TANIA ROBERTS
—¿Por qué lo hiciste?
Papá se encontraba sentado frente a mí, en aquella sucia mesa en la que recibía visitas. A su lado, el tío Shane, sacando documentos de un portafolio. Tal parecía que él se encargaría de llevar mi caso, cosa que no le veía sentido, pues sabía a la perfección que me iba podrir en la cárcel.
Mis ropas amarillas se veían bien, contrastaban con lo rojo de mi cabello. Hacía cuatro días que confesé mi crimen, los noticieros no habían dejado de hablar de ello desde entonces, donde mi rostro aparecía en cada uno de ellos, me veía esposada, siendo trasladada al reclusorio. Había visto tantas veces la misma imagen en el pequeño televisor en la sala de “entretenimiento” de aquí, que ya me la sabía de memoria. Incluso, me hacía sentir satisfecha de lo que había hecho.
—Una escoria como esa no merecía vivir —dije, entrelazando mis dedos sobre la mesa.
—Tu madre no ha dejado de llorar desde entonces.
Suspiré, sin saber con exactitud cómo debía de sentirme. Nunca pensé en lo que sentiría mi familia cuando se dieran cuenta de lo que hice, y la verdad, aunque se sintiera horrible decirlo, no me importaba.
Me había convertido en una asesina, una de las personas más odiadas de toda Utah y no me importaba.
—Que pena —murmuré, apoyando mi espalda contra silla—, dile que no se preocupe, estaré bien y que, por su bien, que se acostumbre a mi nueva vida, que yo ya comienzo a hacerlo.
Mi padre intercambió una mirada de tristeza con Shane, ambos dejaron salir lentamente la respiración mientras negaban con la cabeza.
—Necesito que me ayudes, si no me colaboras, no podré defenderte, pequeña Tania —el tío Shane habló, su voz cargada de sentimentalismo.
Le dediqué una mirada, sus ojos marrones me miraron cargados de tristeza.
—Debiste tener una buena razón para acabar con la vida de ese joven.
Asentí, sonriendo de medio lado.
—Mira, tío Shane. A pesar de que tuve una muy buena razón para acabar con la vida de ese hijo de puta, sé que no será tomada en cuenta. Sé exactamente dónde me estaba metiendo, y aún así, lo hice —volví a inclinarme sobre la mesa, dedicándome a mirarlo para que mis palabras fuesen lo suficientemente claras—, estoy preparada para asumir las consecuencias de mis actos.
Shane suspiró. Imitando mi postura.
—Me importa un bledo que estés preparada para pasar años en prisión. Fui contratado para seguir tu caso, y es lo que haré; ahora, si no te molesta, dime de una vez por todas por qué lo hiciste.
Un nudo se instaló en mi garganta. Recordar lo que había pasado esa noche, me ponía de mal humor y solo me provocaba tremendas ganas de hacer daño. Necesitaba mi saco de boxeo, era de la única forma en que podía descargar todo el coraje que me invadía.
—Ese cerdo me violó en los asientos traseros de su maldito auto, mientras yo rogaba por ayuda —cerré los ojos, gruesas lágrimas de coraje cayeron por mis mejillas, mientras su imagen, colgando de aquel techo, llenaba mi mente, haciéndome sentir una gran satisfacción—, grité, me escucharon y fui ignorada; a nadie le importó que me estuviesen haciendo daño.
Los ojos de mi padre me enfocaron, noté en ellos debilidad, rabia, dolor… su labio inferior comenzó a temblar, mientras sus manos se cerraban en puño sobre la mesa.
—Sabía que algo así te había ocurrido —afirmó, cerrando los ojos, de los cuales comenzaron a salir lágrimas—, no quise presionarte a que me lo contaras, traté de hacer de tu vida algo normal; ¿Por qué no me dijiste que fue ese hijo de puta quien te hizo daño?
Solté una risa sarcástica.
—No permitiría que cayeras en prisión; pagaste tu condena, ahora es tiempo que yo pague la mía —crucé los brazos a la altura de mi pecho, levanté una ceja y los miré a ambos—, estoy lista para recibir lo que sea.
Y era verdad, me sentía fuerte y poderosa; no tenía miedo de estar encerrada. Desde el momento que decidí terminar con la vida de Jeremy Lee, sabía a la perfección que mi libertad acabaría y no lo temía.
Él negó con la cabeza, dejando salir lentamente la respiración.
—Me duele que hayas sido tú, quien se manchó las manos, cuando debí de ser yo, el encargado de defenderte.
Las comisuras de mis labios se levantaron en una sonrisa, negué con la cabeza y levanté una ceja.
—¿Sabes, papito? No me arrepiento de absolutamente nada de lo que hice; la sola imagen de dolor marcada en el rostro de Jeremy Lee mientras se desangraba, fue suficiente pago para mí.
Mi padre no alejaba su mirada de la mía. Sus ojos se agrandaron, ante la posible incredulidad que todo aquello que ahora escuchaba, le ocasionaba.
Honestamente, si alguien me hubiese preguntado cinco meses atrás si alguna vez me vería en prisión, le hubiese dicho que estaba loco; solía ser una chica buena, amaba mi carrera de medicina, adoraba ayudar a mi madre en su hospital veterinario; me encantaba salir a correr en compañía de mi hermano mientras ambos hablábamos sobre los cursos que llevábamos en la universidad; por mi mente jamás pasó la posibilidad de llegar a arrebatarle la vida a una persona, pues yo únicamente pensaba en querer salvar la mayor cantidad de vidas que me fuera posible. Pero ahora, aquel pequeño momento de satisfacción al quitarle la vida al hombre que prácticamente robó la mía, continuaba tatuado en mi mente, haciéndome incluso sentir mucho más fuerte de lo que una vez pude ser.
—No te preocupes, Tyler. Haré todo lo que esté en mis manos para ayudar a Tania —susurró Shane, tocando el hombro de su amigo para tratar de transmitirle seguridad.
Los ojos verdes de mi padre seguían clavados en los míos. Estaba segura de que incluso en este momento, podía ver su reflejo en mí. Papá fue una persona fría, despiadada, el cual le importaba una mierda lo que sucediera con los demás. Incluso, también llegó a asesinar a un hombre que quiso hacerle daño a mamá; ese fue el motivo por el cual jamás iba a decirle quién fue el encargado de robar mi inocencia; pues sabía que él sería capaz de asesinarlo sin siquiera importarle terminar en prisión otra vez.
—Lo hiciste mal, Tania —Shane insistió.
Dejé de ver a mi padre para prestarle atención a él.
—Debiste de hablar desde el primer momento; probablemente ese sujeto estuviese ahora en prisión, pagando por lo que te hizo.
Volteé los ojos.
—No seas estúpido, tío Shane. ¿Crees que mi palabra hubiese sido más creíble que la palabra del hijo del senador Lee? —suspiré, cerrando los ojos—, ese bastardo me confesó haber violado siete chicas. Justo ahora debe de estar pagando por lo que hizo, pero en el infierno, no en un sitio donde jamás sería juzgado.
Mi padre torció una sonrisa, negando con la cabeza. Miró sobre mi hombro, después hacia sus costados.
—Se nos va el tiempo —musitó, sin mencionar una sola palabra más—, dame la mano —me pidió, extendiendo su mano sobre la mesa.
Estiré la mano, al menos le debía eso, pues probablemente ahora no podría verle tan seguido. Él sostuvo mi mano con suavidad, tal y como si quisiera poner algo en ella, de forma disimulada, inclinó ligeramente su brazo, de la manga de su camisa larga se asomó una pequeñísima navaja. Levanté la mirada enseguida para verlo a su rostro, mientras sentía como aquel pequeño aparato llegaba a la palma de mi mano.
—Estar dentro de estas paredes no es fácil; tendrás que cuidarte sola —comentó, sin dejar de mirarme—, no confíes en nadie, ten cuidado cuando te duches o simplemente cuando vayas a la lavandería; probablemente ese hombre que sabe que asesinaste a su hijo, querrá hacerte daño de alguna manera.
La mirada de Shane estaba clavada en mi padre, probablemente pensando que mi viejo había enloquecido. Él continuaba con su mano sosteniendo la mía, levantó su mirada hacia mi cabello.
—Lo tienes largo, tenla ahí —musitó, antes de liberarme.
Con rapidez subí mis manos y quité la liga que sostenía mi cabello en una coleta alta, fingí peinarme con mis dedos, mientras enredaba aquel pequeñísimo aparato filoso en las hebras de mi cabello, asegurándola con la misma liga para que estuviera de una firme manera.
—Haz lo necesario para sobrevivir, que de lo demás nos encargaremos nosotros.
Asentí, sintiendo de pronto una enorme gratitud hacia mi padre. No se me había ocurrido pensar en que alguien querría hacerme daño aquí dentro; tal parecía que debía de aprender mucho al estar encerrada.
Miré a mi padre levantarse al lado del tío Shane, para después comenzar a caminar hacia la salida de la sala sin siquiera volver a ver atrás. Un oficial se acercó a ponerme las esposas, extendí mis manos sobre la mesa, colaborando con él.
—Es hora de regresar a la celda, Tania.
—Ya era hora —respondí con sarcasmo—, ya ese par comenzaba a hartarme.
Caminé justo delante de él, mientras avanzábamos, podía sentir su asquerosa mirada sobre mi cuerpo, lo que me provocó que mi estómago se revolviera de inmediato. Miré de forma descarada sobre mi hombro, retándolo con la mirada. Aquel hombre blanco y alto me veía con una sonrisa marcada en sus labios. Pude notar en su mirada aquella chispa de enfermo s****l que tenía Jeremy la noche en que me violó. Ahí me di cuenta que mi padre tenía razón al decirme que me cuidara y que no confiara en nadie; sencillamente dentro de estas paredes, no podía confiar ni en mi propia sombra.
—Sígueme viendo de esa manera, y te aseguro que te encontrarán sin ojos en cualquier momento —le aseguré.
Su sonrisa se borró de inmediato, lo noté tragar saliva con fuerza y luego desvió su mirada. Probablemente sabía qué le ocurrió al hijo del senador, por lo que, sabría que esa chica flacucha no bromeaba.
Torcí una sonrisa antes de regresar mi atención al frente, sintiéndome satisfecha al saber que me era fácil intimidar con una sola mirada a cualquier persona.
+++
Escuché voces molestas, lo que me hizo abrir los ojos desde el incomodo camarote donde dormía. Me moví en la cama, tratando de conciliar el sueño, pero las voces comenzaban a escucharse más cercanas a mi celda. Abrí los ojos y me senté, dejando salir un largo bostezo. Observé a mis dos compañeras de celda con la mirada fija fuera de los barrotes. Ambas se encontraban son sus manos apoyadas en los barrotes.
Llevaba cuatro días en aquel lugar y ni siquiera conocía sus nombres, no me había preocupado por siquiera dirigirles la palabra, no era como que me importara hacer amigas después de todo.
—¿Qué? ¿Acaso hay un espectáculo fuera? —pregunté.
Ambas me volvieron a ver, la más alta torció una sonrisa.
—Así que sí hablas.
Me encogí de hombros, mientras llevaba mis manos hasta la punta de mis pies y así estirar la espalda.
—No me interesa conocer sus desgraciadas historias, si es a lo que te refieres.
La otra chica me observó, era bajita y rellenita, al punto que podría pasar por ser un dulce oso de peluche.
—Dicen que asesinaste a un hombre.
—¿Me dirán qué es lo que pasa afuera o vuelvo a dormir? —pregunté, comenzando a hartarme.
—Mataron a Dilana en las duchas —me contó la alta—, una chica que quería aparentar ser la ruda de la cárcel.
Volvió a sonreír, levantando una ceja.
—Mira en lo que puedes terminar tú.
Me encogí de hombros.
—Hierba mala nunca muere —me limité a responder para después dejarme caer a la cama—, descansa en paz, Dilana —susurré de forma sarcástica.