomodarse en una de las mesas buscó con sus enormes ojos verdes alguna excusa válida para marcharse lo antes posible.
No le molestaba tomar algunas copas con sus compañeros, pero a decir verdad, prefería su departamento. Recordó que le faltaban apenas cinco capítulos para terminar aquella novela de la época colonial que estaba leyendo y deseó estar en su sillón hamaca, con la luz de la lámpara de pie alumbrando aquellas líneas y los pies enroscados debajo de sus piernas. Ni siquiera pensó en John, su novio, sólo en aquella novela de Florencia Bonelli, cuyos distintos posibles finales había imaginado desde el comienzo.
-¿Queres bailar? - le preguntó un joven sacándola de sus pensamientos. Era un chico alto de pelo corto prolijo, vestía una camisa a cuadros y un pantalón de vestir, algo ridículos para una tarde de copas, pensó, y recordándose a sí misma que John vestía igual, contuvo la risa que aquello le provocaba.
La música había aumentado su volumen y algunos clientes, sobre todo los que habían bebido demasiado, comenzaban a bailar entre las mesas.
-No gracias.- respondió ella con una sonrisa impostada.
El joven se sentó a su lado sin darse por vencido.
-¿Estudias literatura, no? - le preguntó tan cerca como para que su aliento a alcohol llegara hasta sus narices.
Ella asintió con su cabeza y se movió un poco para poner distancia.
-Me pareció haberte cruzado en la universidad. ¿En serio no queres bailar?- volvió a preguntarle y entonces ella decidió que había encontrado su escape.
-Ok.- le respondió ante su mirada algo sorprendida.
Se movieron un poco sin tocarse, Makena apenas despegaba sus pies del piso, no era buena bailando, nunca se había sentido cómoda en lo referido a su cuerpo, a lo mejor su metro setenta y tres tenía algo que ver con aquello, o al menos así lo sospechaba. Miró a sus amigos que parecieron conformes con su accionar y ya se habían sumergido en las clásicas conversaciones en las que Austen se enfrentaba a Tolkien y los argumentos se llenaban de subjetividades para desembocar en temas triviales como el último novio de Taylor Swift. Así de divergentes podían ser sus compañeros y si bien al principio se sumaba a aquellas charlas, desde hace un tiempo habían perdido sabor y hasta espontaneidad.
Poco después de que un nuevo tema comenzara a sonar se escabulló con la excusa de ir al baño y salió del pub por la puerta trasera.
Llegó a su casa poco después, John le había avisado que esa noche no vendría y ella no veía la hora de comenzar a leer. Se duchó lo más rápido que pudo, se visitó con su ancha remera de Minnie Mouse, la misma con la que le gustaba dormir y se adentró en aquel mundo que tanto amaba.
Las novelas, las historias románticas bien narradas, las que erizan la piel e invitan a soñar, las mismas que algún día deseaba ser capaz de escribir.
Y ahora que sólo le restaba su tesis para graduarse, no tenía más excusas, debía ser valiente y lanzarse a hacerlo.
Así lo había planeado, así debía ser.