-Punto de vista de Nicolás-
04 de marzo
La puerta de mi oficina se abrió de lado a lado. Levanté la mirada, sabiendo perfectamente que Belén iba a estar parada en el marco. Durante la mañana me había dicho que quería hablar conmigo, y yo había hecho un esfuerzo muy grande para esquivarla. Sabía lo que quería decirme.
—Sabes que te adoro como a un hermano, pero esto ya es ridículo.
Solté un suspiro de cansancio, sabiendo que no tenía escapatoria. Belén era dulce y amistosa, hasta que llegaba a su límite. Una vez que lo alcanzaba, era una de las personas más densas y decididas que conocía.
—No…
Aplaudió con las manos, cortando mi frase. Ni siquiera me iba a dejar decir mi punto de mi vista. La fulminé con la mirada, cosa que pareció no afectarle.
—Necesitamos a alguien para ese puesto— apoyó una de sus manos en su cadera— Urgentemente.
Tenía razón. El que yo no tuviese secretaria, significaba que los dos teníamos muchísimo más trabajo. Los horarios y la carga ya eran ridículos. Aunque si hubiese sido por mí, hubiese seguido así. Pero no era justo para ella, y lo sabía.
—Está bien— cedí.
Podía dejar mis sentimientos de lado. Era mi trabajo. Me había roto el lomo para lograr que la editorial fuese lo que era, y no iba a permitir que nada lo arruinase. Ni siquiera yo mismo.
Belén abrió la boca, dispuesta a seguir la discusión, hasta que proceso mis palabras. Observé como pestañeó varias veces, para después dedicarme una sonrisa vaga.
—Pensé que iba a ser más complicado convencerte.
Rodé los ojos, empezando a mirar mi calendario virtual. Tenía todo anotado, era la única forma en la que podía organizarme.
—Podes programarlo para…
No terminé la frase. Belén hizo un ruido con la garganta. Lo solía hacer cuando era culpable de algo. Entorné la mirada, esperando que dijese la verdad.
—El lunes— me dedicó una sonrisa inocente— Te pase la reunión con los de Legal a la tarde.
Solo tenía un fin de semana para prepararme mentalmente.
*****
07 de marzo
Tercera entrevista y ya estaba cansado. Al menos hasta que escuché un “buenos días”. Esa voz... era suave y dulce. Tan tímida como atrayente. Giré la silla tan rápido que hasta me sentí ridículo. ¿Por qué mi ansiedad de verla? Solo tenía una voz bonita. O eso pensé hasta que la vi.
Respiré hondo, admirándola. Era absolutamente preciosa. Rostro redondo. Cabello marrón ondulado. Ojos verdes pálidos, rodeados por pestañas largas y espesas. Nariz redonda. Labios rellenos, que tenía ligeramente colorados.
No era ni alta, ni baja. Tenía puesta una camisa blanca, una pollera negra ajustada y unos zapatos de unos pocos centímetros. Todo le quedaba como un guante, logrando resaltar todas sus curvas naturales. Caderas anchas, cintura estrecha y pechos justo del tamaño de mis manos. Mierda no. Pensamientos malos.
Era una bomba y bajo ningún punto de vista podía tenerla como secretaria. Pero no era tan hijo de puta como para no entrevistarla. Podía aguantar unos cuantos minutos encerrado con ella y comportarme como un caballero.
—¿Señorita Bellafiore?— dejé el manuscrito que había estado leyendo sobre mi escritorio, notando como ella lo observó brevemente con curiosidad— Tome asiento.
La miré fijamente mientras que se acercaba con pasos lentos y dudosos. Estaba haciendo esfuerzos inhumanos para mantener mi rostro serio. No quería que pensase que era un acosador, ni nada por el estilo. Aunque era la mujer más linda que había visto en mi vida.
Era muchísimo más linda de cerca, si es que eso era posible. Agradecí el mueble, que ocultaba las reacciones naturales de mi cuerpo. ¿Qué mierda me pasaba? Hacía mucho que no me acostaba con alguien, quizás ese era el motivo.
No pude evitar mirar sus labios, notando que el inferior le sangraba. ¿Nervios o costumbre? Había gente que se sacaba el pellejito inconscientemente. Pero si eran nervios… no quería que se sintiese así.
—Señorita Bellafiore— me señalé el labio— Esta sangrando.
Mierda, mala idea decírselo. Se llevó el labio inferior al interior de la boca, en un movimiento que se me hizo casi erótico. ¿Cuál era mi problema? Observé como sus mejillas tomaban un ligero rubor, mostrando su vergüenza.
Normalmente era una persona organizada, y sabía dónde estaba todo. Pero me tenía idiotizado, por lo que tardé un tiempo considerable en encontrar el puto paquete de pañuelos. Agarró uno y se lo llevó a la boca. Esperé un poco para que dejara de sangrar, solo para que se tranquilizara. No quería incomodarla. Ridículo, teniendo en cuenta que solo me imaginaba tirándola sobre mi escritorio para poder… No.
Había leído la información de todos los aplicantes, pero el suyo me lo sabía casi de memoria. Era la más joven, con tan solo veintiún años. Seis menos que yo. Dato que no tenía que importarme. Respiré hondo, abriendo la carpeta. Me servía para no mirarla. No tentarme.
—¿Tiene experiencia en el trabajo?
Se separó el pañuelo de los labios, dejando ver una cantidad considerable de sangre. Sus mejillas tomaron un poco más de color, pero ella lo ignoró. Como si todo aquello no le incomodase.
—Experiencias recientes no— parecía segura de sí misma— La única experiencia similar que tuve fue en la secundaria. Era la directora y escritora de la revista mensual del colegio.
Era bueno que tuviese un poco de experiencia en todo eso, pero me limite a soltar un “ajam”. Use mi dedo para guiarme mientras leía. Pude escuchar cómo se removía en la silla. Era incomodidad, porque no podía ser otra cosa. Ella no se sentía atraída. Mierda, fruncí el ceño. ¿Cuál era mi puto problema? Eso era una entrevista de trabajo.
—Veo que se recibió con notas casi excelentes en la secundaria, con un promedio de 9,5— clavé mi mirada en la de ella— Acá dice que no tiene estudios universitarios y que tampoco trabajo estos últimos tres años. ¿Por qué?
Para mí no tenía sentido. Era otra de las razones por la que su CV me había llamado la atención. Demasiado inteligente como para tomarse años sabáticos. No parecía la clase de jóvenes que estaba dispuesto a desperdiciar su vida. Tragó saliva.
—Tuve problemas familiares de los que tuve que ocuparme.
¿Qué le habría pasado? Asentí con la cabeza, notando su incomodidad con claridad por primera vez.
—¿Por qué quiere el empleo? ¿Puede darme un motivo o…
—No hay un solo motivo— me interrumpió— Considero que los libros son algo fundamental para todos. La mayoría de las personas creen que es porque los libros sirven para la educación, pero yo también lo veo como un escape de la realidad.
»Cuando me postulé para este trabajo tenía una idea en mente, y todavía la tengo. Quiero ayudar a que la gente pueda escapar de la realidad aunque solo sean unos minutos para adentrarse en un mundo fantástico, donde no tienen que preocuparse. Y para cumplir mi deseo de ayudar tengo que trabajar en una editorial, y tengo que admitir que esta me parece la mejor.
No iba a admitirlo en voz alta, pero la chica me había asombrado. Era la primer aplicante que demostraba verdadera pasión por los libros. Y la parte de la editorial no parecía ser un intento de chuparme las medias, sino su sinceridad.
Y aunque me hubiese gustado no sentirme atraído hacia mi próxima secretaria, se había ganado el puesto. No iba a ser un machista de mierda y sacarle una oportunidad por mis propios beneficios. Podía controlar cualquier tipo de atracción que sintiese.
—Debido a su poca experiencia laboral la señorita Castro será quien la guiará en sus primeros días—dije tranquilamente, viendo su hermosa sonrisa— Ella va a ser quien le hará firmar el contrato.
Tenía hoyuelos. Mierda. Necesitaba que se fuese de mi oficina. Necesitaba reorganizar mis pensamientos… y mi pantalón. Hizo un bollo con el pañuelo y lo guardó en el costado de la pollera. Se paró y acomodó la tela de la falda. Mierda. Hasta sus movimientos más recatados me resultaban sensuales.
Mantuve mis facciones serias, fingiendo indiferencia ante la vista de su cuerpo. Me extendió la mano, gesto que acepté a pesar de no querer. Su mano era pequeña y tenía un frescor agradable. Me soltó con rapidez, dándose la vuelta y yendo hacia la puerta.
No pude evitar ver como su culo se bamboleaba naturalmente cuando caminaba. Contratarla no había sido una buena idea para mi salud mental y lo sabía.
—Y, ¿señorita Bellafiore?—la miré a los ojos mientras ella sujetaba el manijon de la puerta— Me gusta que mis empleados sean puntuales.
Soltó una risa genuina, que logró que me relajase. Su felicidad era contagiosa. Pero aun así hice mi mejor esfuerzo para mantenerme profesional.
—Puntualidad es mi segundo nombre, señor Lafontaine.
Cerró la puerta detrás de sí, sin esperar ninguna clase de respuesta. No pude evitar sonreír, pensando en su respuesta. Victoria Bellafiore iba a ser un problema.
Abrí mi computadora, escribiendo en la conversación que tenía con Belén.
Contratada.
Me contestó con un breve “aleluya”.