Cuando finalmente logramos escapar del desayuno con Blanca, Alejandro y yo salimos apresurados de la casa, como si nos estuvieran persiguiendo. La tensión en el aire se disipó apenas cruzamos la puerta, y no pude evitar soltar una risa, una de esas que salen desde el fondo del pecho.
—Dios, ¿siempre es así de… intensa? —le pregunté mientras caminábamos hacia su auto.
Alejandro me miró de reojo, divertido.
—Blanca solo quiere asegurarse de que no arruine el legado familiar… como si eso fuera a pasar porque desayuno contigo.
—Oh, claro, porque yo soy el riesgo más grande para tu imperio, ¿no? —le respondí, lanzándole una mirada sarcástica.
Se subió al auto y me esperó para hacer lo mismo. Apenas cerré la puerta, arrancó, y mientras manejaba, yo no podía dejar de observarlo. Había algo e
