Capítulo 1

2363 Palabras
7 de marzo Me removí en el asiento de cuero. Que mi piel se pegara al sillón individual no me era para nada beneficioso. Todo servía para aumentar mis nervios. Había estado mordisqueando mi labio desde que había llegado, y ya comenzaba a dejar pequeñas marcas. Me ordené mentalmente inspirar y expirar. No me sorprendí cuando sentí el sabor metálico de la sangre en mi boca, porque era algo que hacía desde que tenía memoria. Ese fue el momento en el que decidí dejar mi labio tranquilo. Necesitaba hacer algo para distraerme. Y solo tuve una idea. Normalmente no me gustaba buscar o que me dieran información sobre una persona. Prefería enterarme de primera mano cómo era, para evitar prejuzgar. Pero en ese caso no podía. Estaba demasiado nerviosa por la entrevista de trabajo. Saqué mi celular de la cartera, desbloqueándolo. Escribí el nombre de mi posible futuro jefe en Google, dejando que internet hiciera el resto. Cerca de 130,000,000 resultados (0.50 segundos). Primer indicio de que tenía que estar nerviosa por conocerlo. Apreté el primer enlace, sabiendo perfectamente que toda la información no iba a ser demasiado confiable. “Nicolás Lafontaine (Buenos Aires, Argentina; 23 de febrero de 1989) es un empresario, inversor y el dueño de ‘Editorial Lafontaine’. A mediados de 2015, Forbes lo colocó dentro de las diez personas más ricas de Argentina, con US$ 1.300 millones. Y…” Bloqué la pantalla, sintiéndome casi sofocada. Hice las cuentas mentales. Solo tenía veintisiete años, y manejaba más plata de la que algún día podía llegar a imaginar tener. Era una puta locura. Y definitivamente no había ayudado a mi nerviosismo. —¿Señorita Bellafiore?— me llamó una voz femenina. Giré para encontrarme con una mujer unos pocos años mayor que yo. Era la que me había atendido cuando había llegado. Era muy bonita. Su cabello rubio dorado le llegaba a unos cuantos centímetros más allá de los hombros, sus ojos eran grandes y de color miel. Pero siempre con una sonrisa amable, rompiendo cualquier tipo de estereotipo. —¿Sí?— pregunté mientras me levantaba del asiento con rapidez. Sentí un leve ardor en la piel de mis piernas cuando se despegó del asiento. Auch. ¿Quién me había mandado a ponerme una pollera? Tironeé de los bordes inferiores, intentando que la tela vuelva a su lugar original. Y me colgué la cartera en el hombro. —El señor Lafontaine ya se encuentra esperándola— me informó. Esa simple frase logró que mis manos comenzaran a temblar de manera poco notoria. Respiré hondo dos veces antes de seguir a la rubia hacia unas puertas dobles de roble. La empleada se detuvo cuando tuvo el manijon de la puerta en sus manos, y me sujetó suavemente del hombro. Levanté mis cejas, extrañada ante la actitud. ¿Teníamos que esperar alguna clase de orden? Sus ojos se clavaron en los míos. —Él te va a parecer estricto y muy probablemente un poco antipático— susurró con una sonrisa de complicidad— Pero es un dulce de leche, que solo le gusta hacer bien su trabajo. ¿Había comparado a su jefe millonario con un dulce de leche? Si hubiese estado menos nerviosa me hubiese reído. —Ya tenemos algo en común— claramente no lo del dulce de leche. Hice un esfuerzo para dedicarle una sonrisa a la chica antes de adentrarme en la oficina. En cuanto la puerta se cerró a mi espalda me sentí completamente indefensa. Tenía que tranquilizarme. Solo era una entrevista. Nada malo podía pasarme. A menos que morir de un infarto fuese algo malo. No pude evitar sentirme atraída ante el lujo del lugar en el que me encontraba, aunque todo el edificio era bastante lujoso de por sí. La oficina era un espacio amplio que constaba de dos paredes blancas y dos ventanales que dejaban una vista hermosa de la ciudad. En la esquina derecha del lugar había tres sillones de cuero y en la pared izquierda había una puerta que seguramente debía de llevar a un baño. Frente al ventanal principal había un escritorio de roble oscuro, que combinaba con el resto de la madera del lugar. La silla del escritorio se encontraba girada hacia el ventanal, por lo que no tenía a la vista al millonario que podía llegar a ser mi futuro jefe. No pasé por alto el fuerte aroma masculino que había en el ambiente. Era agradable y le daba un aire distinto a la oficina. Y no podía mentir, resultaba bastante atrayente. Negué con la cabeza, definitivamente eso había sido un pensamiento extraño… —Buenos días— saludé, intentando captar la atención del hombre que se encontraba dándome la espalda. En un rápido movimiento la silla giró, permitiendo que pudiera observar al jefe y dueño de la editorial. Inmediatamente rogué que alguien se apiadara de mi mísero ser. Tenía la cara de un modelo. De esos que parecían salidos de la mitología griega, y que solo podías ver en revistas. Era la clase de hombre que querías en tu cama, no en tu trabajo. Mucho menos como tu jefe.  Lo primero que note fueron sus ojos azules oscuros. Y aunque era lo más llamativo, no era lo único. Cabello n***o desordenado de manera caliente. Nariz recta. Labios promedio. Mandíbula cuadrada. Y vestía un traje que parecía hecho a medida, permitiendo saber que tenía hombros anchos y probablemente un cuerpo de la puta madre. ¿Por qué entre todos los trabajos de la ciudad había tenido que elegir el que tenía como jefe a un hombre que parecía modelo y encima era millonario? —¿Señorita Bellafiore?— cuestionó mientras que una de sus manos dejaba una pila de hojas sobre su escritorio. Asentí luego de echarle una mirada al manuscrito, que previamente él se encontraba leyendo— Tome asiento. Me acerqué a paso lento y dudoso. Tenía que actuar normal, sino iba a pensar que era medio tarada. Pero era difícil, sobre todo teniendo en cuenta que tenía sus ojos sobre mí todo el tiempo. Tenía la piel de gallina, y no era por frío o miedo. Necesitaba acostarme con alguien con urgencia. Esa no era una reacción normal. Era mucho más lindo de cerca. ¿Cómo era eso siquiera posible? Su belleza comenzaba a hacer estragos con mis hormonas. ¡Basta, Victoria!  Me senté en el asiento que estaba frente a su escritorio, agradeciendo mentalmente el ancho del mueble, que establecía una separación considerable entre nosotros. Lo último que quería era que notase mis reacciones ante su presencia. —Señorita Bellafiore— me llamó el hombre nuevamente. Observé al pelinegro mientras se llevaba uno de sus dedos hacia el labio— Esta sangrando. Mierda. Llevé mi labio inferior hacia el interior de mi boca, sintiendo el sabor metálico casi al instante. No tenía que tener un espejo en frente para saber que me había ruborizado. ¡Qué buena primera impresión! El pelinegro rebuscó en uno de los cajones de su escritorio hasta encontrar un paquete de pañuelos, que amablemente me tendió. Le agradecí antes de tomar uno y llevármelo al labio. ¡Qué idiota que era! Solo a mí me pasaban esas situaciones en una primera entrevista. Una vez que el pelinegro vio que mi labio estaba bien, abrió una carpeta blanca justo frente a mí. No tardé en suponer que aquello sería mi curriculum, el cual contenía bastante información sobre mis estudios secundarios, mis notas y otras pocas cosas. —¿Tiene experiencia en el trabajo? Me gustaba su voz, porque a pesar de ser grave no era para nada desagradable. Tenía que concentrarme. Mis hormonas no podían seguir así. Me obligué a recordar en que necesitaba ese trabajo, y no iba a conseguirlo si seguía imaginando como se sentiría acostarme con mi jefe. Antes de hablar separé el pañuelo de mis labios, encontrándome con bastante sangre en él. Podía sentir que todavía mantenía el color en mis mejillas, pero era buena ignorándolo. O al menos eso creía. —Experiencias recientes no— contesté, intentando parecer segura de mí misma— La única experiencia similar que tuve fue en la secundaria. Era la directora y escritora de la revista mensual del colegio. Algo de lo que estaba orgullosa. Él se limitó a soltar un simple “ajam”. Observé como trazaba líneas invisibles con su dedo en el curriculum, y no pude evitar cerrar las piernas con disimulo. O hacía todo de manera sensual, o me estaba faltando tener sexo. Y había un 50/50 de probabilidades. El pelinegro tenía el ceño ligeramente fruncido, pareciendo realmente concentrado en aquel pedazo de papel. Porque era solo un pedazo de papel, que tenía solo la información necesaria. Nada demasiado personal. —Veo que se recibió con notas casi excelentes en la secundaria, con un promedio de 9,5— comentó y segundos después sus ojos azules estaban sobre mí— Acá dice que no tiene estudios universitarios y que tampoco trabajo estos últimos tres años. ¿Por qué? Tragué saliva. Había una sola respuesta; Benjamín. Pero no iba a decirlo. No cuando antes de empezar a buscar trabajo había establecido una sola regla básica y fundamental; “no mezclar la vida personal con la vida laboral”. Y Benja era extremadamente personal. —Tuve problemas familiares de los que tuve que ocuparme— contesté con incomodidad. Lafontaine asintió con su cabeza, pareciendo comprender aquella corta y poco informativa respuesta. —¿Por qué quiere el empleo? ¿Puede darme un motivo o… —No hay un solo motivo— lo interrumpí, ganándome una mirada de asombro que solo duro unos pocos segundos— Considero que los libros son algo fundamental para todos. La mayoría de las personas creen que es porque los libros sirven para la educación, pero yo también lo veo como un escape de la realidad. »Cuando me postulé para este trabajo tenía una idea en mente, y todavía la tengo. Quiero ayudar a que la gente pueda escapar de la realidad aunque solo sean unos minutos para adentrarse en un mundo fantástico, donde no tienen que preocuparse. Y para cumplir mi deseo de ayudar tengo que trabajar en una editorial, y tengo que admitir que esta me parece la mejor. No mentía, y tampoco intentaba chuparle las medias. Era una realidad. “Editorial Lafontaine” era la mejor editorial de Argentina. Al menos para mí. La mayoría, por no decir todos, los libros que producía llegaban a ser best sellers. No trabajaban con cualquier material. Elegían lo mejor. Claramente no sabía identificar las reacciones de Lafontaine, pero parecía satisfecho con aquel pequeño discurso que le había dado. Deseé tener razón, y que él me aceptara. Necesitaba un trabajo con urgencia y ese era el que más me gustaba. —Debido a su poca experiencia laboral la señorita Castro será quien la guiará en sus primeros días— comentó él con tranquilidad. Una gran sonrisa se plasmó en mi rostro, mientras hacía un gran esfuerzo para no gritar de felicidad— Ella va a ser quien le hará firmar el contrato. Hice un bollo el pañuelo y lo guardé en uno de los costados de mi pollera. Estaba segura de que su frase había sido una forma de decirme que habíamos concluido con la reunión. Me levanté y con mis manos acomodé la falda, bajándola los pocos centímetros que se había levantado cuando me había sentado. Clavé la mirada en mi jefe, notando que había estado atento a mis acciones. Claramente no estaba interesado. Estábamos en dos ligas completamente diferentes.  Le extendí la mano, como gesto de despedida. Sentí una oleada de nervios cuando nuestras manos se estrecharon. Su mano largaba un calor agradable, y se veía grande y cuidada. Ideal para… No. Me solté con rapidez, dándome la vuelta y yendo hacia la puerta. Trabajar para él no iba a ser fácil, y no solo porque era estricto. Antes de que pudiera escaparme, su voz me interrumpió. —Y, ¿señorita Bellafiore?— lo miré sobre mi hombro, mientras que con una de mis manos sujetaba el manijon de la puerta— Me gusta que mis empleados sean puntuales. No pude evitar soltar una risita cuando noté la mirada sincera del hombre. El pelinegro parecía mucho más relajado de lo que estaba al principio de la entrevista. Parecía ser él, y no yo, quien había obtenido el trabajo. Alguien tenía que decirle que se veía mejor cuando no estaba tan serio. Le daba el aspecto de ser mucho más joven y… No. ¡Basta! —Puntualidad es mi segundo nombre, señor Lafontaine— murmuré mientras asentía con la cabeza. Cerré la puerta detrás de mí, sin esperar ninguna clase de contestación de parte del pelinegro. «Puntualidad es mi segundo nombre» Si seguía diciendo cosas como esas, iba a tener que renunciar. Solté un bufido, molesta conmigo misma. Me descontracturé casi inmediatamente. Me dirigí hacia donde se encontraba la rubia simpática. Me indicó, con una sonrisa, que la esperara un minuto mientras finalizaba con la conversación que mantenía por el teléfono y escribía en la computadora. —Felicitaciones— me dijo en cuanto cortó el llamado. La mujer rebuscó en su escritorio unos papeles que luego me tendió— ¿Fue muy estricto? Leí los puntos principales con rapidez, intentando no decir nada al ver la cifra de mi suelo. Era ridículo que me pagasen esa cantidad de dinero a una secretaria. Era demasiado. Pero me quejaba, lo necesitaba. —Nada grave— le aseguré mientras firmaba los lugares que la rubia me iba señalando— ¿Tengo que firmar algo más? —Te veo mañana a las siete— contestó en su lugar. Me despedí de ella con un leve gesto de mano antes de caminar hacia el ascensor. Subí con los ojos cerrados y en cuanto la puerta se cerró, bailé de mala manera. Solté una carcajada de pura felicidad y abrí los ojos, encontrarme con la mirada de asombro e incomodidad de un hombre. Me sonrojé y apreté el botón del lobby, sin siquiera decir una palabra. ¿Por qué me pasaban esas cosas a mí?   
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