LA NATURALEZA CÓMPLICE

1034 Palabras
Cap. 3 – LA NATURALEZA CÓMPLICE El pasto sigue creciendo afanoso detrás del galpón. Y Emma se siente serena. Casi como si el paraje The Silence la hubiese aceptado. Como si la justicia que ejerce fuese parte de la acuarela donde reside Se sienta junto a Mrs. Betty, con el mate listo y la manta en las piernas. Y comienza a preparar una nueva historia: La mujer que escucha en demasía. Un hombre que grita sin saber que alguien lo escucha. Un claro en el bosque donde el viento no reitera secretos. Mrs. Betty no tiene necesidad de hablar, porque lo hacen sus ojos. Sabe que, cuando Emma se siente serena, es porque está por entrar en acción. Emma ya tiene a alguien en la mira. Sin notas. Sin sospechas. Aunque Emma no precisa de amenazas para actuar. Y sí, ya tiene a alguien en la mira. Lo vio en la feria, Tomar a su pareja por el brazo, a los empujones… Luego, lo oyó en la carnicería, decirle a su hijo:- Los hombres no lloran, no seas maricón, los hombres mandan.- No necesitó mucho más. Lo siguió hasta el cobertizo donde guarda materiales. Lo vio echar una caja con fotos al fuego. Emma no precisa más pruebas. Tristes patrones, nada más. Y ese hombre los renueva a todos los que ella sabe de buena tinta. Cap 3 Ya comenzó a anotar sus horarios, ya sabe qué camino toma al regresar del trabajo. Ya optó por el día. Porque en The Silence, la justicia no se notifica. Se ejecuta. Pero lo que la decidió, .fue una historia que Mrs. Betty le refirió hace años. Una historia que sabía no era un cuento. -Ese hombre… ese hombre merece desaparecer-, había dijo Betty, con los ojos llenos de algo que no era congoja. Emma lo reconoció al verlo. El mismo gesto. La misma voz. La misma ponzoña. Ahora, cada vez que ve a Betty es también un preparativo. Porque cuando el odio es añejo, la justicia no se borra de la memoria. Solo espera. Mrs. Betty no habla, pero percibe su proximidad. Lo siente en el aire, como se considera la tormenta antes del trueno. Emma también lo siente, por la misma conexión que tiene con Betty. Lo ve en los gestos del hombre, en su sombra dilatada cuando anochece. En el modo en que la mujer que lo acompaña baja la mirada. Comienza a preparar su desaparición. Recorre el paraje, elige el sitio. Saca filo a la pala y revisa los horarios. Y esa tarde, al acudir a lo de Mrs. Betty, le cuenta un cuento diferente. Uno, donde el hombre aún vocifera, pero no por mucho tiempo. Porque en aquél paraje, cuando dos mujeres conciben lo mismo, el destino ya está escrito. El hombre ya había sido señalado. Mrs. Betty lo había citado con odio. Emma lo había seguido, registrado, espiado. Pero fue en la feria donde él rubricó su fin. Maltrató a una empleada al frente de todos. -Sos torpe, inútil, como todas las muchachas de este poblado. - Le arrojó una caja al piso. La hizo sollozar. Nadie medió. Pero todos lo observaron. Emma también. Y esa noche, mientras le narraba el cuento a Mrs. Betty, no usó alegorías. Expuso su nombre. Señaló el lugar. Expuso el día. Porque cuando el ultraje se hace público, la justicia del mismo modo. El hombre ejecutó su última falta en la feria. Esa noche, Emma no pernoctó. Dispuso la pala, el abrigo, escogió el sendero. Al día siguiente, lo persiguió desde lejos. Lo vio ingresar al galpón donde tenía las herramientas. Aguardó. Cuando volvió a salir, fue tras él por el sendero que lleva al bosque. Él marchaba confiado, invariablemente. Emma consiguió alcanzarlo en el claro, donde el verde es más concentrado. Lo citó por su nombre. Él se dio vuelta, extrañado. No logró decir nada. El primer golpe fue en la quijada. El segundo, en el cuello. Cayó silencioso, desmañado. Emma arrastró el cuerpo hasta el pozo que había cavado días previos. Lo cubrió con tierra, ramas, rocas. Retornó por el mismo camino, sin mirar atrás. Al llegar a su hogar, se dispuso a preparar el mate. Al día siguiente, volvió a ver a Mrs. Betty. Le contó otro cuento. Uno donde el personaje ya no gritaba. Y Betty, sin hablar, la miraba entre consternada y agradecida. Porque en aquél sitio, cuando alguien desaparece, es porque alguno accionó. En Ithaca, los bosques no se indagan. Los senderos se separan como decisiones. Hay agua por todas partes: lagos, arroyos, lluvia que no cesa. Emma conoce cada guarida. Sabe qué sendero lleva al claro donde el pasto crece muy alto. Sabe qué riacho puede arrastrar una pala oxidada. Sabe qué árbol esconde mejor una mochila. Porque en Ithaca, el panorama no delata. Solo oculta. Y Emma, que aprendió a leer sus guiños, sabe que la naturaleza también puede ser justa. La promesa fue cumplida. El déspota ya no existe. El galpón donde guardaba pertrechos continúa cerrado. El pasto detrás crece más y más alto. Nadie cuestiona su desaparición. Emma se aproxima a la empleada de la feria. La encuentra ordenando cajas, con las manos trémulas. Le procura ayuda. Le acerca una botella de agua. La empleada la mira, confusa. Emma le sonríe, sin esclarecimientos. -Nunca más te humillarán, -le comenta. La empleada no alega. Pero esa noche, duerme sin llorar. Porque en Ithaca, cuando el bosque guarda un organismo, el alma de alguien se liberta. Emma confía en el bosque, en los senderos, en el silencio de aquél bello lugar. Considera estar muy protegida por la naturaleza. Pero lo que no sabe es que hasta lo más dotado de hermosura puede revelar. Una tardecita, mientras pasea con su niño en la vera del lago, ve algo que no correspondería que estuviera ahí. Un fragmento de tela, atrapado entre los rizomas. Un zapato, medio aplastado en el fango. El agua, que siempre enmudeció, ahora murmura. Emma lo cubre con rocas, con troncos, con prisa. El niño no consulta, pero mira exorbitado. Y Emma, por primera vez, siente que el paisaje no la pierde de vista. En Ithaca, hasta el lago tiene memoria. Aunque el lago no olvida.
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