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3086 Palabras
Observar las estrellas, se volvía un íntimo y añorado instante. Alexander señalaba una constelación, perdido, pero yo lo miraba a él, extraviada. ¿Había alguna diferencia? No, Porque él amaba mirar un cielo tachonado de estrellas y yo, bueno, podía verlo largo y tendido y no me aburriría de contemplarlo, jamás. Era algo extraño, intenso, repentino y tantas veces aniquilante lo que estremecía mi interior, a ese punto de ebullición incesante que me asustaba, terror intensivo por saberme atroada en el típico cliché. Él no podía hacerme sentir dinamitas, ¿qué demonios me pasaba? ¿será que estaba delirando? No había cabida para errores, ni espacio para permitirme sentir esa explosión de sensaciones que atraviesan la piel hasta llegar al corazón, también me aterraba ser tan obvia al respecto, ¿él ya lo había notado? Quién sabe... Pero no podía permitirme que me pillara como una tonta, idiota y perdia solo en su ser. A regañadientes tuve que apartar los ojos de su perfecto perfil o me pillaría, no quería dejar de admirar su belleza afectando mi sistema más de lo debido, de lo permitido. Era tan guapo, pareciendo más sensual de lo habitual, o era esta extraña manera mía de verlo ahora, hundida en su perfección que hipnotizaba. Iba a quedar como una rarita, de seguir mirándolo, por eso me obligué a apartar la vista de inmediato. Dirigí la atención al cielo abierto, sobre todo a esa parte que él señalaba con su dedo índice. Aunque con cierto desinterés, en ese momento en lo único que podía pensar era en sus escurridizos dedos trazando círculos sobre mi cintura. Solía hacerlo, algo que se volvió costumbre y hasta entonces no despedía ese fuego arrebatador que ahora sí. Alex, tenía el tacto frío, contra mi piel caliente, provocando el cosquilleo interminable, delicioso y prohibido. Se supone que éramos mejores amigos, y no podía gustarme mi mejor amigo de toda la vida. Estábamos al intemperie, en el jardín de su casa. Él me había pasado buscando a la secundaria, me convidó un helado y al final le avisé a mamá que me quedaría esta noche en su casa, ya que en la mía estaría sola. Mamá, trabajaba de enfermera y justo ese día tenía turno de noche. Le tenía mucho cariño a Alexander, a veces creía que lo quería más que a mí, en fin, dejando a un lado los celos; Julia, mi madre, nunca me negaba algo cuando se trataba de él. Suspiré de nuevo, exhalando por la boca. Su presencia no me afectó tanto, como en ese momento. Me acurruqué en su pecho, suspirando hondo. Percibía, además de su exquisito perfume a lima, vodka y menta, el magnetismo que me acercaba a su ser, que indiferente a ello no llegaba a darse cuenta de cuánto empezaba repercutir en mí. Alex no llegaba a imaginar lo mucho que causaba en mi cuerpo, cuando me tocaba haciendo fuego en el acto. Y si sus lindos ojos verdes aceitunas se anclaba a mi corriente mirada café, entonces se detenía el mundo al tiempo que mi corazón latiendo a un ritmo fuera de lo normal. Desconocía el inicio de la ineludible atracción hacia su persona y presentí que no habría marcha atrás. —¿Me vas a contar tu día? —me habló al oído, reprimí un jadeo. Me atravesó una corriente imperiosa a lo largo del cuerpo, el cosquilleo se extendió sobre mi vientre y por inercia, apreté los muslos. Seguía esperando mi respuesta. Separándome un poco, le pude sostener la mirada. —Aburrido, como siempre. —encogí los hombros —. No pude saltarme química como otras veces, de modo que me quedé ahí atendiendo en la clase del profesor chiflado. Giré los ojos; con cariño me revolvió el cabello, juguetón y llenó de besos mi rostro. Alucinando en sus mimos, también me atreví a fantasear con la idea de que, accidentalmente, su boca y la mía se encontraran. Eso no sucedió, por desgracia. —Pon de tu parte, conejita. —me abrazó por los hombros —. Eres buena chica, tan solo debes esforzarte más. —Lo dice el señor Hickenburg, que todos los días recibe la ovasión de sus empleados. Yo solo tengo a la profesora escupiendo mis malas notas —repliqué rodando los ojos —. A diferencia de ti, no nací con un cerebro extraordinario. —He logrado cosas increíbles a los veintiocho, porque he trabajado duro al lado de mi padre, no fue fácil. Tú también puedes lograr lo que te propongas; apenas tienes dieciséis —me recordó —. ¿Piensas ir a la universidad? —No, no lo haré. En cuanto salga de la secundaria, buscaré un empleo en la cafetería de Matthew, ¿lo recuerdas? —respondí desinteresada. —Claro que sí, fui la semana pasada por un café y donas —declaró —. Oye Jas, no tienes que desperdiciar la oportunidad de ir a la universidad. ¿Lo has hablado con Juli? —No, falta todavía, así que no ha surgido el tema. Ahora es tu turno, quiero saber. —añadí a tientas por querer dejar de hablar torno a mí y de mi futuro. —Ya sabes, lo mismo de siempre, mucho trabajo —expresó elevando mi barbilla, tragué grueso. Quemaba su toque, yo vibraba en sus brazos inevitablemente. Me dedicó una sonrisa perfecta que hizo olvidarme por un segundo de nuestra relación limitada y acabé inclinándome a sus labios, cerrando los párpados, anhelando el impacto que nunca llegó —. ¿Qué haces? Abrí los ojos, rápidamente, su voz salió confusa. Avergonzada enrojecí hasta la médula, estaba segura de que a pesar de la oscuridad se me notaba el escandaloso carmesí. Intenté decir algo, mas solo pude abrir y volver a cerrar la boca. La congoja intensa se apropió de todo mi ser. Quería que se abriera un enorme hoyo en la tierra y me tragara. —No me has respondido, conejita… —susurró a acariciando mi caliente mejilla. No sonaba enfadado, aunque la gravedad de su voz se trasladó a un tono más ronco. Aún sin responderle, me subió sobre su cadera, a horcajadas. Abrí los ojos de par en par, varada en la consternación de sus acciones imprevistas. —¿Q-qué estás haciendo? —Uhm, no lo sé, dime tú. Yo pregunté primero, conejita… —dijo seductor, susurrando aquello y de otro movimiento ya estaba él tendido abajo y yo en su pecho. Como un par de enamorados, a punto de besarse. Las alarmas se encendieron en mi cabeza en cuanto su dureza presionó mis piernas. Casi el corazón me perfora el pecho, como si nada pasara, sonrió. De pronto sus labios se acercaron a los míos, creí que me besaría, por tanto me preparé para el roce. Oh Dios Mío, mi primer beso y lo recibiría de Alex. La ilusión de lo que pensé sucedería, se deshizo. Explotó la burbuja, misteriosa y casi irreal, cuando me apartó bruscamente. —Suficiente. C-creo que debemos ir adentro, Jas. —articuló nervioso. Ambos nos pusimos en pies. Lo que acababa de pasar fue extraño, me quedé trémula en mi lugar, el hormigueo incesante me recorrió. Alex se rascó la nuca, lo hacía cada vez que una situación lo incomodaba, y vaya que los dos lo estábamos. —Sí, claro. Volvimos al interior de la casa, ya no fue lo mismo; la noche se había tornado tensa y aunque la intentamos mitigar a toda costa, nada funcionó. ... Terminó llevándome a casa y le agradecí, solo que sentí una prisa urgente por salir del auto. Jamás había experimentado algo igual, esta, de hecho, era la primera vez que me pasaba algo igual, quizá se debía a qué un poco de lo sucedido en su casa nos afectó hasta llegar a este grado de extrañeza. Cuando besé su mejilla sentí la intensidad del aleteo casi celestial, nos quedamos mirando, pero Alexander cortó el contacto visual y yo bajé apresarada hasta meterme en la mansión. Mamá y todos en casa ya estaban durmiendo, así que no sé por qué actué con cautela y sumamente sigilosa atravesé el trecho hasta mi habitación. Ellos dormían como roca, así que no había razón por la cual ser tan silenciosa en la llegada; de todos modos lo hice. Ya a puerta cerrada sin importar nada me tiré a la cama con el uniforme. Ni ánimos de cambiarme tenía, menos ducharme. Pero no me dormiría así. Durante la dicha lo pensé, imaginé un escenario gritaba prohibido por doquier, Alex y sus dedos, Alex y su boca, Alex y esa sonrisa plasmada en mi piel, todo su ser dándome... El indecooso pensamiento quedó atrapado en mi cabeza, no quería escapar, yo lo retenía pudorosa aún a solas. Es que no podía concebir la idea de un nosostros. Eso jamás había pasado ni en mis pensamientos más remotos y absurdos. Esto tenía un poco de todo, sobre todo una inyección felicita colosal. Me envolví en una toalla caliente, eso o el albornoz, ya me decanté por lo primero. La tibieza de la tela contrarrestó ese frío que sentí de inmediato al poner un primer pie en la habitación. Sentía que se me congelaba hasta los huesos. Mis dientes empezaron a castañear. Por eso odiaba ducharme tan tarde, lo bueno es que ya luego se me pasaba. Me vestí y entré a la cama por ese sueño reparador. Desafortunadamente el enemigo del descanso, intrépido insomnio se metió en mi cabeza y no quería salir. Después llegó Alexánder y las locas fantasias que con él empezaba a tener, era extraño tener tanto de.. eso, que mis labios reprimían no sé si por vergüenza o negación. Un poco de ambas cosas tenían una poderosa influencia en mi reacción. Me paré en la madrugada, no pudiendo dormir, cediendo la victoria al monstruo de la noche. Entonces me encaminé a la cocina. Lo pésimo de vivir en un lugar tan enorme era que a la hora de ir siquiera por un vaso de agua, tenías que trazar un trayecto largo y eso te enfadaba mucho, como a mí, odiaba caminar tanto por un bendito vaso de agua. Aunque al abrir la puerta de la nevera y ver una enorme jarra de leche preferí eso que el líquido cristalino. Bien decían que la calientita leche servía para dormir, conmigo ese efecto de ponerme e dormir como bebé no funcionaba. ¿Será que eras solo cosa de viejos? Porque a mí no me funcionaba para conseguir el sueño plácido. El desvelo me podría salir caro, desinflé mis mejillas sonoramente.malana tendría que ir a estudiar y ya casi se hacía las tres de la madrugada. No podía creer que todo se debiera a lo de hace horas, a ese raro suceso de ayer por la noche. No existe cosa más trillada que amor entre amigos, sí, ese que surge de la nada y puede que de salir mal, se arruiné hasta la amistad. Claro que yo me estoy precipitando, puede que Alex ni siquiera me note, que no le interese como... Mujer. Voy a reírme de mi misma, él es mayor, me lleva algunos años, además es bastante guapo y podría tener a la fémina que quiera. No entro en ese listado, además de que ni siquiera soy su tipo. Le doy un gran sorbo a la leche. ¿Por qué pienso en eso? Nunca antes me había importando, menos cuando él me ha hablado tantas veces fresas mujeres que lo vuelven loco, ahora no creo que me agrade escucharlo hablar por horas de mujeres, incluso imaginando eso siento un pinchazo en el estómago. Mi teléfono suena de pronto y me asusto por la sorpresa repentina de la llamada. ¡No puede ser! Hablando del rey de Roma, es él, Alexander. ¡Dios! ¿Que rayos hace llamándome a esta hora, encima como sabe que estoy despierta? ¿Será que sucedió algo? Para evitar ondear en diversos dudas, decido contestarle la llamada de inmediato. —¿Ha ocurrido algo? Es lo primero que suelto, tras retener el aire y soltarlo al escuchar su rica voz. —No logro dormir, ¿y tú, cuál es el problema? ¿Por qué aún no estas dormida? Ni yo sé la respuesta, creo que no estoy segura de nada, además de que no le admitiría jamás, escuchen bien JAMÁS que se debe a él, por él, absolutamente por él. —eeeh —dudé, buscando en mi cabecita una concreta respuesta para su pregunta. No, no daba con ninguna porque me tenía atraída de pronto, por eso la suspensión en otro planeta. En mí, no radicaba la forma de seguir una conversación normal con mi mejor amigo, porque ya no lo veía como tal, ser hecho hasta su voz empezaba a tener un profundo efecto en mí que nada lo aplacaba. ¿Por qué todo cambió así de pronto? El terror no paraba, me envíaba lejos de mi zona de confort, no me sentía del todo bien sintiendo cosas por Alexander. —¿Sigues allí? No me digas que te has dormido con el teléfono en la oreja, ¡Oye! No me dejes así —ante su reclamo una sonrisita se liberó en mis labios. Nada de eso pasaba, solo que no podía actuar de forma normal, viniendo de él todo eso que dentro de mí pasaba. Como si un volcán se hubiera encendido desde el momento en que un acto nos acercó más, sí, más allá de lo permitido. Simplemente era inaceptable ceder a esos sentimientos conflictivos. No lo quería y luego sí, mientras me negaba más y más a ceder a la idea, esto se ponía intensamente en mi camino, me devoraba a su Merced. —No, no me he ido, tampoco dormido con el teléfono en la oreja. Dime primero cuál es tu problema —inicié, siendo más lista que él. Un sonoro suspiro al otro lado de la línea me puso los vellos de puntas ¿Por qué? No lo sé. Tal vez me estaba precipitando a su respuesta, por eso el miedo y los extraños nervios atravesando mi sistema. Nada podía ser más tinto que sentirse así, tan débil y alterada por alguien más. —La razón... Es difícil de explicar. Ni yo sé la respuesta, creo que eres la culpable. Casi me ahogo con mi propia saliva. Yo no podía ser la culpable de su insomnio. ¡Dios santísimo! Es que no podía creer que estuviera echándome a mí la culpa, encima que lo expresara en ese tono tan... Tampoco sabía la respuesta, esa palabra rebotando en mi mente y renuente a salir de mi boca. Miedo... Nervios... Todo y más, tanto y reduciendome a polvo. —No sé qué decir al respecto. ¿Cómo puedo ser yo la causante de tu insomnio? Además tú duermes como un bebé, ha de ser el trabajo. Por mi parte, es que pienso en el examen en la clase del profesor chiflado. Debo prepararme para sacar un buen puntaje, por eso no logro pegar un ojo en toda la noche. Pero tú, que siempre puedes dormir, es raro... Y no me eches la culpa —añadí sonando nerviosa y trémula. Una risita al otro lado de la línea me contagió también. Parecía tonta sonriendo a la nada, y a él... —Claro, solo bromeo, suerte con el exámen. Si me hubieras dicho, te habría ayudado a estudiar. O.. ¿lo hiciste? —Un poco —mascullé por lo bajo, los estudios no era lo mío. De hecho odiaba estudiar, eso él lo sabía, ¡Dios! No había cosa más aburrida y tediosa que meterse en un libro o hacerse una maraña en la cabeza de tantos números. Era pésima estudiando, pero él tenía razón algunas veces. —Conejita, sabes que quiero verte graduada y toda una profesional. —No empieces. —Ay, Jas, sabes que te quiero. Tragué duro, ese te quiero se fue directo a mi cerebro e interpretado erróneamente, porque ese te quiero se limitaba a uno amistoso, no iba más alla de algos serio. La evidente realidad se llevó la sonrisa de mi rostro y dejó un bufido en su lugar. —¡Lo sé! Siempre me lo dices, pero los estudios no tiene nada que ver, ya te dije que encontraré un empleo en la cafetería. No quiero ir a la universidad y sobre mi c*****r alguien tendrá que obligarme a ir. —hablé determinada. Entonces le di un gran sorbo a la leche y le colgué la llamada. No quería ser grosera pero tampoco exterder una plática que siempre llevaba a lo mismo, y yo no daría mi brazo a torcer. Un poco confundida pero furiosa también, me fui a mi habitación y me metí a la cama. Mañana tendría un día largo, estudiar, presentar ese examen y no estaba dentro de mis planes ir a verlo como solía. De hecho me pasaría por la cafetería del señor matthew para preguntarle sobre el empleo, ojalá tuviera un lugar aún disponible para mí, creo que ya venía siendo hora de trabajar, así me preparaba yo y a mamá para mi realidad. Sé que era algo que tenía que conversar primeramente con ella, Dada las circunstancias no creo que fuera buena idea. Ella siempre estaba de lado de conseguir méritos, alcanzar objetivos. Quizá porque ella misma no lo logro pero eso no tenía porque marcarme a mí. Cerré los ojos, aventandome irremediablemente a un sueño del que desperté toda sudorosa. Ese tipo de sueños extraños y húmedos que te hacen saltar de golpe de la cama y preguntarte por un momento ¿Que habría pasado si todo hubiera sido verdad? Tristemente nada era cierto, estaba sola en la cama, con unas ansias desconocías palpitando en mí, que solo Alexander sabría (no sé por qué pensaba eso) aliviar. Suspiré por tercera vez, bajo la oscuridad de mi habitación. —Ojalá hubiera sido cierto —susurré en la estancia no evidenciando el significado de ese deseo loco. Luego tapé mis labios como si lo hubiera revelado al mundo, pero en realidad solo la luna fue testigo. Esperaba que amaneciera y olvidara eso que empezaba a estremecer, bambolear y cambiar los ejes de mi vida, porque enamorarse de su mejor amigo era el asunto más cliché que podía pasar, sumado al hecho de que me llevaba unos cuantos años y nunca demostró interés en mí, ni antes ni ahora lo había hecho. Ojalá mis intentos por sacarmelo de la cabeza más temprano que tarde, dieran resultados
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