Capítulo 3

1800 Palabras
08 de marzo Elegir que ponerme para mi primer día como secretaria del dueño de la “Editorial Lafontaine” no había sido tan fácil como lo hubiese deseado. Cansada de divagar, me había decidido por una falda ajustada color n***o que llegaba a la altura de mis rodillas, una camisa color malva y unos tacos de unos pocos centímetros. Camino a la editorial, había frenado para poder comprarme una botella de agua, un intento de refrescarme. El clima de fines de verano no era una gran ayuda para todos aquellos que ya habíamos comenzado a trabajar. Probablemente hacían más de veinticinco grados en plena mañana. Puto clima. Agradecí mentalmente cuando me pude refugiar de los rayos del sol en el fresco interior del edificio donde iba a empezar a trabajar. Observé mi reloj de muñeca con orgullo, todavía me sobraban diez minutos. Me subí al ascensor con otras diez personas. Poco a poco el espacio se fue vaciando, hasta que fui la última en descender. El último piso solo estaba ocupado por la  recepcionista y el señor Lafontaine, por lo que aquello no me resultó extraño. Frené en seco cuando noté que el escritorio de la recepcionista estaba vacío. ¿Qué se suponía que debía hacer? Quedarme allí, de pie, esperando a que apareciera alguien no era una opción. Decidí caminar hasta la oficina de mi nuevo jefe. Con la mano temblorosa, toqué la puerta dos veces. —Pase— respondió la voz de Lafontaine, ahogada por el grosor de las puertas. Me adentré al lugar para luego cerrar la puerta detrás de mí. Al instante su mirada azulada cayó sobre mí, evaluándome y logrando que me sintiera aún más nerviosa. ¿Por qué me miraba así? Era peor para mi ropa interior. Me mordí el labio inferior con nerviosismo antes de hablar. —Buenos días, señor Lafontaine. —Veo que llegó a horario— comentó él de manera indiferente. Un poco más seco y era una toalla. ¿Le hablaba así a todo el mundo? —No deseaba interrumpirlo, pero la recepcionista no llegó y no sé qué hacer— informé. Que buen comienzo. —Puede empezar ordenando estas carpetas por fecha— me señaló un pilón de carpetas que había en el suelo junto al escritorio— Y cuando llegue la señorita Castro, la va a ayudar con su adaptación. Me acerqué al escritorio con las piernas temblándome como si fueran de gelatina. Su mirada azulada sobre mí me ponía mil veces más nerviosa. Probablemente se daba cuenta de cualquier mínimo error, y en ese momento yo era un error con patas. Agarré las carpetas y me dispuse a salir de la oficina para poder trabajar. —¿Adónde va?— me preguntó el señor Lafontaine con una de sus cejas alzadas con incomprensión. Lejos de vos. —A la recepción, no quiero… —No me incomoda, señorita Bellafiore— me interrumpió él, comprendiendo la dirección que tomaban algunos de mis pensamientos— Puede trabajar en los sillones. Asentí, sabiendo que debía de hacer aquello. En cuanto recorrí el pequeño trecho, me dejé caer en el sillón de cuero con tanta delicadeza como pude. Apoyé las carpetas en la mesa ratona para ponerme manos a la obra. Sabía a la perfección que el ojiazul continuaba mirándome, y aquello me incomodaba aún más. ¿Es que no podía limitarse a mirar el piso? El objetivo era que no me diera más ideas. Suficiente había sido verlo con su traje hecho a medida. Si además le sumaba tener su mirada encima… solo podía pensar en cómo usar su escritorio para cosas no relacionadas con el trabajo.  Ignoré todo lo que me rodeaba para poder realizar mi simple trabajo. Cuando terminé de ordenar, el séptimo pilón de carpetas, me levanté del sillón. Estiré mis músculos antes de dejar las carpetas junto al escritorio de mi jefe con delicadeza. —Terminé— indiqué, intentando que con aquel comentario mi jefe levantara su mirada. El señor Lafontaine estaba leyendo algo distinto al otro día, era un poco más grueso y llevaba solo unas pocas páginas. Si a él le gustaba, aquello debía de ser un posible futuro nuevo libro de la editorial. De solo pensarlo me emocionaba. Él tomaba esas decisiones. Él elegía los futuros libros. No solo estaba bueno, hacía un trabajo bueno. El pelinegro miró el pilón de carpetas con una sonrisita antes de dirigirme su mirada. Si tan solo lo hubiera conocido cuando era adolescente… ¡No! El adonis frente a mí era mi jefe y nada iba a suceder entre nosotros, ni siquiera en mis sueños. O quizá solo en mis sueños. Bueno, muy probablemente en mis sueños. —Lo hizo rápido— no pude evitar sentirme orgullosa de mí misma ante aquel comentario— Puede ir con la señorita Castro para que le explique su trabajo, a esta hora ya debe de haber llegado. Giré sobre mis propios talones para salir de la oficina con paso apresurado. No quería estar a solas con él mucho más ese día. En cuanto vi a la rubia, sentada en su escritorio intentando ordenar un montón de papeles, no pude evitar sonreír.  —¿Sigue en versión mala y seca?— me preguntó la rubia en un susurro, en cuanto estuve  a su lado. —Me trata de usted— comenté con el ceño fruncido— Solo tengo veintiún años y ya logra que me sienta como una cincuentona. Las dos estallamos en carcajadas, pero fue la rubia quien casi derrama lágrimas al oír mi risa. Tenía que admitir que cuando me reía parecía que un animal se estaba asfixiando, era  algo demasiado llamativo y vergonzoso, pero con el tiempo me había acostumbrado. —Belén Castro— se presentó la recepcionista cuando nos calmamos. —Victoria Bellafiore. Ambas estrechamos manos de manera juguetona. Le sonreí con verdadera alegría. La rubia era muy simpática. Tenía el presentimiento de que íbamos a llevarnos muy bien.                                                                                             ***** Miré mi reloj de muñeca cuando oí al señor Lafontaine salir de su oficina. Abrí los ojos con sorpresa cuando me di cuenta de que ya eran las doce y media del mediodía; el horario de almuerzo. El tiempo se me había pasado volando, pues ambas habíamos hecho nuestro trabajo entre risas, chistes y mates. —¿Te vas a almorzar, Nico?— le preguntó Belén con confianza. ¿Nico? ¿A su jefe millonario le decía Nico? —Sí, y deberían hacer lo mismo— nos dedicó una sonrisa relajada y confiada— ¿Vamos? —¿Venís, Victoria?— me invitó con una sonrisa amistosa. En cuanto aquella pregunta salió de los labios de la rubia, me sentí como un pequeño parásito. Ellos parecían tener una rutina a la cual pretendían agregarme, pero iba a tener que rechazarlos. Quería aprovechar el almuerzo para estar con Benjamín. —¿Puedo almorzar en casa?— pregunté dudosa y sonrojada. En cuanto vi los rostros asombrados de ambos me pregunté mentalmente si aquello estaba permitido. ¿Era tan extraño preguntar si me podía tomar la hora del almuerzo fuera de ahí? ¿Sería que debía quedarme? ¿O quizá era obligatorio acompañarlos? —¿No vas a venir con nosotros?— preguntó Belu con desilusión. —Tengo que ir a casa— me encogí de hombros, sintiéndome incómoda por casi novena vez en el día— Lo siento. —No tenes que disculparte, Vicky— la rubia me dedicó una sonrisa amistosa— Está bien. Fui la primera en emprender el camino hacia el ascensor con el bolso colgado al hombro. Escuchaba los pasos de los otros dos detrás de mí por lo que los esperé antes de apretar el botón del lobby.  El señor Lafontaine apretó el botón de subsuelo y me miró con una de sus cejas arqueadas. —¿No tiene auto? —No, señor— contesté con respeto— No puedo permitírmelo de momento. O en ningún momento. Por muy bueno que fuese el sueldo, necesitaba ahorros para Benjamín. No era barato mantener a un nene.  Pero por lo menos ya no gastaba en los putos pañales. —¿Mejoro un poco el libro?— preguntó Belu, intentando crear un tema de conversación para aligerar el ambiente. Me apoyé contra una de las paredes del ascensor, imitando la posición en la que ellos estaban. Era mucho más relajante, sobre todo teniendo en cuenta que nosotras dos estábamos subidas a tacos. —Todavía hay detalles que no logran convencerme— pasó una de sus manos por su cabello— Si en el próximo capítulo no mejora un poco planeo dejarla. —¿Leíste muchos capítulos?— cuestionó la rubia. No podía creer lo que escuchaba. Lo había visto durante la mañana, y su lectura no llegaba ni a un tercio de lo que era todo el libro. No podía estar convencido por algo si tan solo había leído unas pocas páginas. No dije nada, solo esperé su respuesta. —La mitad del libro— respondió con simpleza— La trama es un poco cliché. Mierda que leía rápido. —Por lo visto ya tiene su decisión…— murmuré, más bien queriendo decirlo para mí misma. —¿Sí? Clavé mi mirada en él. Había genuino interés. ¿Le importaba mi opinión? En mi pasado nadie mostraba genuino interés por nada que hacía, decía u opinaba. Era un cambio… agradable. Uno al que no tenía que acostumbrarme. —Hizo solo dos comentarios sobre el libro, y ninguno de ellos bueno— me justifiqué, jugando con mis manos en un intento de tranquilizarme— Puedo entender la parte de cliché, el tema de los hombrelobo está muy visto… El pelinegro alzó una de sus cejas, incitándome a continuar con mi explicación. ¿Quién mierda me había mandado a ser tan… comentona? Acomodé mi cabello moreno antes de continuar hablando. »El título del libro se refiere a la luna, y para ser exactos habla de la luna llena. El escritor o la escritora debió leer varias veces los libros de vampiros y lobos. Puede que decidió cambiar un poco la trama y decidió dejar al hombre lobo con la chica, pero eso no quita el hecho de que sea cliché. ¿Estoy muy desacertada? Se hizo el silencio por un momento. Mi jefe mantenía su mirada sobre mí, y nunca había deseado tanto poder saber lo que pensaba una persona. —Le diste en el clavo, Vicky— comentó Belu entre risas— ¿Cómo lo hiciste? —Me gusta leer— respondí con timidez, encogiéndome de hombros. Era lo único que hacía en la casa de mis papás antes de la llegada de Benja. —Creo que hubiera adivinado la respuesta— dijo el señor Lafontaine sin ninguna mala intención.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR