TANIA ROBERTS
Me encontraba en el patio, golpeando sin parar un viejo y raído saco de boxeo. Mi respiración se encontraba entrecortada, mi cuerpo cubierto de una capa de sudor, mis puños se encontraban lastimados, pero, aun así, no me detuve.
Era consciente de que muchas de las reclusas me veían de lejos, además, sabía que muchas de esas miradas que me lanzaban, no eran muy amistosas. Ya todas conocían lo ocurrido, lo había escuchado incluso de los policías, quienes no dejaban de hablar sobre el horrendo infierno que ahora pasaba el senador Lee.
Aquellas conversaciones comenzaban a cansarme. Pensé que, al acabar con la vida de Jeremy Lee, mi infierno se terminaría; pues viviría en un mundo donde no existiese él, pero lo cierto era que, cada día que pasaba, me hacía creer que ese sujeto aún vivía únicamente para torturarme. Razón por la que la única forma de sacar la frustración que sentía era golpeando aquel maldito saco.
—He escuchado que tu audiencia es la semana que viene —alargó Dorothi, la chica alta y delgada con la que compartía celda—, es de lo que se habla ahora en el patio —ella sostuvo el saco para que pudiese golpearlo con mucha más fuerza. Sus ojos marrones clavados en los míos.
—Supongo —respondí, sin detenerme—, algo me ha mencionado mi abogado.
Ella echó un vistazo a su alrededor, dejando salir lentamente la respiración.
—Yo no he dicho nada, Roberts, pero he escuchado que te están preparando una emboscada en las duchas.
Traté de detener los golpes, pero ella me hizo un ademán con su cabeza para que continuara golpeando el saco, mientras que ella sacaba un cigarrillo de su bolsillo y lo encendía.
—¿Por qué debería de creerte? —le pregunté, sin siquiera dedicarle una mirada.
—Es tu problema si quieres creerme o no —respondió, dando una larga calada al cigarrillo—, eres mi compañera de celda, llevo cuatro años en este lugar y por más perras que sean mis compañeras, jamás he deseado que terminen muertas —arguyó, bajando la mirada para mirar la punta de sus zapatos.
—Allá afuera ni siquiera quieren que llegues a la primera audiencia, Roberts. Al punto que, han puesto precio a tu cabeza —me guiñó un ojo y sonrió—, me temo que, cuando mataste a ese tipo, has firmado tu sentencia de muerte.
Torcí una sonrisa mientras me detenía, me sostuve del saco y la miré, dándome cuenta de que en realidad no estaba mintiendo.
Mi padre tenía razón cuando me dijo que debía de cuidarme; él más que nadie sabía lo que era pasar tiempo en prisión, él conocía a la perfección como eran los movimientos aquí dentro. Pues después de todo, haber pasado siete años en prisión, era el tiempo suficiente para enseñarle todo lo difícil y asqueroso que era estar en prisión.
Cuando acabé con Jeremy, por mi mente pasó la idea de venir a prisión y pagar por lo que hice, sin importarme lo que fuese a conseguir aquí dentro; jamás imaginé que esta situación iba a hacerse más grande, jamás pensé que ahora, mi vida también estaba en peligro; imaginé riñas con las reclusas, pero ninguna vez pensé que la misma situación por la que vine acá, fuese la que iba a ponerme en peligro. Llevé una mano a mi cabeza, solo por la necesidad de poder sentir la navaja entre mis dedos; al sentirla, una pequeña descarga de adrenalina me invadió, deseando poder demostrarle a la chica que fuese, de lo que era capaz de hacer.
—Soy difícil de matar, Dorothi; tendrán que hacer méritos conmigo si en realidad desean liquidarme.
+++
Después de la cena, ocasionalmente me habían enviado a lavar la ropa a la lavandería, en cuanto llegó la orden desde la dirección de la cárcel, Dorothi me miró con temor. Probablemente imaginaba lo que ocurriría en aquel lugar.
De forma obediente, me encaminé a la lavandería, la cual estaba cubierta por mantas blancas y negras. Antes de irme, sujeté mi cabello en una coleta alta y me aseguré de que mi única arma de defensa estuviese ahí.
Las enormes lavadoras se encontraban en funcionamiento, haciendo un enorme ruido en todo lugar. Me detuve frente a ellas y cerré mis ojos, dedicándome a escuchar todo el ruido que venía de mi alrededor. Me concentré en dejar atrás el sonido de las lavadoras, para escuchar más allá de ellas.
Mi corazón palpitaba con fuerza dentro de mi pecho, en mi cerebro se reproducía una y otra vez todo lo que Dorothi me había dicho en la mañana; iban a prepararme una emboscada, mi cabeza tenía precio, ni siquiera querían que llegara a la primera audiencia.
Torcí una sonrisa mientras negaba con la cabeza, era muy obvio lo corrupto que era el senador Lee, pues si había cubierto las ocho violaciones de su hijo, en definitiva, le importaba una mierda los derechos humanos; y ahora, lamentablemente estaba en la mira. Jeremy tenía razón cuando dijo que su padre no iba a dejarme en paz.
Escuché pasos acercándose con lentitud, aún con el ruido que ocasionaban las lavadoras, podía escucharlos a la perfección. Eran dos pares de pasos, venían de ambos lados. Tragué saliva con fuerza mientras levantaba una mano de forma cautelosa hasta mi cabello. Sentí el filo de mi navaja contra mi piel, justo cuando logré guardarla entre mis dedos. Abrí mis ojos y me giré con rapidez, las dos chicas que se acercaban con lentitud parecieron asustarse, pues logré ver en ellas un pequeño respingo, situación que cambio enseguida cuando se abalanzaron hacia mí.
Me moví con rapidez, tomando a una por el cabello y lanzándola con fuerza hacia una de las lavadoras, la cual pegó un grito de dolor cuando su cabeza pegó contra el aparato.
La otra sacó una navaja y se me abalanzó, sostuve mi pequeña navaja y sin dudarlo, tiré mi mano hacia adelante, logrando con ella hacerle una herida bastante profunda cerca de su cuello.
Ella retrocedió, dejando caer su navaja mientras llevaba ambas manos hacia su cuello, donde la sangre comenzaba a salir. Me agaché y tomé su arma, después, sin dudarlo me acerqué a ella y la agarré del cabello para tirar de su cabeza hacia atrás. Sostuve mi navaja contra su cuello, hundiendo levemente la punta en su piel. Me volteé, para quedar de frente a la otra chica que aún se encontraba tirada en el suelo, viendo hacia nosotras con temor. Con solo ver sus expresiones, me pareció estar frente a un par de novatas que aún no se habían ensuciado sus manos al asesinar a una persona.
—Así que quieren matarme —afirmé, hundiendo poco a poco la navaja en su cuello, mientras la chica rogaba para que la liberara—, ¿Por qué debería de liberarte? ¿No trataste de matarme acaso?
—¡Por favor! —suplicó aún más, apretando mi brazo con sus manos—, solo hacemos lo que nos pidieron.
—¿Quién les pidió que me mataran? —pregunté.
Sentía como la sangre me hervía y mi respiración se aceleraba ante la adrenalina que me invadía al sentir la sangre de aquella chica, recorrer mis dedos.
—¡Dímelo! —grité, presionando más la navaja contra su piel—, ¡Habla o te desangras frente a tu compañera! ¿Crees que me importa tu vida? ¡No, cariño! ¡Con gusto te doy un boleto sin retorno hacia el infierno ahora mismo!
—¡El director! —exclamó con terror, mientras trataba de sacudirse para liberarse—, el director de la prisión nos ordenó que te matáramos —confesó, mientras su pecho subía y bajaba ante su gran temor de ser asesinada.
Mis ojos se agrandaron, mi respiración estaba entrecortada, al darme cuenta de que, si permanecía mucho tiempo en este lugar, iba a terminar muerta de una u otra manera. No podría protegerme para siempre, simplemente iba a llegar a morir en manos de quien menos me lo esperaba.
A mi mente llegó un pensamiento desesperado: necesitaba salir de ese lugar.
Empujé a la chica hacia su compañera, las miré a ambas con odio.
—Tomen esto como una única oportunidad que les da la vida; vuelvan a intentarlo, y no vivirán para contarlo.
Me incliné y guardé la navaja de la chica en mi zapato, para después comenzar a caminar hacia la salida, aún sosteniendo la mía en mi mano. En definitiva, no me convenía que me observaran guardándola en mi cabello.
+++
—No sé cómo le vas a hacer, tío Shane, pero necesito que me saques de aquí —le dije, al recibir su última visita antes de la audiencia.
Él levantó una ceja y sonrió de medio lado.
—¿No que no te importaba permanecer años en prisión?
—Eso era antes de saber que todo el maldito mundo me quiere muerta —confesé, dejando salir lentamente la respiración—, tengo días de no poder cerrar los ojos, no es lindo pensar que en cualquier momento pondrán una almohada sobre mi rostro.
Su sonrisa se borró de inmediato, él dejó salir lentamente la respiración mientras negaba con la cabeza.
—Estoy haciendo un arduo trabajo para sacarte de aquí —me dijo—, son tres audiencias, tu trabajo es sobrevivir hasta la última; sé que estoy haciendo algo ilegal, pero nos estamos encargando de eliminar todas las pruebas en tu contra. Tania, a partir de mañana debes de declararte inocente, debes de decir que un extraño te obligó a confesar que mataste a ese chico.
Asentí con la cabeza.
Justo ahora, sentía la gran necesidad de colaborar en todo, con tal de salir de ese lugar. Probablemente fuera también estaría en peligro, pero al menos, tendría más herramientas para defenderme.
—Tío Shane… sé que es horrible lo que te estoy pidiendo, sé que no eres el tipo de persona que suele hacer actos ilegales, pero de verdad… necesito salir de aquí.
Él me dedicó una pequeña sonrisa, estirando sus manos para acariciar suavemente las mías.
—Tania, cariño. Aunque hayas cambiado mucho, sigues siendo mi niña hermosa, por lo que, si está en mis manos poder cuidarte, lo haré con todo el gusto. Aunque eso signifique que mi ética quede por los suelos.
Fruncí los labios. No me gustaba aquello, desde un principio me eché toda la responsabilidad encima por el simple hecho de no querer arrastrar a mi familia al abismo al que me estaba metiendo, pero ahora, todos ellos estaban comenzando a implicarse en el caso. De pronto, sentí pánico al imaginar que algo malo pudiese ocurrirles por mi culpa; tal vez solo debería dejar que me mataran, probablemente todo iba a terminar ahí, me sufrirían, me llorarían un tiempo, pero al final, solo continuarían con sus vidas, dejándome a mí en un simple recuerdo.
—Tania, no —musitó él, viéndome con el ceño fruncido—, conozco esa mirada, no debes dejarte vencer. Tu familia te ama y sé que estarán dispuestos a hacer lo que sea, con tal de que estés bien.
Tragué saliva con fuerza, sin separar del todo mi mirada de la suya, al final, aquella paz que me brindaba su mirada, me hizo asentir.