8: Invitaciones que incomodan

1332 Palabras
La pregunta cayó con un eco sutil pero profundo. Liam no respondió de inmediato. Estaba atrapado entre el orgullo herido y un sentimiento más crudo que no se atrevía a nombrar. Ella sonrió apenas. No fue una sonrisa amplia ni burlona. Fue ese tipo de sonrisa que nace cuando uno descubre que aún puede provocar algo en la otra persona… aunque sea molestia. —No te preocupes —añadió, volviendo al teclado—. No necesito que me vigiles. Si Nicholas intenta algo, sabré ponerlo en su lugar. —Eso espero —respondió Liam, con la voz más áspera de lo que pretendía. Dio un paso hacia atrás, pero antes de regresar a su oficina, lanzó una última mirada a la taza. Harper, sin apartar los ojos del monitor, dijo con aire casual. —Si tanto te molesta, puedes tirarla. No me importa. Pero sí le importaba. No el café. No Nicholas. Le importaba verlo así. Molesto. Afectado. Celoso. Porque en un matrimonio donde todo era calculado… eso era lo más honesto que Liam le había mostrado en días. Y a Harper, eso le daba placer. No por crueldad, sino porque, por fin… estaba empezando a entender cuánto poder tenía realmente sobre él. Liam desvió la mirada de la taza como si de pronto le resultara irrelevante. Dio un paso atrás, recuperando su compostura, esa que siempre usaba como escudo. —No es necesario que la tires —dijo, con tono frío y controlado—. Al final de cuentas, soy un hombre bastante seguro de lo que valgo. Y sé que no me vas a cambiar por alguien como Nicholas. Harper alzó lentamente la vista. Sus ojos lo analizaron con calma, como si evaluara la escena más que al hombre frente a ella. —No tengo intención de cambiar a nadie —respondió—. Pero tampoco soy de las que se quedan con algo solo porque lo tienen asegurado. Y sin romper el contacto visual, tomó la taza, quitó la tapa y bebió un sorbo frente a él, como si fuera la cosa más normal del mundo. No hizo una mueca. No dijo nada. Solo sostuvo la mirada mientras bebía. Liam la observó en silencio, sin decir una palabra más. Pero en su interior, la incomodidad se arrastraba como una sombra invisible. No porque creyera que Nicholas representara un peligro real… sino porque lo había visto. Y sabía que ese hombre no solo era encantador: era un experto en detectar grietas. Harper volvió a dejar la taza sobre el escritorio con suavidad. —¿Algo más, señor Ashford? Liam la miró por un segundo más, luego negó apenas con la cabeza. —Nada más. Y se fue. Una hora más tarde, mientras Harper repasaba unas cifras en la tablet, una voz suave y masculina la sacó de su concentración. —¿Tienes planes para almorzar hoy? Levantó la vista. Nicholas estaba de pie frente a ella, apoyado con desenfado en el borde del escritorio, con esa media sonrisa que ya empezaba a identificar como su sello personal. —Trabajo —respondió ella, aunque sin dureza. —No se me ocurre mejor razón para invitarte a salir. Considera que soy parte del trabajo —replicó él—. Almuerzo en La Terraza, informal, sin presión. Pido mesa en la parte menos visible. Cuarenta y cinco minutos, sin cámaras, sin reporteros, sin Liam. Harper sostuvo la tablet unos segundos más antes de bajarla. —¿Esto es una cita? —No. —Nicholas inclinó la cabeza— Es una oportunidad para comer bien, con alguien que no te pide explicaciones. Ella lo pensó. No por el almuerzo, ni por Nicholas, sino por sí misma. Por el simple hecho de que no quería pasar otro día sintiéndose una sombra en su propia historia. —Está bien. Almuerzo, no cita. —Perfecto —dijo él, sonriendo—. Paso a recogerte al mediodía. Harper asintió y volvió a su pantalla, aunque ya no estaba concentrada. Porque, por primera vez en semanas, sentía que alguien había notado que ella también estaba viva. Liam salió de su oficina con paso firme. Ya no podía concentrarse. Desde la mañana, algo lo había estado carcomiendo, y esa maldita taza de café seguía flotando en su mente como un mal presagio. Se detuvo frente al escritorio de Harper. Ella ni siquiera alzó la mirada cuando lo notó ahí. —Vamos a almorzar —dijo él sin rodeos. —No puedo —respondió ella sin despegar los ojos de la pantalla—. Nicholas me invitó primero. Acepté. Hubo un segundo de silencio. —¿Nicholas? —repitió él, con incredulidad en la voz. Ella alzó la vista con expresión serena, demasiado serena. —Sí. Me pareció una buena oportunidad para salir un rato de la oficina. Me dijo que sería informal. Solo una comida. Sin cámaras. Sin presiones. Sin explicaciones y sobre todo, sin ti. Liam entrecerró los ojos. La mandíbula se le tensó con ese gesto sutil que Harper ya empezaba a reconocer como peligroso. —No necesitas salir con él para almorzar. Podrías haberme dicho que no tenías hambre, o que preferías quedarte en tu escritorio. Pero salir con Nicholas... —Pensé que tú eras un hombre muy seguro de ti mismo —lo interrumpió ella, tranquila—. Lo suficiente como para no temer ser reemplazado por tu socio. Después de todo, me lo dejaste bastante claro esta mañana. Además de que no quiero malos entendidos a pesar de que este matrimonio es más falso que la virginidad de tu abuelo. Sus palabras le cayeron como un golpe seco, sin elevar la voz, sin necesidad de gestos. Puro control. Harper se levantó, recogió su bolso y su abrigo con gracia, como si se dirigiera a una reunión más. Pero justo antes de alejarse, le dijo, sin mirarlo. —No llegaré tarde. Prometí que serían solo cuarenta y cinco minutos. Y se fue. El restaurante La Terraza estaba a pocas cuadras. Harper y Nicholas tomaron una mesa discreta, alejada del bullicio. La decoración era elegante, con luces cálidas y música suave de fondo. Un camarero trajo vino blanco sin que lo pidieran, como si ya supiera el protocolo. —No pensé que aceptarías la invitación —dijo Nicholas mientras le servía. —No soy tan predecible como parezco —respondió ella. —Eso ya lo estoy empezando a notar. Durante los primeros minutos, hablaron de temas superficiales: proyectos en curso, fusiones, eventos de la empresa. Nicholas tenía un modo de mirar que no apuraba pero tampoco soltaba. Le lanzaba palabras con suavidad, como si sembrara preguntas más que hacerlas. —¿Y cómo es vivir con Liam Ashford? —preguntó de pronto—. Debe ser… intenso. Harper sostuvo la copa con una media sonrisa. —Cómo vivir con una tormenta encerrada en un frasco de cristal. Nunca sabes si va a explotar… o si solo va a quedarselo todo para sí. Nicholas asintió, con cierto aire de complicidad. —No lo odies por eso. Los hombres como él no saben amar de otra manera. —¿Y tú? —preguntó ella, sin sarcasmo. —Yo no soy un hombre como él. Una pausa. Una mirada. Un latido distinto. Nicholas estaba por decir algo más cuando se inclinó ligeramente hacia ella y bajó la voz. —No mires. Pero tenemos compañía. Harper frunció el ceño, sorprendida. —¿Quién? —Tu esposo —susurró con una sonrisa contenida—. Está en una mesa del fondo, a la izquierda. Camuflado tras un periódico como si estuviera en una película de espías. Si giras ahora, lo harás demasiado obvio. Ella bajó la vista hacia su copa, procesando la información. —¿Estás seguro? —Sé reconocer a un hombre celoso cuando lo veo. Además… Liam no tiene tiempo para leer periódicos. Harper reprimió una sonrisa. No por diversión. Por satisfacción. Él la había seguido. Y eso, sin que dijera una sola palabra, le decía más que cualquier discurso…
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