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1558 Palabras
El sol ya se colaba por mi ventana esa mañana que ni siquiera quería levantarme para ir a la secundaria, nada raro viniendo de mí. Siempre odiaba tener que ir a estudiar. La flojera siempre estaba invadiendo mi sistema, porque no era nada asiduo en mí los estudios. Pero ni modo, no tenía más remedio que dejar la comodidad de mi cama e irme a clases. No podía dejar de pensar en ese estúpido examen. —¡Jasmine! ¡Levántate o llegarás tarde! —esa era mi madre dando el apremio desde temprano, ella solía madrugar, no importa cuanto trabajara la noche anterior. Siempre se levantaba con el alba o antes de que este estuviera inhiesto. Bufé, sentada en medio o a orillas de la cama. En serio, no quería ir a ningún lado, siempre una dosis de flojera se inyectaba en mi cuerpo, esta vez una sobredosis. —Mamá, ya voy —devuelta le grité, hastiada desde ya. —¡Date prisa mira que ya tienes muchas faltas este mes! —volvió a exclamar, algo molesta. —¡Lo sé! Pero solo han sido dos días, no exageres. —gruñí. Finalmente, salí de la cama y me dirigí perezosa al baño. Me quité toda la ropa de dormir, aún adormilada. Mis sentidos algo tardíos, siempre tardaban, valga la redundancia, en despertar. Cuando me solté del sueño me encaminé a la ducha y dejé que el agua cayera en mi rostro, ese golpeteo no solo me zarandeó de la somnoliencia tediosa, sino refrescó también y me sentí más animada ese día. Salí envuelta en una toalla caliente y me puse la ropa. De inmediato salí de ahí y me dirigí al tocador. Solía hacerme un peinado alto, casi siempre una coleta alta, se me hacía lindo y cool. Pero esta vez lo batí un poco dejando toda mi melena suelta. Me veía hermosa, el espejo no mentira sobre mi reflejo. —¡Jasmine! —gritó mamá por quinta vez y salí como bala de la habitación. Ya ni quedaba tiempo de comer algo. Ella en medio del pasillo mirándome con cara de pocos amigos, me disculpé con una sonrisita falsa, después me incliné a su mejilla y dejé un sonoro beso en su tez morena. Pude alcanzar a oír su exagerada exhalación. Rodé lo ojos empezando a descender las escalera. —¿Todo bien? —Sabes que sí, mamá. —No, no lo creo, has estado tan sumida, anoche escuché ruidos, ¿Sabes de eso? —lanza de pronto. —No ha sido un ladrón, madre, he sido yo, no podía dormir, es todo —suspiro. —Y eso ¿por qué? —averigua curiosa, yo diría que demasiado, más de lo que me gustaría. —No lo sé —me encogí de hombros. —Tú con insomnio, no me extrañaría después de todo, te la pasas con ese teléfono hasta tarde, que luego no puedes dormir. Eso te deteriora, Jasmine. Sabías que... —¡Voy tarde mamá! —expreso antes de que empiece con su sermón que no he pedido. Es lo malo de tener una mamá enfermera, tiene sus pro y contras. —Claro, sal con la tuya, te salvas por hoy. Sabes que tengo razón. —¡Lo que tú digas! —grité saliendo de casa. Afuera el aire de la mañana golpeteó ligeramente mi rostro, haciendo despeinar varias hebras de mi cabello, y con lo que odiaba que el estúpido viento arruinara mi peinado. No me había hecho nada especial, pero estaba todo revuelto como un nido de pájaros. Cómo si no era suficiente, el aire otra vez golpeteó y esta vez con muchas más fuerzas, haciendo que todo quedara arruinado. A duras penas pude arreglarme el pelo con los dedos y volver a ponerlo en su lugar, ya estaba que echaba humos, cosa tan sencilla o una nimiedad para otros, a mí podía enfurecerme. Un claxon insistió en el toque varias veces. Sabía de quién se trataba, por lo que pasé de largo sin hacer aspavientos, no quería verle la cara, por alguna razón me urgía que se abriera un hoyo en el suelo y este me tragara, es que las cosas ya no eran iguales viéndolo y pensando en él de otra manera. Alexander tenía esa costumbre de pasar por la casa y recogerme, solo así había evitado un montón de retrasos, además estaba el hecho de que anoche yo le había colgado la llamada. En poco tiempo ya estaba a mi par ese fabulosos deportivo, se podía dar el lujo de tené cuántos autos quisiera, era un hombre de negocios, exitoso, que había nacido en cuna de oro, a diferencia de mí que solo tenía a mamá y esta trabajaba duro en el hospital. Pensar en eso me hacía replantearme sobre ir o no la universidad, así es, era una muchacha muy indecisa y de esas que de opinión cambiaba a cada rato. Puede que estaba siendo egoísta al rechazar la oportunidad de logrará grandes cosas que mamá no puedo. Y yo que tenía la chance de lograrlo, quería dejarlo pasar. Me detuve al fin, la ventanilla fue bajada y Alexander sonreía como tonto. Ese rostro que parece haber sido esculpido por los mismísimos dioses me miraba así y yo tragaba duro, todo extraño, sí. —No me digas que vas a quedarte ahí, sube de una vez, conejita. —habló, que me dijera así, tuvo otro efecto dentro de mí. No podía creer que con solo decirme conejita algo dentro de mí se batiera con fuerza, ese era mi corazón completamente fuera de lugar, no sé cómo podría estar normal luego de eso. Actúa normal, actúa normal, decía mi cabeza lanzándome a los brazos de una estabilidad que huía. No se podía estar normal después de ver a ese hombre así, como cualquier otra mujer. —Yo... —¿Te ocurre algo? Te noto rara, dime qué te sucede. —se alarmó. Hice un ademán con las manos restándole importancia. No me iban las explicaciones ahora. Así que me negué y forcé una sonrisa batiendo esa tonta expresión que me hacía quedar como idiota. Ya estaba en el interior de su auto, un deportivo fantástico que no dejaba de presumir hasta en el mínimo detalle. —Buenos días —lo saludé sonando un poco seca, él lo notaría en uno, dos tres... —¿Y mi beso? ¿No vas a darme un beso, Jas? —solto acercando su mejilla. —No, no tengo ganas. —Estoy esperándolo —volvió a decir con apremio. No tuve de otra que inclinarme y darle un beso en la mejilla. Pero la sola presión en su piel despertó ese descomunal aleteo en la boca de mi estómago, instantánea, tan potente y celestial que me sentí en un vuelo sin final. Al tiempo que, me aparté de pronto, algo acelerada y tontamente buscando la forma de ocular esa loca alteración. Quizá no se había dado cuenta de todos modos. —Listo. —No se ha sentido sincero, ¿puedo saber qué te hice para que actúes así? —reanudó la conducción. Dejé la mochila sobre mis piernas y empecé a jugar con el cierre. —Nada. —No eres de esa cortantes, dime, ¿qué es lo que te ocurre? —averiguó algo curioso. Mi corazón era un egoísta, quería guardarse la respuesta, no darla a conocer y estuve de acuerdo con eso. No quería que nadie supiera lo que empezaba a nacer en mi interior. —No, nada me pasa, sucede que tengo examen y aunque estudié, no estoy segura de obtener un buen puntaje en clase de ese gruñón, ya lo conoces, es muy difícil ese viejo. —Ah, es eso, va a salir todo bien. —¿Tú qué sabes? —Ay conejita, ya lo vas a ver. —Ojalá. —¿Quieres salir esta noche? —propuso y se rascó la nuca, según su lenguaje corporal eso aludía cierto nerviosismo, no sé si lo estaba pero a mi parecer eso le pasaba, y Alexander actuando nervioso no era algo que veía a menudo, así que no supe cómo tomarlo. —¿Salir? No lo creo —creía que la mejor forma de escapar de ese sentimiento prohibido funcionaría con la evasión, por eso me negué a ir. —Pero te guste, no, te encanta salir, y nunca me has negado una salida. —S-siempre hay una primera vez para todo —fue mi trillada respuesta, deja solo algo turbado. Más que eso, radicaba en su expresión la absoluta confusión. No era del tipo que recibía plantones, de hecho era él quien por cuestiones de trabajo a veces dejaba plantada a alguna chica, eso le molestaba a muchas, pero yo feliz en ese momento porque así nos veíamos más tarde. Ahora yo le daba el no, y me sentía pésima. —No eres... Olvídalo, no te puedo obligar, pensé que querrías ir, es que en central para harán una venta especial y cosas así, además de cine al aire libre, no sé porque estaba seguro de que irías. No hay problema, puedo decirle a alguien más. —No —la palabra brincó de mis labios, así de loca, como si no quisiera que alguien más fuera con él, la verdad es que no quería que nadie fuera con el que yo.
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