9: Exigencias que no se cumplen

1494 Palabras
Desde una de las mesas más discretas de La Terraza, Liam sostenía un periódico abierto que no había leído. Cada palabra impresa le parecía una excusa para no mirar directamente, pero no podía evitarlo. Cada tanto, los ojos se le deslizaban por encima del borde, buscando a Harper. Estaba sentada frente a Nicholas, vestida con ese abrigo beige que él conocía bien, el que solía colgar en su perchero personal en la oficina. Sus gestos eran serenos, contenidos… pero había en su expresión una suavidad distinta. Un dejo de comodidad. Algo que no mostraba con él desde hacía días. La copa de vino en su mano, la sonrisa que se dibujaba apenas, el cruce ocasional de miradas con Nicholas… Liam apretó los dientes. Sintió cómo se le tensaban los músculos del cuello y del pecho, esa rabia muda que no podía expresar sin parecer ridículo. Porque no tenía derecho. Ella era libre de aceptar un almuerzo. Libre de sonreír. Libre de jugar a lo que él no se atrevía a nombrar. Y aun así, verla allí, tan cerca de alguien como Nicholas… le resultaba intolerable. Lo peor de todo era que Nicholas lo sabía. Lo había visto entrar. Ese idiota seguro estaba disfrutando cada segundo de la provocación. Liam dejó el periódico sobre la mesa y apuró un trago de agua. No podía acercarse sin exponerse, pero tampoco soportaba quedarse de brazos cruzados. Ni siquiera sabía qué le molestaba más: si el hecho de que ella hubiera aceptado… o que se viera tan tranquila haciéndolo. La conocía demasiado bien. Esa calma era deliberada. Y estaba dirigida exactamente hacia él. —No, no puedes hacer un escándalo aquí —él se levantó de la mesa —mejor me voy de aquí. Liam se fue, él no se dió cuenta, pero Harper lo siguió a cada paso que daba. Otra mujer en su lugar se hubiera decepcionado de ver que no había hecho nada, pero ella se encontraba totalmente satisfecha al ver que aquel hombre estaba que moría de celos. —¿Por qué has fingido que no sabes que la esposa de Liam soy yo? —los ojos astutos de Harper se clavaron en la mirada de Nicholas. —Porque me gusta jugar con él, tú deja las cosas en mis manos y verás los resultados. Harper regresó a la oficina unos minutos antes de lo previsto. Caminaba sin prisa, con la cabeza alta y el gesto neutral. Había conversado con Nicholas, sí, pero se había mantenido al límite. No porque él no supiera cruzarlo… sino porque ella necesitaba que Liam lo supiera sin necesidad de decirlo. Cruzó la recepción con paso firme y llegó hasta su escritorio. Liam no estaba allí. Probablemente había ido a comer a otro sitio mientras se revolvía con esos celos. La taza de café seguía donde la había dejado. La levantó con la intención de tirarla esta vez, pero se detuvo. La sostuvo unos segundos en el aire… y luego la volvió a dejar en su lugar. No porque quisiera conservarla. Sino porque ya sabía que Liam la vería al pasar. Se sentó, encendió la pantalla y, como si nada hubiera pasado, volvió al trabajo. Minutos después, escuchó pasos conocidos. La puerta de la oficina de Liam se abrió y él pasó junto a ella sin mirarla. Pero su silencio estaba cargado. Harper alzó la vista justo cuando él llegaba a su despacho. Sus miradas se cruzaron. Él no dijo nada. Ella tampoco. Solo lo observó con una calma que decía mucho más que cualquier palabra. Y por primera vez, Liam cerró la puerta con más fuerza de la necesaria. Estando en su oficina, pensó que nada podía empeorar, pero no podía estar más equivocado. Su abuela le llamaba justo en ese momento. —¿Qué sucede, abuela? —respondió porque no tenía más opción que hacerlo, al fin de cuentas no lo iba a dejar tranquilo hasta que lo hiciera. —Más respeto para tu abuela, te he llamado porque quiero que tú y Harper vengan a comer a mi casa. Así que los espero después de salir de la oficina. Liam no tuvo más opción que aceptar, luego le mandó un correo a Harper en donde le daba dicha información. Ella se limitó a responder con un escueto OK. A la hora de la salida, ellos tuvieron que irse juntos en aquel coche. El silencio era pesado, aunque para Harper era totalmente cómodo, Liam sentía que lo asfixiaba. —¿Y disfrutaste tu almuerzo con Nicholas? —Liam preguntó con sarcasmo mientras cruzaba sus pies con elegancia. —Sí y mucho, siendo sincera. Liam resopló enfadado, él miró que Harper revisaba algo en su celular. Cuando intentó ver qué era lo que hacía, no pudo debido a que el glass que lo cubría era anti espías. La casa de Eleanor Ashford olía a lavanda, madera antigua y algo dulce que siempre estaba horneando, aunque nunca admitiera qué era. Harper no sabía si era por el ambiente acogedor o por la forma tan cálida en que Eleanor la había recibido, pero por un momento sintió que el mundo se detenía. La señora Ashford la abrazó como si la conociera desde siempre, y no como a una extraña que acababa de entrar a la familia por una firma. —Te ves preciosa, querida —dijo Eleanor mientras la guiaba hacia la sala—. Ese color te queda de maravilla. —Muchas gracias. Usted también luce hermosa —respondió Harper con una sonrisa genuina. —Y tú, Liam —añadió la abuela, dándole una mirada rápida a su nieto—. Intenta no parecer tan rígido esta noche. Pareces un guardaespaldas, no un esposo enamorado. —Estoy bien, abuela —respondió él con su tono neutro habitual, aunque su mandíbula se tensaba ligeramente. La cena fue servida poco después. Pollo al horno, puré de papas con romero, y un vino blanco que Eleanor sacó “para ocasiones especiales”. La conversación fluyó entre comentarios amables y recuerdos familiares. Eleanor preguntaba con sincera curiosidad por la madre de Harper, por su infancia, por sus gustos. Harper respondía con naturalidad, pero no dejaba de notar cómo Liam apenas hablaba. —¿Y cómo les va en la convivencia? —preguntó Eleanor con una sonrisa mientras servía más vino—. Siempre digo que el primer mes de matrimonio es como un baile: o te pisas... o aprendes a llevar el ritmo. Harper se rió con suavidad. —Estamos aprendiendo a no pisarnos —respondió con diplomacia. —Algunos bailes tienen pasos extraños —intervino Liam, con un tono cargado de algo más—. Especialmente cuando uno de los bailarines decide cambiar de pareja a mitad de la canción. Harper lo miró. —¿Perdón? Eleanor alzó una ceja, percibiendo la tensión. —¿Qué quieres decir, Liam? —preguntó Harper, aún sonriendo, pero con los ojos más fríos. —Solo digo —continuó él, sirviéndose más vino sin mirarla directamente— que hay ciertos almuerzos que no parecen muy profesionales. Y que a veces, uno cree que está bailando con su pareja... hasta que la ve tomando vino con alguien más. Harper dejó su copa en la mesa con lentitud, sin romper la compostura. —Ah, claro. Estamos hablando de Nicholas —dijo—. Supuse que lo harías tarde o temprano. —Supusiste bien —Liam se encogió de hombros—. Aunque, si vamos a fingir que no nos afecta nada, entonces también podemos fingir que ese almuerzo fue inocente. —Fue un almuerzo, Liam. Una comida. Cuarenta y cinco minutos. Ni uno más. —Con un hombre que no disimula que quiere lo que no es suyo —espetó él, esta vez sí mirándola a los ojos. —¿Y qué es lo que no es suyo, exactamente? —replicó Harper, sin vacilar. El silencio en la mesa fue inmediato. Eleanor se acomodó las gafas con elegancia y, sin dejar de sonreír, intervino. —Yo tenía razón… se pisan, pero con estilo. Ambos bajaron la mirada, ligeramente avergonzados. Eleanor tomó la copa y miró a Harper con una ternura que contrastaba con la tensión del momento. —No le prestes mucha atención, querida. Mi nieto es como una tetera de hierro: por fuera parece frío, pero por dentro hierve cuando menos lo esperas. Harper sonrió apenas, pero no respondió. Liam bajó la mirada hacia su plato, en silencio. Al terminar la cena, Harper ayudó a Eleanor a recoger los platos. Liam se quedó en el salón, fingiendo revisar algo en su teléfono. —No seas dura con él —dijo Eleanor en voz baja mientras secaban los utensilios—. El problema con Liam no es que no sienta… es que siente demasiado, y no sabe cómo manejarlo. —No estoy siendo dura —respondió Harper con suavidad—. Solo estoy cansada de que me exija cosas que él mismo no está dispuesto a dar…
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