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LA TRAICIÓN DE MI PROMETIDO

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Descripción

—Solamente estás exagerando, Val —dijo con un tono aplacador—. Esto es normal. Es mi despedida de soltero. Todos los hombres lo hacen.

*****

Traicionada, herida y muy humillada. Así fue como me sentí cuando la noche antes de mi boda descubrí a mi prometido teniendo sexo con una mujer a la que él acababa de conocer. Sin embargo, aquel doloroso momento, la traición de mi prometido, fue lo que me llevó al peligrosamente sexy y tentador hombre que le dio un giro de 180 grados a mi vida y que la cambió para siempre.

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LA TRAICIÓN
🦋✨VALERIE✨🦋 Tenía mucha sed y me levanté a buscar agua para beber porque ya me había bebido toda la botella de agua que había dejado sobre la mesita de noche, cuando por el enorme pasillo el sonido de unos gemidos lujuriosos me llegó. Intenté reprimir mi deseo de ir a inspeccionar a quién le pertenecían esos gemidos, pero algo dentro de mí me dijo que debía ir a ver de quién se trataba. El corazón se me estremeció en el pecho y me quedé petrificada en mi lugar, sin poder moverme, cuando descubrí que los sonidos provenían de la habitación de Nick, mi prometido, y que los gemidos le pertenecían a una mujer. Llevábamos tres años de relación y al día siguiente se celebraría el gran día: Nuestra boda. La boda más importante del año para la sociedad de Miami y de toda Florida. Me apoyé contra la pared y me tragué el llanto de dolor, mientras los gemidos se iban volviendo más intensos y apasionados. Con mi corazón latiendo frenético en mi pecho y resonando como tambores en mis oídos, abrí la puerta de la habitación sin llamar y de un empujón, sorprendiendo con mi inesperada intromisión tanto a Nick, como a la mujer que estaba con él, teniendo sexo en una posición que no quiero ni siquiera recordar, como si fueran dos conejos lujuriosos salidos del infierno. La reconocí de inmediato. No era mi amiga, ni amiga de él, o tan siquiera una conocida o una invitada a la boda. Era una de las mucamas del hotel; la habíamos visto esta misma tarde, cuando llegamos a hospedarnos. O sea, la acababa de conocer hacía cuestión de unas cuantas horas y eso solamente me puso a pensar con cuántas otras había hecho lo mismo. La repugnancia se elevó hasta mi garganta con semejante descubrimiento que acababa de hacer. —¡Eres un asqueroso y vil infiel! —le grité, presa de un arrebato de furia, indignación y dolor—. ¡No puedo creer que me estés haciendo esto! ¡Un día antes de nuestra boda! La mujer tapó su desnudez con las sábanas y me miró, asustada. —Val, ¿qué haces aquí? —inquirió Nick, poniéndose los calzoncillos con rapidez. Ni siquiera tuvo la gracia de mostrarse culpable por haber sido atrapado en su infidelidad, sino que se mostró ofendido, como si fuera yo la que estuviera haciendo algo malo. —¡Asqueroso! ¡Inmundo! —continué gritándole, mientras lágrimas gruesas y amargas caían de mis ojos y resbalaban por mis mejillas. —No deberías de estar aquí —ladró como una reprimenda, usando el tono de voz áspero que normalmente usaría para ponerme en control. Él siempre había controlado mis acciones y yo, tontamente enamorada, había dejado que lo hiciera, pero esa vez no iba a ser así. Me mantuve firme, negada a ceder o a retroceder, ya que me di cuenta de que me encontraba en un punto crucial para mi vida: aceptar su engaño y seguir adelante con la boda, para convertirme en una tonta y en una cuernuda para toda la vida, o ponerle un alto y acabar con eso cuanto antes. Los labios de Nick se aplanaron en una línea delgada. —No vayas a armar un escándalo —ordenó cuando se paró frente a mí, obligándome a inclinar la cabeza hacia atrás para mirarlo. Él era delgado y alto, y le fascinaba usar su altura para afirmar su autoridad sobre mí. Eran las pequeñas y casi imperceptibles tácticas de intimidación que utilizaba para salirse con la suya. —Solamente estás exagerando, Val —dijo con un tono aplacador—. Esto es normal. Es mi despedida de soltero. Todos los hombres lo hacen. Sus manos llegaron a mis hombros y me sacudí con fuerza, para alejarlas. —¡Eres un asqueroso y un mentiroso! —rugí, sintiendo que el llanto y la indignación apretaban en lo profundo de mi garganta, pero aunque quería ahogarme en mi llanto y en mi dolor, no lo hice, me mantuve fuerte para enfrentarlo—. ¡No puedo creer que me hayas hecho esto! ¿Era este el gran amor del que hablabas? ¿El gran amor que decías sentir por mí? —¡Valerie, cállate! —Alzó su mano, dispuesto a darme una bofetada en el rostro, pero la voz de mi padre, detrás de mí, lo detuvo. —¡Nick, ¿qué estás haciendo?! —ladró mi padre. Con ojos asustados, Nick volteó a ver en dirección a la puerta. Yo también, giré la cabeza y miré hacia allá. Mi padre dio dos zancadas y se paró a mi lado. Miró a Nick y luego a la mujer que seguía sobre la cama, tapando su desnudez. Nick no supo qué responder y prefirió voltear a ver hacia la puerta, hacia los otros espectadores. Además de mi padre; mi madre, los padres de Nick, Samantha, mi mejor amiga, y James, el hermano de Nick, también habían llegado a ver a qué se debía aquel escándalo. La boda se iba a llevar a cabo por la mañana en un prestigioso hotel de la ciudad que la familia de Nick estaba pagando. Ellos tenían dinero y una buena posición social, mientras que nosotros éramos una familia normal, de personas que trabajaban duro para vivir. —¿Qué es todo este escándalo? —preguntó el señor Charles, el padre de Nick, cuando se acercó a nosotros tratando de controlar la situación. Ya le había ordenado a los espectadores que regresaran a su habitación. Seguramente, tenía miedo de que aquel escándalo trascendiera en las noticias al día siguiente. —¿Que qué es todo esto? —espeté, alterada por el descaro con el que estaba actuando, como si no fuera tan obvia la situación—. ¿Acaso no lo ve? ¿No puede ver lo que su hijo estaba haciendo? Charles Hamilton, el padre de Nick, lo miró, a él y a la mujer. Primero, pareció molesto, pero luego se recompuso y volteó a verme. —Pero..., ¿qué con esto, Valerie? Es un pequeño desliz que mi hijo ha tenido, pero él te ama a ti. ¿No es así, Nick? —Se dirigió a su hijo y este asintió. —¿Un pequeño desliz, estar teniendo sexo con esta mujer —señalé a la chica que todavía seguía escondiendo su desnudez debajo de las sábanas y nos miraba, asustada—, la noche antes de nuestra boda? ¡Eso no es un pequeño desliz! —rebatí alterada—. ¡Esto es una vil traición! —No seas tan exagerada, Valerie —Charles intentó aplacar mi enojo—. Esto es algo normal y no por eso vas a armar un gran escándalo y cancelar esta boda, en la cual hemos invertido mucho dinero. El semblante de mi rostro se desencajó por la contrariedad. No podía creer las palabras que estaba escuchando. En serio, ¿era más importante para ellos su dinero que mi dignidad? Pero, tampoco fue eso lo que más me molestó, sino la actitud de mi padre, poniéndose del lado de ellos. —Es cierto, Val. No te tomes esto a la ligera. Piensa bien las cosas y lo que está en juego —dijo mi padre, tratando de tomar mi mano, pero me alejé. —Valerie, amar es perdonar —manifestó el señor Hamilton—. Si realmente amas a mi hijo, debes perdonar su falta y olvidarla. Mi padre miró a Charles y a Nick, y luego a mí. Estaba preocupado. —¿Podrían dejarme solo con mi hija? —dijo. Ellos lo vieron, en sus ojos había una mirada especulativa. Fue el señor Hamilton quien tomó la iniciativa y le ordenó a Nick y a su amante que salieran de la habitación. Mientras salían, miré hacia otro lado. No quería ver a ninguno de ellos, porque me causaban una gran repulsión. Tampoco quería ver a mi padre. La actitud que estaba tomando me tenía muy molesta. —Valerie, Nick te ama —comenzó a hablar—. Lo ha demostrado durante estos tres años que han estado juntos. Solo mira cómo nos ha ayudado con nuestras deudas y a mí a conseguir un mejor trabajo. Eso debería ser suficiente para ti. Suficiente para entender que esto, lo que pasó aquí, no fue más que un error, un error que debes saber perdonar, para obtener lo demás. Me sentía muy traicionada y dolida. No solamente por la infidelidad de Nick, sino por mi padre. Se suponía que a quien debía de apoyar era a mí y lo único que le importaba era el dinero y la posición que los Hamilton le habían dado y ahora estaban en juego. —¿Estás hablando en serio? —murmuré, indignada y sacudí la cabeza, mientras hacía una pausa, esperando que mi padre se retractara, pero se quedó quieto, sin decir absolutamente nada—. ¿De verdad eso es lo único que te importa? —Valerie, creo que estás siendo bastante dramática. No eres ni la primera, ni la única mujer que ha tenido que soportar una infidelidad. Las mujeres nacieron para esto, para agachar la cabeza y para perdonar las infidelidades de los hombres desde tiempos inmemoriales. Sus palabras me hicieron estremecer el estómago. Sabía que él no iba a cambiar de opinión y seguiría del lado del infiel, porque el dinero de los Hamilton era más importante que su propia hija. —Habría esperado esto de cualquier otra persona, menos de ti: de mi propio padre. —Ya no eres una niña, así que déjate de niñerías. Vas a casarte con Nick mañana, porque todo está listo —dijo con ese tono estridente que nunca dejó de hacer que mi corazón se acelerara por la aprensión y que normalmente me hacía obedecer. Toda mi vida había sido consciente de que mis padres eran un poco interesados y de que esperaban que mi belleza me ayudara a conseguir un matrimonio ventajoso como este, que les abriera las puertas hacia una mejor vida. Pero, de eso, a esto, había demasiada diferencia. Había sido la quintaesencia de la «buena chica»: obediente y respetuosa de cada uno de los deseos de mis padres durante los últimos 26 años de mi vida, mientras aplastaba el lado de mi personalidad que siempre quería rebelarse contra el molde de una buena esposa e hija, en el que me habían encerrado desde que era una cría. Esa rebelión estaba rascando su camino hacia la superficie rápida y furiosamente en ese momento. No estaba dispuesta a obedecer, ni a cumplir el desagradable deseo de mi padre. —No voy a casarme con Nick. ¡Ni mañana, ni nunca! —rebatí y luego me di la vuelta y me dirigí a la puerta. —¿Adónde vas? —exigió mi padre, alcanzándome y sujetándome del brazo—. Si te vas y te rehúsas a contraer matrimonio con Nick, te olvidas de que tienes familia. Aunque su amenaza me dolió tanto como si me hubiera incrustado un filoso cuchillo en el pecho, hasta atravesar mi corazón, no mostré signos de miedo cuando lo enfrenté. Mi padre no estaba fanfarroneándo. Su amenaza era real, porque él haría cualquier cosa para ganar esta batalla de voluntades en mi contra. Pero, aunque la idea de quedarme sola y sin una familia con la cual poder contar era una perspectiva aterradora, era aún más aterrador permanecer servil a mi padre, casarme con Nick y ser desdichada y miserable por el resto de mi vida. —Pues, desde ahora en adelante no tengo familia —rugí. Me solté y continúe mi camino hacia la puerta, para salir de allí y de la vida de todos ellos. Corrí al pasillo, sintiendo que las lágrimas de ira y dolor apretaban en mi garganta, pero me las tragué. Allí me topé con los Hamilton. Charles me interceptó y detuvo mi marcha. —¿De verdad vas a hacer esto, Valerie? —inquirió, furioso—. Porque no debes olvidar que trabajas en mi empresa y que todo lo que tienes es gracias a nuestra bondad. Si te vas, lo pierdes todo y te quedarás en la calle. Era cierto. Cada palabra que escupió en mi cara era verdad. Nick y yo nos conocimos en la universidad, mientras cursábamos el último año de la carrera de Administración de Empresas. Yo estaba allí con una beca y me encandilé con su atractivo y con todos los regalos caros que él me daba. Una vez que nos hicimos novios, su padre me ofreció un puesto en su empresa, una importante firma de inversiones y de fondos de cobertura. Mi vida parecía resuelta y perfecta, hasta ese día en el que me enteré que no era más que una pantalla, y que detrás de esa pantalla en realidad se estaba tejiendo una horrible telaraña en la que iba a quedar atrapada para toda la vida, si no huía con tiempo. —Todo lo que tienes es gracias a nosotros, Valerie. Nada te pertenece y te quedarás en la calle. Sin trabajo, sin coche, sin casa. ¿Qué será de tu vida? —Nick ya se había vestido con unos pantalones de chándal y metió las manos en los bolsillos, luciendo despreocupado, como si no había sido él quien había cometido la falta. Sonreí con tristeza y una lágrima se escapó de mis ojos. Sorbí por la nariz y me limpié la lágrima. —Se pueden meter todas esas cosas por el culo —gruñí—. Y tú, Nick, espero que te pudras en el infierno y que el pene se te caiga producto de una enfermedad s****l. Empujándolos con mis hombros, continúe mi travesía, agarré mi bolso, en el cual tenía un poco de efectivo y las tarjetas de crédito, y mis zapatos, y salí de allí, sin saber realmente hacia dónde. Llegué al vestíbulo del hotel, en donde todavía estaban preparando las cosas para la gran boda, y salí a la calle. Para mi suerte, un taxi estaba aparcado enfrente, dejando a algunos pasajeros y me subí en él. —Buenas noches, señorita —saludó el hombre cordialmente—. ¿Hacia dónde la llevo? Me pensé la pregunta, porque no tenía idea de hacia qué lugar ir. Lo único que sabía era que me sentía fatal, dolida y triste. Quería ir a algún lugar donde nadie me conociera y donde pudiera ahogar mis penas y mi dolor. —Lléveme a su bar favorito —respondí. —¿A mi bar favorito? —Las cejas del hombre se alzaron sorprendidas—. ¿Está segura de eso? —indagó—. Mi bar favorito está muy lejos de aquí y no parece ser el lugar indicado para una chica refinada como usted. Sonreí débil y apesaradamente. —Es justamente con lo que estoy contando —respondí—. Necesito un lugar en el que pueda celebrar mi soltería y mi libertad.

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