—¿Plateado? —repitió, como si la palabra tuviera un sabor amargo—. ¿Y esta... *mujer*, te dijo algo?
Damián tragó saliva.
—Abril —susurró Damián—. Se llama Abril.
La pluma de Kael se detuvo en el papel de inmediato.
-Con que "Abril"- murmuró.
El aire se espesó. Kael se reclinó en su silla con una calma estudiada, pero la loba levantó la cabeza, las orejas alerta.
—Damián —dijo el psicólogo, cada palabra cuidadosamente moldeada—, debes entender que esa mujer no existe. Es solo una proyección de tu mente, un símbolo de todo lo que temes perder.
Se inclinó hacia adelante, el aroma a menta volviéndose asfixiante.
—El cuadro donde la pintaste... necesito que lo destruyas.
Damián sintió un escalofrío.
—¿Cómo sabes que la pinté?
Kael sonrió, un gesto que no alcanzó sus ojos.
—Porque es lo que siempre haces. Materializas tus obsesiones —abrió un cajón y sacó una carpeta llena de bocetos de la torre, la lluvia, la loba—. Estos dibujos son tu terapia. La torre es tu miedo a caer. La lluvia, tu ansiedad. Pero esa mujer... —apretó la carpeta hasta blanquear los nudillos— es tu mente jugándote en contra una especie de trampa sucia para que no avances, es "auto sabotaje", ¿lo entiendes verdad?
Damián no sabía que pensar, solo asintió pero sin estar seguro de ello.
La loba bostezó, mostrando colmillos demasiado largos.
—Destrúyelo, Damián —continuó Kael—. Concéntrate en la torre, en destruir en tus sueños ese reino que refleja tus más profundos temores. En la loba. En lo *real*. Solo así sanarás.
Fuera, el cielo comenzó a oscurecerse, como si supiera las intenciones del psicólogo.
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En cuanto la loba se quedó dormida en la Tierra, automáticamente en Niharyn se materializó Moriel, estirándose como si tuviera los músculos tensados, recordando la escena que observo a través de los ojos de la loba, en eso sus labios pintados de rojo sangre comenzaron a curvarse en una sonrisa malvada.
—Destrúyelo —susurró al vacío, como si Damián pudiera oírla—. Y cuando no tengas más refugio que mi sombra, volverás a ser mío. Siguió sonriendo mientras salía camino al Despacho Real.
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**El despacho olía a cuero viejo y tinta seca.** Los mapas de guerra estaban sobre la mesa de roble que mostraban fronteras marcadas con sangre de dragón, rutas que ya no importaban. Moriel recorría el borde del trono vacío con dedos inquietos, sus uñas negras dejando arañazos apenas perceptibles en la madera.
—*Pronto volverás a sentarte aquí, mi rey*— musitó, como si Alessandro pudiera oírla a través de los mundos. Pronto tendremos nuestra venganza y juntos gobernaremos estás tierras por toda la eternidad.
La puerta se abrió de golpe, y Lucas irrumpió en ella como una tormenta, sin mediar palabra, arrojó un candelabro contra la pared. El metal retumbó, las velas se apagaron al instante, ahogando la habitación en un silencio cargado de furia. .
—**No dice nada**— rugió, arrancándose los guantes con los dientes—. **Ni amenazas, ni promesas, ni maldiciones la hacen hablar.**
Moriel se deslizó hacia él, su vestido de esmeralda rozó los documentos esparcidos en el suelo.
—*Quizá no has usado los métodos correctos*— susurró, alzando una mano hacia su rostro. Sus dedos brillaron con un hechizo, el mismo que doblegaba generales y embajadores para que hicieran lo que ella quisiera.
Pero cuando sus uñas rozaron la piel de Lucas, **nada ocurrió.**
Él ni siquiera parpadeó. Continuó hablando como si nada hubiera ocurrido, como si ella no hubiera intentado hechizarlo, ésto ella no lo entendía.
—Necesitamos encontrar otra manera de obtener esa información, dónde rayos envió a mi hermano, no se ya como sacarle la información a esa desgraciada que apuñaló a mi hermano.**
Moriel retrocedió, disimulando el temblor de sus manos. *¿Por qué?* Abril era comprensible (la maldita Torre, la sangre divina), pero Lucas... *Lucas no tenía excusa.*
—Tu hermano no habría vacilado— escupió, cambiando de táctica—. Alessandro sabía que Venobich solo entiende el lenguaje de la sangre.
Lucas se volvió hacia el ventanal. En la distancia, la **Torre del Silencio** se alzaba como un reproche.
—Mi hermano eligió el odio. Yo elijo terminar esta guerra.
—¡Esos bastardos asesinaron a tu madre! —gritó Moriel, perdiendo por primera vez su compostura—. ¿Tan débil te has vuelto?
El suelo tembló. Grietas como venas negras se extendieron desde las botas de Lucas hasta los pies de Moriel. Un recordatorio silencioso: **él controlaba la tierra, y con ella, los cimientos del reino.**
—No es debilidad —dijo, cada palabra tallada en granito—. Es **justicia.** Y no será la que quieres.
Moriel sintió que el aire se espesaba. *Justicia.* ¿Qué clase de hombre pronunciaba esa palabra? Alessandro había sido un huracán de destrucción, pero Lucas... Lucas era como esas montañas al norte: **frías, implacables, imposibles de erosionar.**
—Cuando tu hermano regrese —susurró, retirándose hacia la puerta—, espero que recuerdes esta *compasión*... sobre todo cuando él exija la cabeza de Abril.
Antes de salir, lanzó una última mirada al **retrato de la reina madre** tras el trono. Esos ojos dorados que Alessandro había heredado... *¿O acaso eran más plateados hoy?*
Moriel cerró la puerta del despacho con un golpe seco. Sus uñas negras se clavaron en sus propias palmas hasta dibujar medias lunas de sangre. El eco de sus pasos resonó en los largos corredores de piedra negra, donde las antorchas parpadeaban como cómplices asustados.
*¿Por qué?*
La pregunta le quemaba como veneno en las venas. *¿Por qué no podía controlarlos?*
**Abril** era comprensible. Hija de una diosa, estaba encerrada tras los muros de la Torre del Silencio, protegida por aquel maldito hechizo que ni siquiera ella podía romper. Pero **Lucas**… Lucas no era más que un Valkon. Un soldado con manos manchadas de guerra como cualquier otro. *¿Qué lo hacía diferente?*
—¡Maldita sea! —gritó, lanzando un hechizo contra la pared. Las sombras se retorcieron como serpientes, devorando la piedra hasta dejar marcas de putrefacción.
Un sirviente que pasaba por allí retrocedió con un grito ahogado. Moriel lo miró, y el hombre cayó de rodillas al instante, los ojos vidriosos de obediencia.
*Al menos el resto siguen siendo fáciles*, pensó con amargura.
Pero Lucas no era débil. Y Abril… Abril era un obstáculo que llevaba años desgastando su paciencia.
Se acercó a una ventana que daba al patio interior. Allí abajo, los soldados entrenaban bajo la lluvia, sus espadas chocando con el mismo ritmo monótono de los últimos meses. *Sin Alessandro, este reino es un cadáver que se niega a morir*.
—Necesito que vuelvas —susurró, apoyando la frente contra el cristal frío—. Solo tú puedes terminar lo que empecé.
Recordó la última vez que había visto a Alessandro, justo antes de que Abril lo enviara a ese mundo sin magia. Sus ojos dorados, llenos de la misma rabia que ella amaba. *Él sí entendía*. Él sabía que la única paz posible era la que se construía sobre los huesos de los enemigos.
Pero ahora, con Lucas al mando, todo se desmoronaba. Los señores de la guerra murmuraban. Los aliados dudaban. Y el reino del Rey Venobich seguía en pie, burlándose de ellos desde el otro lado de las montañas.
Moriel apretó los puños.
No podía permitirlo.
Si no podía controlar a Lucas, tendría que encontrar otra manera. Si Abril se negaba a hablar, tendría que arrancarle las palabras con fuego y sal. Y si Alessandro no podía volver por sí solo…
*Tendré que traerlo yo misma.*
Una sonrisa torcida se dibujó en sus labios.
Quizás era hora de visitar a ese psicólogo en el mundo sin magia. Después de todo, **Damián** ya había empezado a recordar. Y si un simple cuadro podía despertar sus memorias…
*Imagina lo que podría hacer un poco de dolor.*
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Moriel todas las noches podría viajar entre mundos desde sus aposentos privados, sabía que tenía el control de la situación. Que seguro ese hombre estaba sentado en su sofá de nuevo, hojeando las notas sobre Damián con esa arrogancia de mortal que creía entender los misterios del universo.
—*Patético*— escupió, pasando una uña afilada sobre el vidrio. **El portal se rizó como agua negra.**
No quería volver a ese mundo sin magia, a ese lugar donde el aire olía a metal y ruido. Pero necesitaba hacerlo. **Damián** empezaba a recordar, y si ese cuadro de Abril llegaba a su memoria, todo podría desmoronarse.
—*Tendré que rebajarme a hablar con ese insecto*— murmuró, arrancándose un cabello rojo y dejándolo caer sobre el portal. **El hechizo se activó con un susurro de palabras prohibidas.**
—*"Por la sangre que bebiste y los juramentos que rompiste, llévame a él"*—.
El espejo se convirtió en un vortice. Moriel respiró hondo y **saltó.**
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**En la Tierra – 2:58 a.m. (Apartamento del Dr. Kael)**
El mundo se retorció. Por un instante, fue solo **dolor** —como si cada hueso se desarmara y reensamblara—. Luego, las cuatro patas de la **loba negra** tocaron el suelo alfombrado del apartamento.
**Olía a medicinas y soledad.**
La transformación de **loba a mujer** fue instantánea. Un crujido de huesos, un jadeo de placer (a Moriel le encantaba ese momento), y entonces **apareció en la habitación**:
- **Cabello rojo** como la herida abierta de un sacrificio.
- **Vestido esmeralda** que se deslizaba sobre su piel como serpiente.
- **Ojos dorados** brillando en la oscuridad.
Kael ya estaba despierto, sentado en la cama con una copa de whisky. **No se sorprendió.**
—Pensé que no vendrías —dijo, pero su voz tembló de excitación.
Moriel se deslizó hacia él, quitándole la copa con dedos que dejaron marcas de hollín en el cristal.
—*Mientes*— sonrió, oliendo el alcohol en su aliento—. **Me esperabas desde que anocheció.**
Él tragó saliva. Ella no necesitaba magia para controlarlo ahora. **Kael estaba enganchado.** A sus sueños. A su tacto. A la promesa de que, cuando Alessandro volviera, él sería **su mano derecha en la Tierra.**
—Damián habló de la torre otra vez —murmuró Kael, hundiendo las manos en su vestido—. Y del cuadro… ese que le prohibí terminar.
Moriel lo empujó contra las sábanas, sus uñas negras dejando marcas en su pecho.
—*¿Y le obedeciste?*— preguntó, mordiendo su oreja—. Después de todo lo que te he dado… ¿vas a fallarme ahora?
Kael jadeó. Recordó las *noches* con ella. Las visiones de poder que le mostraba: **él, gobernando sobre los humanos, con la magia de Niharyn fluyendo en sus venas.**
—No —gruñó, girándola debajo de él—. Pero necesito más. **Prueba de que cumples.**
Moriel rió. **Era tan predecible.**
Con un chasquido de dedos, el espejo del dormitorio se llenó de imágenes: **Alessandro en su trono, Kael a su lado con una corona de espinas negras, los enemigos del doctor ardiendo en llamas verdes.**
—*Cuando Damián recuerde*, todo esto será tuyo —prometió, arqueándose contra él—. Pero primero… **el cuadro debe ser destruido.**
Kael asintió, hipnotizado. Sabía lo que tenía que hacer:
1. Llevar a Damián al consultorio mañana.
2. Asegurarse de que "accidentalmente" el cuadro de Abril **se queme.**
3. Usar a la loba para inyectarle más recuerdos de **Alessandro**, no de Abril.
Moriel lo dejó creer que él tenía el control. Pero cuando el reloj marcó **3:58 a.m.**, sus dedos ya se estaban convirtiendo en garras otra vez.
—*Recuerda*— gruñó, su voz distorsionándose—. **Si fallas, todo lo que te espera es el olvido.**
Y entonces, **era solo la loba otra vez**, escabulléndose por la ventana mientras Kael juraba entre dientes que no los defraudaría.