Todo va bien. Hasta ahora sabía lo que iba a suceder. Estoy perdida en un bosque muy tétrico, alzo mi vista y observo el cielo oscuro. No hay ni una sola estrella y la luna parece haber escondido bajo su manto celestial; los arboles parecen tener vida propia: largos y puntiagudos; tienen una pinta que resulta diabólica, como si ellos estuvieran nuevamente testigos de todo lo malo que va a ocurrir. El viento sopla haciendo que dancen y se burlen al mismo tiempo de mi ingenuidad. Me obligo a apartar mi atención de los susurros del viento. El tiempo apremia y decido que es momento de caminar hacia mi destino, el cual desconozco porque siempre cambia, pero yo estoy en ese lugar para recuperar a mi madre.
Logro escuchar el crujir de las pequeñas ramas que provocan mis pasos. Todo está sumido en un silencio ensordecedor ya lo lejos puedo escuchar el ulular de los búhos avisándome del peligro que se avecina. Siento como sus ojos me vigilan todo el tiempo y tengo miedo.
Respiro hondo y decido continuar con mi búsqueda hasta que logro salir de aquel bosque. Me siento perdida cuando a lo lejos veo mi casa, mi hogar. Conforme voy dando pasos me tambaleo debido a la inestabilidad del suelo, me doy cuenta de que algo anda mal; todo está rodeado de agua, miro el cielo y este empieza a cambiar de color hasta transformarse en un rojo sangre. La luna se encuentra en todo su esplendor. Mi corazón late rápidamente al ver como una bandada de cuervos sale huyendo de mi casa.
Se desata un viento tan fuerte que por momentos pienso que me llevaría volando. El sonido que emite me pone los nervios de punta; parece que habla. Es en ese instante cuando la veo: mi madre. Viste un vestido largo, liso, color blanco. Me sorprendió enormemente cuando observo como camina sobre el agua que rodea el lugar.
- ¡Mamá! —Grito varias veces pero es inútil. Ella no me escucha y se adentra más y más en nuestra casa.
Cuando veo que por fin entra, aparto el miedo que me invade y decido seguirla. A diferencia de ella yo no puedo caminar sobre el agua. Me cuesta trabajo llegar hasta la entrada, la cual estaba rodeada de una oscuridad malévola.
Tomo valor y entro. Todo está en orden. Empiezo a llamarla pero no recibo respuesta alguna de su parte. Reviso toda la casa, incluyendo el sótano y el ático pero nunca aparece. Cuando decido marcharme para seguir mí camino en las afueras del bosque, siento como la temperatura exterior baja considerablemente. Mi instinto de supervivencia me grita que salga corriendo, que no es seguro estar más tiempo en ese lugar que siento tan extraño.
Camino hacia la puerta principal, cuando un hormigueo en la nuca y un escalofrío que va de mi espina dorsal a mis pies, me invade.
Me doy la vuelta poco a poco, y cuando por fin lo logro, veo a mi madre al fondo del pasillo. Me sonríe, da un paso hacia delante y empieza a cambiar el aspecto de su rostro: pasa de dulce a terrorífico. Ha envejecido, sus ojos están hundidos y sin vida, pero una sonrisa asoma a sus labios agrietados. Trago saliva al ver como empieza a flotar, y cuando llega a una altura considerable, se acerca a mí a gran velocidad. Entro en pánico y lo único que logro es salir, cerrar la puerta y despertar.
Abro los ojos y sé que ha terminado la pesadilla. Llevo años despertando aterrorizada por ese sueño. Aún no me acostumbro. Cuando mi madre murió, mi padre actuó con rapidez y me ayudó. Fui recuperando la confianza y volví a hablar, pero tuve que ayudarme de un pequeño tratamiento para conciliar el sueño. Cierro los ojos nuevamente y me aferro a ese recuerdo que me niego a olvidar. El día que murió mi madre fue el inicio de mis pesadillas, aquello despertó en mí una melancolía que poco a poco con el paso de los años me ha envuelto en su manto protector.
Mi madre era una persona dulce, con una mirada llena de paz y de bondad. Cuando era pequeña tenía la idea de que ella era un ángel que habían enviado a la tierra para cuidarme y protegerme de todo; así fue, hasta que aprendí de la manera más cruel, para una niña de seis años, que los ángeles no existen, y que la palabra «siempre» solo se usa para dar falsas esperanzas por miedo al resultado final de cada situación.
Mi madre y yo éramos inseparables hasta que cada una tomó un camino diferente. Mi heroína había fracasado en la salvación de mi mundo. Se había marchado dejándome sin el cuidado de sus alas maternas. Nunca olvidaré el día que la vi muerta: mi corazón se marchitó en un abrir y cerrar de ojos; una experiencia así deja una marca el resto de la vida.
Todo empezó un 23 de agosto, era mi sexto cumpleaños y mis padres habían planeado una fiesta para celebrarlo. Ambos eran psicólogos y teníamos una economía estable que nos permitía vivir en un buen vecindario al sur de California, Estados Unidos. Todo era perfecto, éramos una familia feliz; ellos me daban todo su amor y atención y yo a cambio era su pequeña princesa.
Recuerdo que hacía un día radiante y cálido, los rayos del sol se filtraban a través de mi ventana iluminando cada rincón de mi habitación. Mis padres me levantaron con una guerra de cosquillas, abrazos y besos: todo estaba listo para el gran día. Incluso mi vestido rojo, un color que elegí porque combinaba con el color natural de mi cabello.
Yo soy pelirroja como mi madre, ambas con los ojos verdes; me parezco más a ella que a mi padre; de él decían que saqué la gran bondad y la sonrisa. Tengo una rara combinación de ambos.
La fiesta estaba previsto que empezara a medio día, por lo que tenía toda la mañana para que me arreglaran y poder estar lista a tiempo para recibir a todos mis amigos. Esa fue la mejor etapa de mi vida. Una vez arreglada, cuando dieron las doce, bajé las escaleras impaciente, no podía esperar más tiempo en mi habitación. Creía que encontraría a algunos amigos, pero lo único que vi fue a mi madre hablando por teléfono. Estaba llorando y mi padre se encontraba en la estancia principal llorando también. En ese momento no entendía nada; años más tarde mi padre me explicó que ese día había muerto un amigo muy querido por él.
Él me miró con lástima, se acercó a mí y me dio un beso en la frente. Después cogió las llaves del coche y salió de la casa. Mi madre me llevó hasta mi habitación y allí me dijo al oído que todo iría bien y que ya vendrían cumpleaños más felices; que cumplir seis no era tan importante como cumplir quince. Pero lo era para mí, se trataba de mi cumpleaños; yo no era de ese tipo de niñas que protestaba y se enrabiaba así que me quedé callada y obedecí. Mi madre me dio un beso, me recostó en la cama, me acarició la cabeza con lentitud y poco a poco su cálido cariño me acogió hasta hundirme en un profundo sueño. Mi mente inocente se tomó un breve descanso.
Cuando desperté me di cuenta que ya había anochecido. Me encontraba cubierta con una manta y a mi lado se hallaba un dije ovalado de esmeralda que pertenecía a mi madre. Bajé inmediatamente las escaleras en busca de mis padres, pero no había nadie en casa. Corrí por todas partes sin encontrarlos; el miedo empezó a apoderarse de mí hasta que recordé que me faltaba por revisar el sótano. Al acercarme, el perfume de mi madre se hizo más presente, pero había algo extraño que se mezclaba con su olor. Corrí, segura de poder encontrarla y no me equivoqué: allí estaba, por fin mi búsqueda había terminado. Pero lo que encontré fue un escenario escalofriante. Estaba tirada en el suelo, rodeada de un gran charco de sangre; todo su tórax estaba abierto de par en par y los intestinos salían de su cuerpo. Sentí que sus ojos, ya sin vida, me observaban. Su rostro reflejaba horror, tenía la boca abierta como si hubiera gritado o hubiera visto algo verdaderamente espantoso y en la mano sostenía una rosa roja.
El llanto se hizo presente en mí. Tuve la intención de dirigirme hacia ella, pero en ese instante escuché el motor de un coche: era mi padre. Grité a pleno pulmón para que me escuchara y al poco tiempo llegó; traía una botella de alcohol en la mano y al ver a mi madre se le cayó rompiéndose en mil pedazos, haciendo un sonido horrible que retumbó por todas las paredes del sótano. Se acercó a ella y se arrodilló a su lado: la muerte nos había arrebatado a nuestro ángel, su compañera de vida y mi madre.
Después de unos segundos mi padre llamó a emergencias y al cabo de diez minutos llegaron policías, médicos y más personas que en su momento no supe quién eran. Recuerdo haberme enfadado con ellos por haberme separado de mi padre. Un policía me llevó en brazos junto a un médico y me hicieron un reconocimiento; me hicieron preguntas sobre lo sucedido. ¿Cómo estás? ¿Qué has visto? ¿Dónde estabas antes de bajar? ¿Te pasó algo? ¿Estás herida o te duele alguna parte del cuerpo? Pero yo no hablaba, solo respondía con leves movimientos de cabeza, me limitaba a asentir o negar. Fue entonces cuando me desmayé y todo se volvió oscuro y confuso.
Cuando desperté reconocí mi habitación. Mi padre se encontraba sentado en la silla mecedora que usaba mi madre para contarme algún cuento. Dormía. Lo observé durante un buen rato hasta que despertó; me sonrió tristemente y me señaló un vestido n***o que se encontraba en el pequeño sillón que usaba para leer cuentos o para dibujar. Entonces lo entendí: mi madre ya no se encontraba entre nosotros. Albergaba la leve esperanza de que todo hubiera sido un sueño, pero no era así. Mi padre no me permitió ir al entierro y desde aquel día dejé de hablar. Pasé días recibiendo pésames de las personas allegadas. Que me miraban con lástima.
Esa misma noche empezó a producirse mi pesadilla. A veces se presenta diariamente como un torbellino y otras veces cada seis días.
Entonces el sonido del despertador me saca de mi ensoñación, son las nueve de la mañana. Me levanto de la cama y bajo a la cocina para preparar el desayuno. Me sorprende ver a mi padre tan temprano en el comedor leyendo el periódico y sonrío para mis adentros al notar lo impaciente que se muestra observando su reloj de mano a cada momento. Sabía porque lo hacía, la razón era muy simple: estábamos esperando el correo.
—Veo que te levantaste más temprano de lo normal —me acerco a él y le doy un beso en la mejilla como ya era costumbre.
—¿En serio? —Una leve sonrisa se asoma en sus labios y la alegría se refleja en sus ojos al verme—. No me he dado cuenta, supongo que siempre es un buen día para empezar.
—¿A quién pretendes engañar? —Pongo los ojos en blanco—. Creo que estás más emocionado que yo pero... ¿qué pasará si me rechazan?
—Tu madre estudió psicología en esa universidad, eres igual de inteligente que ella y sabes que sea cual sea el resultado que obtengas, estaremos orgullosos de ti —me dice tocando con ternura mi mejilla izquierda.
Mi padre siempre me ha dado ánimos. Respeta mi espacio, me comprende y me apoya en mis decisiones; puedo decir con orgullo que tengo al mejor padre del mundo.
Estaba a punto de responderle cuando escuchamos el timbre.
—¡No te muevas! —Me dice emocionado y puedo ver como un brillo se coloca en sus ojos cansados pero llenos de vida—. Yo voy a buscar el sobre.
Se levanta y se apresura en abrir la puerta. Normalmente el cartero deja los sobres o paquetes y se marcha sin llamar, pero hace unos días escuché como mi padre hablaba con Charle, el cartero, y le daba instrucciones para que hoy le indicara que la carta había llegado llamando al timbre.
Mientras escucho a mi padre darle las gracias, empiezo a juguetear con el dije de esmeralda que había pertenecido a mi madre, pero que ahora era mío. Le pido ayuda cerrando los ojos. Mi padre se acerca a mí y estirando su mano me da un sobre de color rojo; al reverso, con letras doradas, indicaba: Universidad Clart From.
Respiro hondo. Me tiemblan las manos y rompo el enorme sobre para sacar la carta. Está claro que en este momento hay un juego entre el destino y yo que empieza su batalla.
Me invaden los nervios. Mi padre está a mi lado y sé que sea cual sea el resultado todo saldrá bien, aunque no dejo de pensar en la decepción que sentiríamos ambos si no me aceptaran.
Observo a mi padre; la expresión de su rostro es de tranquilidad y paz. Detrás de esa media sonrisa existe un hombre que a pesar de los años no descansa: sigue con la búsqueda del asesino de mi madre.
Saco una hoja blanca con el sello de la Universidad Clart From. Mi corazón empieza a acelerarse provocando que mis manos vuelvan a temblar.
Señorita Blody Filderman,
Nos complace informarle que su solicitud de acceso a nuestra prestigiosa universidad ha sido aceptada. Hemos revisado su historial y nos enorgullece saber que alguien con un excelente nivel académico formará parte de nuestro sistema.
La esperamos en nuestras instalaciones para mostrárselas. Estamos convencidos de que dará lo mejor de sí misma y de sus futuros triunfos.
Le damos la bienvenida a la Universidad Clart From, donde con orgullo podemos afirmar que se gradúan los mejores psicólogos de Estados Unidos.
Gracias por su elección.
Atentamente,
Victoria San. Directora.
Trago saliva y por segundos pienso que mi corazón se ha detenido. ¡No puede ser! Es un sueño hecho realidad; mi madre se había graduado con honores y yo iba a seguir su camino. Me giro para ver la expresión de mi padre, no hace falta que diga nada: ve mi felicidad y de inmediato me abraza.
—Estaba seguro de que lo conseguirías: eres clavadita a tu madre. Ella estaría muy orgullosa de ti, cariño —dice mi padre dándome un beso en la frente.
—¿Sabes? También tengo mucho de ti —Sonrío y lo vuelvo a abrazar dejando que su calor paterno me envuelva.
Mi padre suspira. Estoy emocionada, pero he olvidado algo importante que él no quería mencionar. Lo iba a dejar solo bajo estas paredes llenas de recuerdos. Un miedo que se albergaba en lo más profundo de mi corazón me alertó haciéndome una pregunta: ¿Y si moría de tristeza?
—Pues bien, cariño, creo que debes empezar a recoger tus cosas —Me mira con orgullo.
—Tienes toda la razón, tengo que estar allí dentro de dos días para hacer el recorrido por las instalaciones y conocerlas —le explico mientras me aparto de él.
Me doy cuenta que en el sobre viene un mapa con las rutas más fáciles para llegar a la universidad sin problema alguno.
—Me parece perfecto —habla mi padre tomando asiento en el sillón.
Después de pasar el resto de la tarde con mi padre planeando futuras vacaciones, he subido a mi habitación para preparar mis cosas. Tengo mucho que ordenar, tanto en mi cabeza como en mi vida diaria. Ya he dado el primer paso, el único defecto que le he encontrado a esa universidad es que es para señoritas; no hay hombres. Me inquieta esa parte porque yo nunca he tenido suerte con las chicas, siempre acabo llevándome mal con ellas, pero debo intentarlo.
Cuando termino de ordenar algunas cosas, el cansancio provocado por el insomnio de las tres noches anteriores me vence poco a poco, así que decido tratar de dormir; tomo una pastilla que me ha recetado mi doctor y me sumerjo en la profundidad de mis sueños.
A las pocas horas me despierto con la sensación de que hay agua entrando en mis pulmones que me invade aún con los ojos abiertos y sabiendo que se trata de un sueño. Observo la hora que marca mi despertador: las siete de la tarde. La preocupación combinada con el nerviosismo termina por estresarme. Me visto con una ropa cómoda de deporte y me pongo en marcha. Yo acostumbraba a correr por las noches, y aunque para algunos sería una locura, en mi vecindario todos nos conocíamos y no había ocurrido incidente alguno, eso sin contar con la vigilancia constante que mi padre se encargaba de proporcionarme desde el asesinato de mi madre.
Bajo las escaleras y escucho como el televisor de la sala está encendido. Mi padre está dormido. Le cubro con una manta, apago las luces, le doy un beso en la frente y salgo de mi casa; en mis planes está dar siete vueltas a la manzana.
Conforme corro me siento mucho mejor. Al llegar al viejo parque en el que solía jugar, observo como el viento mueve las ramas de los arboles haciendo que bailen en la oscuridad. Cuando estoy a punto de terminar la segunda vuelta y pasar por el mismo lugar, una ráfaga de viento se desata. No le doy demasiada importancia hasta que siento cosquillas en la nuca y un escalofrío recorre mi cuerpo poniéndome los pelos de punta. En todo el recorrido no he encontrado a nadie. Me inunda la rara sensación de que alguien me observaba, por lo que decido que es mejor regresar a casa de inmediato.
Mientras camino de regreso, y a pesar de que observo más gente a mi alrededor, cada vez que miro hacia atrás tengo la sensación de que voy a encontrarme con algo escalofriante, pero no sucede nada fuera de lo común. Cuando por fin llego a casa me siento protegida y tranquila, me dirijo a la sala principal y veo que mi padre sigue preso de un sueño profundo. No quiero despertarlo, por lo que subo a mi habitación para un cambio de ropa y una buena ducha. Cuando termino, al dirigirme nuevamente a mi habitación y pasar por la habitación de mi padre, no puedo evitar ver una fotografía de mi madre colgada en una de las paredes del pasillo; me recuerda los buenos tiempos.
Mi padre renunció a la psicología después de la muerte de mi madre. Tenía un amigo cercano que era policía del FBI. Tras superar los exámenes y las pruebas, se convirtió en un gran detective. Al principio no me di cuenta por qué lo había hecho; supongo que porque no quiere dejar inconcluso el caso de mi madre, pero la realidad es que se siente culpable.
Entro a mi habitación, cojo mi móvil y me doy cuenta, con gran sorpresa, que tengo un mensaje de voz; es de Ángela Sornt, mi mejor amiga, la única. Ella entrará a una Universidad diferente para estudiar cine.
El mensaje indicaba:
Hola, Blody. Espero que estés bien. Lamento no haberme despedido de ti. El tiempo se me agotaba, pero en vacaciones de verano regresaré. No sé si te habrás enterado pero... ¿Recuerdas a Nicole? La hermana mayor de tu exnovio Regil. Pues la encontraron muerta. Yo aún no lo puedo creer; hallaron su cuerpo a las afueras de Orange. Dicen que le sacaron el corazón y en el hueco le colocaron una rosa roja. Te digo todo esto porque tu estudiarás cerca de ahí. Ten mucho cuidado. Te quiero, amiga.
Escuchar aquel mensaje me dejó congelada. Había escuchado en las noticias que hablaban de un asesino peligroso que anda por todo el país: primero las secuestra, les corta el cuello, les arranca el corazón y en su lugar deja una rosa roja.
Mi padre me ha comentado que no tienen pistas concretas de él, pero que hacen todo lo posible para atraparlo. Es increíble pensar que Nicole haya sido asesinada de esa manera tan espantosa.
Apago mi móvil y me pongo a pensar en qué habrá sentido antes de morir. ¿Cual habría sido su último pensamiento? ¿Habrá pensado en su hermano o en su madre?
Cierro los ojos un momento pero a los pocos segundos los abro debido a un ruido que me pone en alerta. Mi ventana se ha abierto de par en par dándole paso a una ráfaga de viento. De inmediato me levanto para cerrarla y al hacerlo, por inercia, miro hacia fuera; la piel se me eriza dejándome sin aliento. Frente a mi casa vislumbro un hombre con gabardina y sombrero. Lleva puesta una máscara plateada que le cubre todo el rostro. Está escondido detrás de uno de los árboles de nuestros vecinos. Observo cómo me señala con la mano. Las luces de las farolas de la calle parpadean como si anunciaran un corte de electricidad. Trago saliva al ver como se produce un apagón en la calle; empiezo a sudar frío y las manos me tiemblan ligeramente. El corazón se me acelera, Es entonces cuando la luz vuelve a aparecer iluminando nuevamente las calles, y en un abrir y cerrar de ojos aquel hombre desaparece. ¡Ya no está! Quizá me estoy volviendo loca. Todo este asunto del asesino me está afectado.
Cierro perfectamente la ventana y bajo las cortinas; me dirijo a mi cama y me meto debajo de las sábanas. Me recuesto de lado, dándole la espalda a la ventana e intento dormir, pero algo en mi interior me dice que aquel hombre sigue fuera vigilando y esperándome.