LA GRAN CONFABULACIÓN

1011 Palabras
Cap. 2 - LA GRAN CONFABULACIÓN Emma: sin culpa, sin tardanza, hace posible la desaparición del infame Nadie indagó. La mamá lloró en silencio, pero no denunció. Cansada del maltrato, al principio esperó su retorno y luego el alivio le fue ganando al dolor, Estaba al corriente que andaba en malos pasos. Era mejor no inquirir más…hasta que empezó a sospechar que algo muy malvado la rondaba… Emma volvió al bosque, a su invernadero, al claro donde lo había enterrado. Son tiempos lluviosos y el aroma a jazmín del aire lo cubre todo. El pasto anda creciendo alto. Los perros no ladran. Y en su corazón, no hay culpa, solo paz. La sensación de haber saldado una deuda o devuelto una ofensa recibida. -Estamos en paz- se dice. Porque en El paraje The Silence, la justicia no se aguarda. Se ejecuta. Emma sabe que tornará a actuar si es menester. Porque cada blasfemia, cada coacción, cada grito que lesiona, es una señal. Y ella, ahora, oye mejor que nunca. Emma: madre, vecina, sombra El reloj marca las cinco PM. Es hora de ir por su niño a la escuela. Nada más grato que recorrer el borde del Lake Cayuga, siempre vibrante, siempre distinto. Se coloca el abrigo gris, el que no atrae la atención. Saluda a los senderistas con una sonrisa. Es suficiente. Necesita que prontamente la olviden. Que nadie sospeche. Porque Emma ha ensayado a ser alguien más. Y mientras camina entre los robles y pinos, con la mochila del niño en la mano, nadie imagina lo que hay detrás del galpón. El sonido de las cascadas se ha vuelto cómplice, y ésa belleza escénica, desvía la atención de cualquier curioso Así y todo, Emma tiene amigas a las que le cuenta historias. Ficciones que disfraza como cuentos pero que son hechos de reparación, su propia venganza Tiene amigas. Mujeres con que se reúne a tomar mate bajo el alero de la casa, mientras su niño juega. Emma les cuenta historias. Cuentos, dice ella. Pero cada relato tiene un eco de veracidad. Habla de mujeres agobiadas. De hombres que se esfumaron. De cobertizos donde el pasto crece alto. Las amigas ríen, se conmueven, comentan. Y Emma sonríe, porque sabe que, en cada invención, hay una confesión enmascarada. Un aviso. Una promesa. Mrs Betty le hizo conocer al dedillo aquél paraje, y sus historias le proveyeron la idea de hacer justicia por propia mano. Hoy Mrs Betty está parapléjica, pero entiende todo y Emma la visita cada vez, como antes, como siempre. Cada día una nueva historia y la torta de chocolate que tanto le gusta. Su hija la cuida, Mrs. Betty: la que sembró la idea. Le habló de los depósitos, de los hombres que no retornaban, de las mujeres que aprendieron a enmudecer… y luego a intervenir. Ésas ficciones no son cuentos. Son advertencias. Emma las oyó como quien recibe un mapa. Pues hay como voces que la llevan a los caminos precisos, aquellos que necesitan de su atención. Eso siente. Hoy Mrs. Betty está parapléjica. -Ha sido un ACV, -diagnosticó el médico del lugar. La hija se desesperó, su madre lo era todo en su vida. Viven a unas pocas casas, allí, donde el sauce llora todo el año. La vida la condenó a una silla de ruedas, pero Betty entiende todo. Y Emma la visita cada vez, como antes, como siempre Cada día, una nueva historia. Una mujer que se cansó. Un hombre que no volvió. Mrs. Betty no habla. Pero sus ojos brillan. Mrs. Betty ha sido su mentora silenciosa, hoy, testigo de cada acto, depositaria de sus relatos. Y Emma sabe que, mientras ella escuche, la justicia no podrá detenerse. La Historia del hombre del galpón azul Dicen que en el paraje The Silence, hubo un hombre que vivía solo, en un galpón azul al borde del bosque. Nadie sabía su nombre, pero todos conocían su voz: ronca, áspera, siempre gritando. A veces a los perros, a veces a las mujeres que se le acercaban. Tenía una hija, dicen. Una que se fue sin despedirse. Emma lo observó durante semanas. Lo vio tirar botellones al pasto, insultar al viento, romper cosas que nadie le pedía que compusiera. Lo vio golpear la puerta de la casa de una vecina, y reclamar a gritos, una deuda. Lo vio escupir al suelo cada vez que cruzaba a una mujer. Una noche, Emma entró al galpón azul. Él estaba dormido, con la radio encendida y una cuchilla sobre la mesa. No hubo voces. Solo un apagón. Al día siguiente, el galpón estaba vacío, la radio continuaba encendida. Y la cuchilla ya no estaba. Dicen que la hierba detrás del galpón azul creció más alta ese mes. Que los perros dejaron de ladrar, y que la hija volvió, pero nunca preguntó nada. Emma le cuenta esta historia a Mrs. Betty, mientras le acomoda la frazada. Y Betty, sin hablar, la sigue con la mirada. Porque en aquél rincón de Ithaca, los cuentos no acaban, se sepultan. El niño, la bici, el olvido El niño de Emma juega solo con su bici, da vueltas en el patio, esquivando piedras, inventando carreras que nadie ve. Haciendo Willys. Poco recuerda a su padre. No pregunta. No sueña con él. La abuela alguna vez dejó de aparecer. Primero por agotamiento. Luego por desconfianza. Emma lo mira desde la ventana, mientras le prepara la merienda. ¡Lo ama tanto! Nunca pensó que podría guardar tanto afecto para brindar, sobre todo luego de tanto desengaño. Y en ese segundo, entre el pan con dulce y la leche tibia, sabe que todo lo que hace, lo hace por él. Para que nunca tenga que aprender a gritar. Para que nunca tenga que enterrar a nadie. No se han reiterado las amenazas, no hasta ahora Este minuto de calma puede ser engañoso, pero también revelador: Emma se siente segura, casi en paz, y eso le permite crear una nueva historia. El sosiego antes del cuento. No ha habido más notas. Nadie ha preguntado por el joven. El mañoso…
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