Las horas pasan y aún no terminamos.
- ¿Tienes algo pendiente? - niego - Quédate, quieta. Por favor.
- Estoy un poco cansada - me confieso - necesito ir al baño - El señor Eduardo me mira como si se diera cuenta de algo en particular - ¿Qué hora es? - pregunta a nadie en específico.
—Nueve de la noche, señor —abro los ojos, asombrados.
—¡Tómate un descanso! —bajo de la pequeña tarima, y mis piernas se acalambran un poco cuando comienzo a caminar.
- ¿Dónde está el baño? - le pregunté a una chica que encontré en el pasillo.
Me indicó por los pasillos y llegó sin ningún problema.
Tomo el vestido con mucho cuidado para no dañarlo y me siento en el retrete.
Lavo mis manos y salgo del baño.
Una sombra cruza de un pasillo a otro y continúa caminando.
Abro la puerta del estudio donde se encuentra el señor Eduardo y todo mundo gira a verme y me asusta un poco.
- Eduardo, ¿acaso no tienes el resto del día de mañana? - giro mi mirada de inmediato.
¡No es a mí, a quien miraban!
- Estoy adelantando trabajo - levanta los hombros - ¿Tienes algún problema con eso?
—Lárgate a dormir - Eduardo lo mira con una media sonrisa en su rostro.
- ¡No! Nunca te ha importado la hora en que me vaya de mi estudio, ¿qué cambia ahora?
—¡Todo el mundo, fuera! - grita. Y las personas comienzan a recoger sus cosas para abandonar su puesto.
Tomo el vestido en mis manos y comienzo a buscar mi ropa, para cambiarme.
- ¿Así? - me llama el señor Eduardo y me detengo para esperar lo que me vaya a decir. - ¿Tienes alguna cosa pendiente por hacer, ahora mismo? - niego - ¿Puedes quedarte? - tengo miedo de responder esa pregunta.
Claramente, es una forma de desafiar al dueño y está utilizándome.
—¿Acaso no fui lo suficientemente claro, Eduardo?—asiente.
- Claro que lo fuiste. ¿Pero estoy preguntándole a ella? —Me mira — ¿qué dices, preciosa?
- No sé qué responder a su pregunta, señor. Si usted necesita que me quede. ¡Me quedaré! — prefiero salirme por la tangente y dejar la pelea de estos dos hombres, entre ellos dos.
- ¿Eduardo? - El tono de su voz aumenta - ¡No quieres hacerme enojar! ¿Verdad?
El señor Eduardo sé quedó en silencio por unos instantes.
- ¡Está bien! - suelto un pequeño suspiro cuando el ambiente se relaja un poco - ¡Mañana a las 7 de la mañana, te quiero aquí!
El señor Eduardo sale del estudio y parece enojado.
Continuo caminando para buscar mi ropa y poder cambiarme.
Trato de quitarme el vestido con mucho cuidado, de no dañar lo que ha hecho el señor Eduardo con los alfileres. Pero hacer esto sola no es muy recomendable.
Al final terminé con los dedos pinchados y creo que me lastimé la espalda
Logro cambiarme y salgo de la empresa después de una hora... casi no encuentro la salida.
Busco en mi teléfono una parada de autobús cercana que pueda dejarme en el orfanato y, después de media noche, llego a mi cama.
Llegué muy puntual al otro día y me quedé de pie para el señor Eduardo durante todo ese día. No pude comer una comida completa, bebí poca agua para que las idas al baño fueran cada vez menores.
Al final, el señor Eduardo me pidió mi currículum y se quedó impresionado cuando me pidió un diseño libre.
Siempre hago diseños en mi cuaderno, así que ese paso lo llevaba conmigo.
- ¿Puedes venderme este diseño? - baja sus gafas oscuras por su nariz hasta que puedo ver sus ojos.
— ¡Claro que sí! - respondí confiada.
- Deja tu número de cuenta y todos tus datos con mi secretaria. Te haré una transacción. Pero... - hace una pausa y me mira - tú, trabajarás en este diseño y lo llevaremos a la pasarela.
- Yo... - niego.
- Yo te supervisaré, ¡muchacha!... confía en mi instinto. - Hace un gesto con la mano y me entrega el diseño.
La semana pasa volando, entre posar para el señor Eduardo, escoger las telas, aprender a usar máquinas y hacer una vida de trabajo con las demás chicas. El tiempo se pasa súper rápido.
El señor Eduardo es un hombre humilde, trabaja con verdaderos talentos y muchas no tienen una carrera universitaria.
Al parecer, su ojo "clínico de la moda" siempre está activo y acepta verdaderos talentos natos.
- ¡Hoy es el gran día! - Cloe está emocionada por nuestros cumpleaños y por la mudanza. Asiento, sintiéndome rara. Es esa sensación de vacío y de cambio, pero necesaria.
Comienzo a empacar mis últimas pertenencias dentro de una de mis mochilas. Pero el sentimiento de abandono sigue en mi pecho.
Cloe se ve emocionada, pero da pequeños suspiros de vez en cuando.
- ¿Recuerdas cuando nos volvimos amigas? - sonrió.
—¡Claro que sí! Es mi momento favorito.
- Creo que te defendí de otras niñas que estaban burlándose de ti - suelta una risa contagiosa y río con ella.
- Sí, estaba llorando cuando llegaste y me abrazaste. Dijiste: ¡deja de llorar, niña, eso es lo que ellas quieren! —imitando la voz de la pequeña Cloe... limpié mis lágrimas y dejé de llorar. Desde ese día nadie más se burló de mí.
- Después de eso... esas travesuras que hacíamos y las pobres hermanas - reímos juntas.
- Creo que es hora de irnos, Cloe... - me quedo mirándola con un nudo en la garganta.
- Es hora de irnos, Abi.