Narra Luciana. Una vez que ingresé al baño miré a Abel, tenía ese fuego habitual en sus ojos. Me acerque hasta quedar a pocos centímetros de distancia, pero él levantó su mano para luego pasar su pulgar por mis labios. La forma en que me acariciaba creaba una calidez en mi vientre. —Me sacaste de la clase, solo para tocar mis labios—le dije en voz baja—. Probablemente ya este en problemas con la maestra por dejar la clase y sobre el asunto de la caja—le dije. —Veronica no te causará problemas, no te preocupes—respondió diciendo el nombre de pila de mí maestra. Luego me arrinconó contra la pared, donde mí espalda descansó. —Espera, ¿conoces a mi maestra?—pregunte sorprendida por la familiaridad con la que dijo su nombre. Pero no me respondió. Quitó su mano de mi boca para arrastrar un

