Ese día, mi profesor me dejo en el orfanato. Quedamos de hacer una comida de inauguración en el apartamento y me pareció una excelente idea.
Cloe compró un pequeño comedor donde podremos sentarnos, como siempre me envió mil fotos antes de que se decidiera por uno y termino gritando que era la mejor.
En cualquier momento puedo ir al apartamento, no le falta nada para estar listo, pero de alguna manera me cuesta aceptar que voy a dejar el orfanato.
- ¡Duerme! - susurra Cloe a mi lado - mañana tienes una entrevista de trabajo, tienes que estar presentable.
- Tengo un poco de nervios, es como una pequeña preocupación - me confesó en medio de un susurro.
Cloe se levanta de su cama para meterse a la mía, acomoda la colcha y me abraza.
- Eres una de las mejores en lo que haces, confía en tu instinto - suspira - duerme, porque si mañana amanecemos feas, te patearé el trasero - sonrió.
Me obligo con todas mis fuerzas a calmar esta sensación de perdida y cierro los ojos.
Llego unos minutos antes del medio día y pregunto en recepción por el señor Eduardo y la recepcionista me indicó un sofá para que me sentara a esperarlo.
Tres minutos después abren la puerta y un señor de aproximadamente cuarenta años con demasiado estilo se para en la puerta y deposita su mano en la barbilla.
- ¿Llegaste antes que yo? - me quedo observándolo sin saber que responder - ¿De dónde eres? - estoy por responder cuando continúa hablando - no importa. Levántate, por favor.
Lo hago de inmediato.
- ¿Cuánto mides? - lo miro extrañada mientras pasa a mi alrededor.
- un metro con setenta y siete, señor - asiente, como si ese número le gustara.
- No hagas preguntas y responde siempre que te pregunte, ¿entendiste? - asiento mientras lo veo caminar a la puerta - ¿Qué esperas? - me llama con su mano y aligero el paso.
Llegamos a una especie de taller que me enamora e impresiona.
No es la típica oficina, no.
Hay personas dibujando, escribiendo. Tomando café, con audífonos puestos y todo el espacio está envuelto en una energía demasiado cargada.
El señor Eduardo vuelve a llamarme y pasamos a través de una puerta de madera.
Me detengo solo a unos pasos detrás de él.
- Querida, ¿cuáles son tus medidas? - lo miro extrañada... a qué se refiere con mis medidas - ¡Dios! - exclama - ¡todo tengo que adivinarlo! - entra a una habitación y trae unas prendas con él.
- Señor, Creo que hay una equitación - no me deja terminar.
- Cámbiate, hazlo rápido, por favor.
Tomo las prendas, con mis manos temblorosas, estúpidamente entro al cambiador y me cambio.
Claramente, es una pieza que no está terminada. Salgo del probador, tratando de no dañar la prenda.
El señor Eduardo me mira asombrado y gira a mi alrededor.
- Tus medidas son las que siempre he buscado. Lo supe desde el primer momento en que te vi - ¿es un alago?
Una chica entra con varios documentos en la mano.
- Edu, el presidente quiere verte.
- Ahora, ¡no! Estoy muy inspirado - me mira - dile que lo busco cuando tenga tiempo o que deje un mensaje.
Esas simples palabras me hacen notar el poder que tiene el señor Eduardo, como para no aceptar hablar con el dueño de este edificio.
Hago un sonido con mi garganta, tratando de llamar la atención del señor Eduardo.
- ¿Disculpe? Señor Eduardo, creo que hay una confusión - levanta la mirada.
- ¿Eres Abigaíl, no? - asiento, sintiendo mis mejillas sonrojarse - entonces... no hay confusión. Estoy inspirado, chica y tú eres la responsable.
Toma mi mano y me hace caminar hasta una tarima pequeña, pero hace que me vea más alta.
Comienza a trabajar en silencio y yo trato de no moverme.
Acomoda alfileres por toda la tela, sin lastimarme.
Me giro en la tarima y me observo en el espejo.
La creación es preciosa.
Claramente, es un vestido azul azabache, para la noche.
Lo sostiene la forma de mi pecho y cruza unas trenzas enlazadas en el frente, su caída en cascada tiene tres pliegues en los laterales. Llega hasta el piso.
- ¡Eduardo! - un grito en la puerta, me saca de mi ensoñación - Soy el maldito presidente de esta empresa, ¡cuando doy una orden es para cumplirla!
La voz de ese hombre hace que mi piel se despierte, pero aún no reconozco porque.
- ¡No quiero que me molestes! Estoy trabajando para tu colección, ¿Fue eso lo que pediste, no? - el señor Eduardo levanta el tono de su voz.
Trato de parecer invisible y bajarme de la tarima para hacerme a un lado mientras ellos discuten.
Pero parecer invisible no será esta vez.
No, cuando me entierro un alfiler en mi mano.
Hago un sonido demasiado silencioso cuando me quejo, creo que nadie va a escucharme cuando la sala deja de producir los sonidos fuertes de dos personas discutiendo.
Me giro extrañada, no entiendo por qué dejaron de discutir.
- ¿Te lastimaste? - el señor Eduardo comienza a acercarse para tomar mi mano.
Pero el señor que discutía con él, toma mi mano primero.
La mirada del señor Eduardo es de terror.
Retiro mi mano al instante, sin saber qué sucedió, pero vuelve a tomarla, es una especie de lucha.
Hay una pequeña gota de sangre diminuta, casi imperceptible en mi mano.
El otro señor toma mi mano como si le perteneciera, me mira a los ojos y saca un pañuelo de su bolsillo para limpiarme.
Termina de hacerlo y sale de la sala en completo silencio. Ni parece que fue él, el que entró discutiendo.
- ¡Ahora me dejará trabajar sin problemas!
Esa frase es una especie de victoria, como si agradeciera que se fuera.
Me giro frente al espejo y el señor Eduardo continua en el vestido