Prólogo
El viento soplaba como si quisiera anunciar la llegada de algo demoníaco. Algo siniestro había llegado a la Universidad Clart From; el ambiente que se respiraba alrededor de la provenía de las entrañas del mal.
Todo estaba en completo silencio, hasta los pequeños animales del bosque que rodeaban toda la institución se escondían; no querían ser espectadores de lo que estaba a punto de suceder.
Todo alrededor era muy raro y confuso. Marlene Miller no sabía dónde se encontraban. Una corriente de aire gélido acarició sus mejillas: el miedo se apoderaba de ella, poniéndole la piel de gallina; los segundos parecían eternos, envueltos en un minutero de horror. Sentía una confusión extrema a lo desconocido. Intentó moverse reuniendo toda la fuerza que tenía para lograrlo, pero fue imposible.
Temblorosa, parpadeaba rápidamente tratando de escudriñar con sumo cuidado entre la cambiante oscuridad algo que le indicara dónde se encuentran. Necesitaba comprender que era eso que le impedía moverse, pero solo se topó con un frío y oscuro vacío lleno de silencios aterradores.
De pronto se encendió una luz azul: la misma que le lastimaba los ojos, pero a la vez le daba una oportunidad de curiosear el lugar. Estaba helada. Acostada en una especie de camilla de operaciones, pudo darse cuenta de que aún vestía el uniforme de la universidad. No estaba atada y no tenía signos de violencia. Sintió un escalofrío que recorrió toda su espina dorsal. ¿Estaba muerta?
Apartó esos pensamientos de su cabeza, pensar en eso solo acrecentaba su miedo.
¡No puede ser! ¿Dónde estoy? ¿Será una broma?
A pesar de no poder mover el cuerpo, sintió un hormigueo que recorría sus corvas, sus nalgas y su pecho. De alguna manera eso era algo bueno. Intentó hacer un último esfuerzo, pero sus brazos y piernas no respondían a sus suplicas mentales, ni siquiera podía girar la cabeza; movió los ojos hacia arriba y tratando de vislumbrar un poco de aquel cuarto. Una idea se le cruzó por la mente; un nombre simple que describe el miedo que sienten la mayoría de los seres humanos: una morgue.
Marlene era inteligente, sabía que si entraba en pánico no lograría nada, así que se tranquilizó, pero no lo suficiente como para dejar de presentir que algo malo iba a suceder.
Una aguda punzada de horror atravesó su cerebro. A los pocos segundos se dio cuenta de que un olor extraño invadía todo el lugar: algo químico que no lograba descifrar, pero que le recordaba a las sustancias que mezclaban en los tintes para el cabello. Analizó bien los puntos a su favor y después de un rato quebrándose la cabeza, notó que aquel lugar le resultaba algo familiar, como si ya hubiera estado allí, aunque todo continuaba siendo gris en sus recuerdos. En un intento de desesperación quiso cerrar los ojos, pero le dio miedo: pensaba que si lo hacía no volvería a despertar nunca más.
Marlene hizo un esfuerzo por recordar lo que había sucedido antes de encontrarse en aquella situación. No era del tipo de personas que entra en pánico fácilmente. Trataba de pensar con la cabeza fría, pero una cosa era pensarlo y otra muy diferente vivirlo en carne propia. Entonces recordó la clase de Sociología, a la que había asistido unas horas atrás, o al menos eso creía porque no sabía una ciencia cierta cuánto tiempo había estado encerrada.
No olviden que pasado mañana es la exposición del tema que a cada una le asigné: la calificación que lleguen a sacar la tendré en cuenta para los exámenes finales —había pronunciado el profesor: un hombre joven, pero maduro y apuesto.
—¿Qué pasaría si por alguna extraña razón no entregamos el trabajo a tiempo? —Había preguntado una compañera, la más popular y poco inteligente del plantel; Marlene se preguntaba algunas veces cómo pudo entrar en una universidad como aquella—. ¿Nos daría una nueva oportunidad?
—Me temo que no habrá segundas oportunidades esta vez. Les aconsejo que saliendo de clase vayan a la biblioteca y busquen toda la información que sea necesaria para sacar una buena nota; hay muchos libros que les pueden servir —había sentenciado el profesor.
Marlene iba atrasada con los trabajos. A parte de la exposición tenía mucha tarea pendiente de otras materias. Se le había olvidado ir a la biblioteca después de clase por acompañar a una amiga a su cuarto y hablar de cosas banales.
Necesitaba un libro en específico que contenía toda la información que buscaba. Pensó en obtener la información vía internet, pero aquel colegio era muy estricto, no concedía permiso para utilizar las computadoras a menos que fuera en el horario que las reglas establecían, y siempre bajo la supervisión de un maestro. La idea estaba descartada. Ya era demasiado tarde, eran las once de la noche: la hora exacta en la que el colegio cerraba las puertas, las aulas, los laboratorios, e incluso la cocina.
No tuvo otra alternativa que recurrir a la biblioteca ya que pedirle ayuda a sus compañeras era un s******o social: era suficiente con que la mayoría de la odiara por tener una porque no ser rica, como lo eran todas en su clase. Por todo ello decidió arriesgarse y no defraudar a nadie; era una de las alumnas más inteligentes del colegio y le había costado bastante entrar en una universidad de tanto prestigio. El mayor sacrificio había sido tener que alejarse de su madre…
Se armó de valor, cogió con fuerza un pequeño espejo que contenía las iniciales de su nombre grabadas en la parte de atrás y salió sigilosamente de su dormitorio. Las luces de todo el colegio estaban apagadas, solo quedaban algunas farolas encendidas en los patios principales, lo que producía un ambiente tétrico a la estancia. La biblioteca se encontró en la planta baja, a diferencia de ella que se encontró en el octavo piso. Caminó con sumo cuidado evitando hacer algún ruido que alertara a las demás; si la atrapaban se metería en graves problemas y pondría en riesgo su beca: era una misión s*****a. Cuando llegó al ascensor, sin darse la vuelta echó un vistazo a través del espejo de mano: no se veía a nadie siguiéndola, ninguna sombra o algo fuera de lo común. Descartó el ascensor y decidió bajar por las escaleras para no hacer ningún ruido. El frío era insoportable y constantemente sintió como si alguien respirara sobre su nuca, pero al comprobarlo a través del espejo no resultó nada. Los nervios la invadían y al llegar a la planta baja se sintieron aliviados.
El pasillo que tenía que recorrer no estaba del todo sumido en la oscuridad, debido a que la luz de la luna se filtraba a través de las cinco ventanas largas desprovistas de cortinas. Eso le resultó de gran ayuda. Al caminar sintió una presencia extraña y maligna por todo el lugar; de nuevo, a través del espejo, trató de ver si alguien la estaba siguiendo, pero solo pudo ver que estaba sola. Tragó saliva y siguió su camino. Algo la hizo girar hacia su derecha. Se detuvo unos segundos para mirar por la ventana. Fuera, el viento estaba desatado, hacía que los árboles danzaran bajo una melodía siniestra. Estaba a punto de apartar la mirada cuando creyó ver una sombra escondida detrás de unos arbustos enormes. Su corazón se aceleró y con fuerza, apretó el espejo.
«¡No corras, no grites, no es él!» .
Cuando se tranquilizó un poco, continuó su camino. Nadie podía entrar en los edificios ya que estaban cerrados y había un guardia vigilando cada puerta principal. Respiró profundamente y se armó de valor.
Al llegar a su destino, frente a la gran biblioteca, sacó su tarjeta de acceso, pero al acercarse algo le llamó la atención: la puerta se vio abierta y al fondo se podía distinguir una de las lámparas encendidas. Sintió que le quitaban un peso de encima ya que no debería que acudir a las «habilidades» que aprendió en la calle cuando era niña: sabía cómo abrir puertas sin la necesidad de una llave maestra.
Dio un paso hacia delante pensando que se trataría del encargado de la biblioteca. Fue entonces cuando escuchó un débil carraspeo. No se dio la vuelta, pero con el espejo comprobó que no hubiera nadie detrás. Tenía que darse cuenta de prisa y regresar a su habitación. Cuando entró con la esperanza de no estar sola se sorprendió al comprobar que no había nadie. Fue entonces cuando le pareció escuchar el sonido que emite un libro al caer. Intentó girar la cabeza hacia allí, pero no fue capaz de completar aquella acción: el miedo se fue apoderando más y más de ella.
—¿Hay alguien aquí? —Preguntó con un tono de voz casi audible.
No obtuvo respuesta alguna. Aprovechó que las luces estaban encendidas para recoger su libro. Cuando llegó al pasillo correspondiente comenzó a buscar rápido el tomo indicado. Cuando lo encontró se dio la vuelta para emprender la marcha de vuelta a su habitación pero se topó con algo que le provocó un escalofrió. En el suelo se encuentra un libro abierto con una hermosa rosa roja en medio; tragó saliva y evitó tocar la rosa, pero entonces vio algo debajo de esta. Era una pequeña nota que con curiosidad intentó extraer sin tocar la rosa, pero uno de sus dedos la rozó, y para su mala suerte aquella nota estaba en blanco. La tiró al suelo y con paso acelerado se dirigió a la estancia principal de la biblioteca. Cuando estaba a punto de llegar a la salida las luces se apagaron y escuchó un nuevo sonido: el roce de un zapato contra el suelo. Al escucharlo se quedó paralizada por el miedo. Empezó a sudar frío al tiempo que levantó el espejo. Al hacerlo pudo ver una sombra que se escondía entre las librerías del fondo.
«Sal de aquí, sal ahora mismo. Esto es demasiado raro. No grites, no corras, no te puede hacer daño, has seguido las reglas al pie de la letra ».
Marlene dio un paso adelante cuando sintió un fuerte golpe en la cabeza. Solo recordaba la imagen borrosa de unas botas negras antes de que todo se oscureciera. Al poco tiempo despertó en aquella tétrica habitación. El temor por lo desconocido y por el juego en el que sabía que estaba participando, la hicieron estudiar cada detalle que la rodeaba. El cuarto no era muy grande. Dos de las paredes estaban llenas de estanterías en las que se encontraban varios frascos de vidrio con algún líquido del que desconocía su origen.
La tercera pared estaba sellada con una gran puerta gris de metal brillante y por las orillas salía un humo blanco que le recordó a los refrigeradores de carnes. En ese instante se encendió una luz blanca iluminando toda la estancia; todo se encuentra desordenado y sucio, y un olor, de nuevo, que le recordó al salón de belleza de su madre.
Era estilista, y de las buenas. Pensar en ella en ese instante le entristeció. Ya no le importaba lo que le pudiera pasar a ella, su preocupación iba más allá de lo que en el fondo, sabía muy bien que sucedería. Su única preocupación verdadera era su madre: la mujer que después del engaño cruel de su marido, supo sacar a su hija adelante, educándola con amor y dándole lo necesario para salir y pelear en la vida; tanto que consiguieron que accediera a una universidad de mucho prestigio.
A pesar de las diferencias que tenía con su madre, la amaba profundamente. Recordó aquella mañana estando en su casa. Era un día cálido y con algo de viento. Marlene veía un momento en la transmisión de la sección de noticias en el televisor, y su madre preparaba el desayuno. Cambiaba de canal constantemente ya que ninguno satisfacía su plan de entretenimiento. Al poco rato se aburrió y prefirió leer el periódico. Hojeó cada sección de deportes y espectáculos hasta llegar a la sección policial. Es ahí donde leyó la noticia referente a los «feminicidios» que iban en aumento. Leer aquello la asqueó tanto que dejó el periódico de lado.
—Deberías ayudarme más en el salón de belleza hija —le dijo su madre en un tono de voz muy dulce.
—Mamá, sabes que eso de ser estilista no se me da bien —contesta Marlene observando cómo su madre servía zumo de naranja natural.
—Con esa actitud no llegarás a ningún lado. Tienes que hacer algo con tu vida, no puedes solo esperar a que las oportunidades pasen por tus narices —Su madre empezaba a exasperarse.
—Pues soy guapa, tal vez encuentre un marido millonario —bromeó Marlene con una sonrisa de oreja a oreja.
Antes de que su madre pudiera terminar de responder a las ideas locas de su hija, escuchó el timbre de la puerta. ¿Tenían visita? No recordaba haber invitado a nadie.
Marlene vio cómo su madre se acercaba para abrir la puerta, y aunque quería saber de quién se trataba, prefirió no prestar atención y volvió a encender el televisor con la nueva esperanza de encontrar algo que le interesara, pero después de change varios canales sin éxito , se conformó con las noticias.
Al parecer algo se suscitaba a las afueras de California y era primera noticia en todos los canales informativos. Habían encontrado el cuerpo sin vida de una mujer. Presentaba signos de tortura y quemaduras en algunas partes del cuerpo, su tórax estaba abierto de par en par y le extirpado el corazón.
Marlene se quedó petrificada ante la noticia y se preguntó qué clase de ser humano podía tener la sangre fría para hacer eso a otro ser humano.
—Tengo muy buenas noticias, hija.
—¿Qué quieres decir con eso? —Preguntó Marlene desanimada. Apagó el televisor y espectáculo el sobre que traía su madre en las manos.
—Significa que entrarás a la Universidad Clart De. Tendrás un futuro diferente al mío.
—Te lo dije —contestó Marlene orgullosa de su logro—. La suerte está de nuestro lado de ahora en adelante: me graduaré con honores y te daré una vida mejor, mamá.
—Vivirás cosas hermosas, hija y sé que te espera algo mucho mejor que esto.
Aquella tarde ambas comieron pastel de chocolate y se sentaron a fantasear con sus sueños.
Marlene estaba absorta en sus pensamientos hasta que un ruido la devolvió bruscamente a la realidad. Agudizó los oídos: era un chirrido espeluznante, y aunque movió los ojos en todas las direcciones posibles no pudo ver nada. ¿Qué demonios era aquello? Una nueva sensación de miedo la hizo estremecer. Trató de gritar, de pronunciar alguna palabra, pero no fue capaz de hacerlo. Sintió como si sus cuerdas vocales estuvieran congeladas; le palpitaba el corazón a toda prisa. A pesar del ambiente frío del lugar comenzó a sudar. De pronto escuchó pasos que cada segundo que pasaba se acerca más. Provenían del exterior del cuarto. Se unió el ruido de una puerta abriéndose que la puso en alerta máxima. A continuación se apagaron las luces y se encendieron unas de color azul neón. Tragó saliva al ver como una figura espectral y malévola se acercaba a ella.
«¡Tranquila, Marlene! Solo se trata de un sueño, otra más de las pesadillas que tienes. Es lo habitual: no puedes hablar y no te puedes mover. Lo más seguro es que estés en tu habitación, dormida. ¡Cálmate! Trata de despertar», se dijo.
Pero hizo caso omiso a sus recomendaciones. En un intento desesperado por salir de aquella pesadilla cerró los ojos, y al abrirlos notó que las luces estaban encendidas nuevamente. Pensó en las opciones que tenía a la hora de luchar por su vida, ya que no tenía intenciones de rendirse tan fácilmente. El alma se le cayó a los pies cuando aquella persona mostró su identidad.
Lo había visto una sola vez. Esa fue la razón que la llevó a iniciar el juego, pero… ¿cómo era posible si no había quebrantado ninguna regla? Se suponía que estaba a salvo. ¿Era el fin?
Aquella persona se acercó a las estanterías y tomó un frasco. Lo sabía, era él, estaba frente al asesino A Corazón Abierto.
Marlene empezó a llorar al ver como se dirigía a su lado, cogía una sierra eléctrica y empezaba a reírse al tiempo que ella lloraba de la impotencia.
Sabía que iba a morir, el miedo hervía en su interior. ¡Dios mío, ayúdame! Trasladó sus últimos pensamientos hacia su madre, la persona que más amaba en la vida y la única que lloraría su muerte. Habían estado tanto tiempo juntas que le dolía saber que tendría que luchar sola, sin ella.
—No tengas miedo —susurró él.
Ella lo miró con ira y él reparó en ello. Su desesperación y su frustración de no poder defenderse iban en aumento mientras él sonreía mostrando descaradamente sus dientes blancos y relucientes. Él disfrutaba de verla en ese estado.
—Has llegado al final del laberinto, pequeña. Tu sangre es mi sangre y tu corazón me pertenece.
Tras pronunciar estas palabras le cortó el cuello. La hoja afilada del cuchillo se movió sobre la carne de Marlene como si estuviera danzando; la sangre de un color rojo intenso empezó a derramarse violentamente sobre el suelo de mármol blanco. No quería abrir los ojos y darle la satisfacción a aquel asesino de burlarse más de ella. Mientras la vida se le escapaba, prefirió seguir recordando todos los momentos que vivió al lado de su madre. Se empezó a desvanecer cuando sintió una opresión en el pecho y a continuación expulsó su último suspiro de vida.
Su sangre se derramó por todo el lugar. Lo hizo en aquella habitación oscura y fría donde solo se podían escuchar las carcajadas enloquecidas de aquel asesino. Marlene Miller había dejado de respirar, había dejado de existir.