A la mañana siguiente, el desayuno fue una escena digna de una comedia de enredos. Alejandro insistió en que me quedara en su casa para evitar el tráfico y llegar a tiempo al trabajo. Aunque me sentía un poco extraña, acepté, más que nada porque mi jefa directa era su madre, y temía que pudiera estar preparando una estrategia de despedida en cuanto yo cruzara la puerta de la oficina. La idea era que desayunaríamos rápido y cada quien se iría por su lado, pero las cosas no salieron exactamente como planeábamos. Para empezar, Alejandro insistió en pedirme un desayuno “como para un millonario con estándares altos”, lo cual me hizo poner los ojos en blanco. —Oye, ¿sabes lo que significa desayuno? Huevos revueltos y tostadas. Todo lo demás es ambición desmedida —le dije, sirviendo el café. É

