Fernando se acercó con paso decidido, con esa mirada intensa que me hacía temblar. Sabía lo que deseaba. Sabía que necesitaba sentir su cuerpo junto al mío, que el mundo desapareciera por un rato.
Cuando nuestros ojos se encontraron, ya no había palabras necesarias. Me tomó entre sus brazos, y el calor de su cuerpo se pegó al mío como un refugio. Nos besamos. No con prisa, sino con hambre. Un beso que empezó suave, pero que rápidamente se tornó apasionado, profundo, inevitable.
Nuestros cuerpos se buscaron, se exploraron, se sintieron como si encajaran con naturalidad. Cada caricia era fuego, cada roce era un idioma sin traducción. Moviéndonos juntos en una danza íntima, intensa, hermosa.
Cuando alcanzamos el clímax, nos quedamos enredados, recuperando el aliento. Me miró con ternura, a
