Capitulo II "Te Encontré".

2000 Palabras
El cristal mostraba ahora a un hombre de veinticuatro años convulsionando en su cama, las sábanas enredadas alrededor de sus piernas como las raíces de un árbol maligno. Abril reconoció la edad con un escalofrío: la misma que tenía Alessandro cuando Moriel lo corrompió por completo. *"No esta vez"*, susurró, clavando las uñas en el marco. En el reflejo, vio cómo Damián se incorporaba bruscamente, los dedos buscando a tientas el cuaderno de bocetos donde, noche tras noche, reproducía la torre, el puñal, los ojos plateados de Abril sin saber por qué. Las páginas estaban manchadas de pintura dorada que brillaba con luz propia. *"Encuéntrame... donde los espejos no mientan"* Las palabras escritas en el lienzo no eran producto de su imaginación, sino de la conexión que Abril había cultivado durante años. Cada sueño compartido, cada visión guiada, cada susurro en sus noches de fiebre habían sido ladrillos en un puente entre mundos que ahora empezaba a cruzar. La loba negra saltó sobre la cama con un gruñido que no era animal. Sus ojos dorados brillaron con la misma inteligencia perversa que Abril había visto en Moriel la noche del asesinato. El animal -"terapéutico" del Dr. Kael- lamía las gotas de sudor de la frente de Damián como si saboreara su angustia. Abril contuvo un grito cuando el teléfono vibró mostrando el mensaje predicho: *"Tu progreso es notable. ¿Sigues tomando la medicación?"* Firmado por el Dr. Kael, el psicólogo que había "tratado" a Damián desde los seis años. El mismo hombre que, según había descubierto Abril a través del espejo, había sido seducido por Moriel con promesas de poder absoluto en Niharyn. *"Mantén alejado a Alessandro de su influencia"*, le había susurrado la hechicera al oído del médico, *"y cuando regrese, serás más que un simple consejero. Serás un dios"*. Damián miró su reflejo en la ventana. Por un instante que le partió el alma a Abril, vio los ojos dorados de Alessandro mirando de vuelta. La madrugada encontraba a Damián frente al lienzo en blanco, los pinceles secos entre sus dedos temblorosos. Tres días sin dormir le nublaban la vista, pero cada vez que cerraba los ojos, veía la torre maldita y aquellos ojos plateados que lo llamaban desde el abismo de sus sueños. Tomó el pincel con desesperación, emborronando el lienzo con trazos furiosos de óleo dorado. No sabía qué intentaba pintar, solo que sus manos ardían por plasmar *algo*, como si su vida dependiera de dejar escapar esa imagen atrapada en su cráneo. --- **En Niharyn**, Abril se detuvo frente al espejo. El cristal mostraba a Damián en su estudio, sus hombros tensos, la espalda arqueada como un animal acorralado. Ella conocía esa postura. La había visto en Alessandro la víspera de su corrupción. Sin pensarlo, apoyó la frente contra el frío cristal y comenzó a cantar. Era la misma melodía que le había arrullado de niño, cuando las pesadillas lo hacían llorar en su cuna. Una tonada antigua en lengua de sacerdotisas, cuyas palabras hablaban de rosas negras y promesas bajo la luna. --- **En la Tierra**, Damián dejó caer el pincel. Una voz. *Esa* voz. La reconoció instantáneamente, como se reconoce el sonido del mar después de una vida en tierra adentro. Sus párpados se hicieron pesados, los músculos se relajaron contra su voluntad. El estudio se desvaneció alrededor suyo, reemplazado por... **Un campo infinito de rosas negras.** Él—*no él, Alessandro*—caminaba junto a la mujer plateada, sus dedos entrelazados. Las flores se inclinaban a su paso, desprendiendo un aroma embriagador a tierra mojada y promesas. Ella le sonreía con una ternura que le partía el alma, sus labios formando palabras que el viento se llevaba antes de que pudiera oírlas. *"Abril..."* El nombre le brotó de los labios como un suspiro largamente contenido. Un estruendo lo arrancó brutalmente del trance. La loba negra había derribado el caballete, los ojos dorados brillando con rabia pura. El lienzo cayó boca arriba, revelando el rostro que Damián no recordaba haber pintado: **Abril en todo su esplendor**, con sus ojos plateados y el rastro de una lágrima dorada descendiendo por su mejilla. —¿Abril?— repitió, tocando la pintura aún húmeda. La loba emitió un gruñido que heló la sangre, sus patas arañando el suelo de madera, pero no atacó. Solo observó, con una furia contenida que hablaba de órdenes recibidas y límites que no podía cruzar. Fuera, la lluvia comenzó a caer. Y en el espejo de Niharyn, Abril sonrió al ver la firma que Damián había dejado inconscientemente en el rincón del lienzo: *"Te encontré"* Damián recogió el cuadro con manos que ya no temblaban, los dedos acariciando el óleo húmedo donde los ojos plateados de Abril brillaban con vida propia. Una sonrisa involuntaria se dibujó en sus labios al trazar el contorno de su rostro—ese rostro que no recordaba haber visto jamás, pero que le llenaba el pecho de una calma inexplicable. La loba negra se deslizó entre sus piernas, el lomo rozando su pantalón como un gato arrepentido. Damián bajó la mirada hacia esos ojos dorados que ahora parecían casi... ¿arrepentidos? —Tranquila, princesa— susurró, rascándole detrás de las orejas con una ternura que no usaba con nadie más—. No son celos lo que deberías sentir. Solo es un cuadro. Una ilusión. El animal emitió un sonido entre ronroneo y gruñido, pero se acomodó a sus pies, satisfecha. *Triunfante*, pensó Damián sin saber por qué esa palabra cruzaba su mente. Guardó el lienzo en el fondo de la habitación de invitados—el único espacio que mantenía bajo llave. Entre las sombras, el retrato de Abril pareció brillar por un instante antes de que la puerta se cerrara. El mensaje al Dr. Kael fue rápido, profesional: *"Necesitamos hablar. ¿Hay espacio disponible para hoy en la mañana?"* La respuesta llegó antes de que la cafetera terminara de preparar su espresso: *"11 AM. Toma tu medicación antes de venir."* Damián apretó los dientes al leerlo, pero asintió para sí mismo. Mientras el aroma a café arábico llenaba el departamento, se acercó al ventanal desde donde se dominaba la ciudad. Vivía en el piso 21 de una torre moderna en **La Condesa (CDMX)**, donde los árboles centenarios de las calles se mezclaban con galerías de arte boutique. Justo enfrente, el letrero de *"Galería Esmeralda"* brillaba bajo el sol matutino. —¡Oye, artista! —una voz femenina lo sacó de sus pensamientos. Valeria, su vecina y dueña de la galería, le hacía señas desde el balcón contiguo, su pelo n***o azabache ondeando como la noche—. ¿Ese cuadro nuevo que me prometiste está listo para la exposición de primavera o voy a tener que arrastrarte? Damián bebió un sorbo de café antes de responder. —Kael dice que no estoy listo— gritó de vuelta, fingiendo una seguridad que no sentía—. Que mi "condición" podría... —¡Qué sabrá ese amargado! —lo interrumpió ella, haciendo un gesto obsceno que los hizo reír a ambos—. Tu arte es brillante, Damiancito. Y eso de que "no puedes manejar la presión" es pura basura. La loba negra saltó al sofá junto a la ventana, observando a Valeria con una intensidad que hacía que hasta los pájaros callaran. Damián le lanzó una mirada de advertencia antes de responder: —Tal vez después de mi cita con él hoy... Valeria lanzó los brazos al aire. —¡Es siempre lo mismo! Ese tipo te tiene convencido de que eres de cristal. Mira tus obras, maldita sea— señaló hacia el estudio donde docenas de cuadros se apilaban contra las paredes—. Eso es genio puro. Y genio *sano*, por cierto. Damián miró su taza de café, donde el reflejo del sol creaba pequeños destellos dorados. Por un instante, creyó ver otra vez esos ojos plateados del cuadro mirándolo desde el líquido n***o. —Lo pensaré— mintió, sabiendo que jamás se atrevería a desafiar al Dr. Kael. La loba, satisfecha, se acurrucó a sus pies mientras Valeria suspiraba y se retiraba. Fuera, el viento otoñal arrancaba hojas amarillas de los jacarandás, haciendo que bailaran frente a su ventana como fragmentos de un sueño que no podía alcanzar. --- El café de Damián se enfriaba sobre la mesa mientras observaba a Valeria a través del ventanal. Su cabello n***o azabache brillaba bajo el sol matutino, recogido en un desorden estudiado que siempre parecía listo para aparecer en las páginas de una revista de arte. Ella empacaba cuadros frente a la galería, lanzándole miradas ocasionales que decían *"esto podría ser tuyo"* sin necesidad de palabras. La loba gruñó baja junto a su tobillo, los ojos dorados siguiendo cada movimiento de Valeria con desconfianza. —Tranquila —murmuró Damián, hundiendo los dedos en su pelaje—. Ella solo quiere ayudar. El animal resopló, como si la idea de que alguien más tuviera influencia sobre él le resultara intolerable. --- **En Niharyn**, los pasos de Lucas Valkon resonaron como truenos en el corredor de la Torre del Silencio. Las rosas negras que crecían entre las grietas de las piedras se marchitaron al instante cuando pasó junto a ellas, su armadura de general ensombreciendo la puerta de la celda de Abril. —Abran —ordenó sin alzar la voz. Los guardias intercambiaron miradas antes de ceder. Lucas no era su rey, pero desde que su hermano murió, todos en Niharyn sentían el filo invisible de su ira. Abril no se levantó del borde de la cama donde estaba sentada, ni siquiera cuando la sombra de Lucas llenó la celda. —¿A dónde lo enviaste? —preguntó él, la voz áspera como arena en una herida abierta. Ella alzó la vista hacia el espejo de ébano que colgaba frente a ella, mostrando por un instante la imagen de Damián acariciando a la loba en ese mundo lejano. —A salvo —respondió simplemente. Lucas cerró los puños con un crujido de cuero. No era el hombre violento que su hermano había sido, pero el dolor le nublaba la razón. —Moriel dice que lo escondiste en un mundo sin magia —avanzó un paso, la espada rozándole el muslo—. Que está débil. Que no recuerda. Abril sonrió, un gesto triste que no llegó a sus ojos. —¿Y confías en lo que dice Moriel, Lucas? Después de lo que le hizo a tu madre... El golpe fue instintivo. La palma de Lucas estalló contra el muro a centímetros del rostro de Abril, dejando un cráter en la piedra. —No digas mentiras!—escupió—. Solo dime una cosa: ¿puede volver? El silencio se extendió mientras Abril estudiaba el rostro de Lucas —tan parecido al de Alessandro, pero con una tristeza que su hermano nunca había permitido mostrar—. —Depende de él —susurró por fin—. Y de cuánto estés dispuesto a perder para traerlo de vuelta. Fuera, un cuervo graznó. El mismo que, minutos después, volaría hacia el nido de Moriel con noticias del interrogatorio. --- El consultorio del Dr. Kael olía a menta falsa y desinfectante. Damián se hundió en el sofá de cuero mientras la loba negra se acomodaba a sus pies, los ojos dorados clavados en el psicólogo como un centinela. —¿Cómo has dormido? —preguntó el dr. Kael, los dedos entrelazados sobre el bloc de notas donde anotaba cada palabra de su paciente con letra demasiado perfecta. —Como siempre —mintió Damián, los dedos tamborileando en el brazo del sillón—. Sueños confusos. La torre. La lluvia. Él Dr. Kael inclinó la cabeza, el reflejo de sus lentes ocultando el brillo dorado que a veces parecía filtrarse en sus pupilas. —¿Nada más? El cuadro de Abril ardió en su mente. La manera en que esos ojos plateados parecían seguirle por la habitación. —Soñe con una hermosa mujer de cabello plateado. Kael apretó la pluma.
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