Dimorfismo

I El secreto de la biblioteca El reloj del orfanato Valenwood marcaba las seis de la tarde cuando la joven Amara, con apenas quince años, descubrió su primer secreto. Era el volumen de un libro olvidado en la biblioteca, de paredes altas y estanterías polvorientas, un lugar que las otras huérfanas evitaban, pues decían que el aire allí estaba cargado de tristeza. Para Amara, sin embargo, la biblioteca era un refugio, un espacio donde los susurros de las páginas antiguas le ofrecían un consuelo que nunca había encontrado entre los gritos de las niñas o las reprimendas de las monjas que cuidaban de ellas. Aquel libro, con su cubierta de cuero desgastado y letras doradas casi borradas, parecía esperarla, como si supiera que ella lo encontraría. Aquella tarde, mientras el sol descendía entre las gárgolas del edificio, sus dedos rozaron un libro encuadernado en cuero oscuro, sin título. Al abrirlo, percibió un olor a moho y a algo más profundo, más perturbador. Las primeras páginas estaban escritas en un idioma que no reconocía, pero las ilustraciones eran claras: círculos de invocación, criaturas aladas, y una figura femenina rodeada de llamas. Desde entonces, Amara supo que su destino no era como el de las demás. Cuando lo abrió, un tenue aroma a tiempo olvidado se liberó de sus páginas. Era un diario, aunque no de alguien ordinario, sino de un misterioso viajero que hablaba de mundos lejanos y puertas que solo podían abrirse con palabras específicas. La caligrafía inclinada, escrita con tinta ya descolorida, era difícil de descifrar, pero Amara sintió una conexión inmediata con esas palabras, como si las líneas entretejieran un hilo invisible entre su vida y el autor desconocido. Las primeras páginas hablaban de rituales antiguos, de símbolos que parecían brillar ligeramente bajo la luz del atardecer que se colaba por las ventanas altas. A medida que avanzaba en la lectura, la sensación de que algo o alguien la observaba desde las sombras de la sala se hacía más fuerte. No era un miedo opresivo, sino una extraña mezcla de curiosidad y alerta. En el silencio absoluto de la biblioteca, el único sonido era el latido apresurado de su corazón. Ese día, Amara no solo encontró un libro, sino también una puerta hacia un mundo que cambiaría su vida para siempre. No lo sabía aún, pero esas páginas contenían más que historias: eran un mapa hacia secretos que muchos buscaron, pero solo pocos, como ella, estaban destinados a encontrar. Los años pasaron, y la vida la llevó lejos de aquel orfanato, pero el recuerdo del libro y la promesa de sus secretos se grabaron en su mente. Con esfuerzo, consiguió trabajo como ayudante en una tienda de libros antiguos en el corazón de Londres. Era un lugar sombrío, atendido por un hombre enjuto llamado Mr. Hargrove, cuya voz siempre sonaba como un susurro entre las sombras de los estantes. Amara había conseguido el empleo gracias a su conocimiento en latín y a su habilidad para reparar libros deteriorados, habilidades que había perfeccionado en el orfanato. Fue en esa tienda donde escuchó por primera vez sobre el Códex Tenebris. Un cliente peculiar, vestido con un abrigo de lana raído, había mencionado el nombre en una conversación apenas audible con Mr. Hargrove. La mención del libro despertó algo en Amara: un cosquilleo en la base de su cuello, una conexión innegable con las páginas que había descubierto en su adolescencia. Desde entonces, comenzó a investigar, recopilando información en fragmentos: relatos oscuros sobre un texto que contenía secretos de invocación, poderes antiguos y maldiciones que habían destruido dinastías enteras. Una noche, mientras revisaba una pila de libros que acababan de llegar a la tienda, encontró una página suelta oculta entre las hojas de un tomo inofensivo sobre astronomía. La página estaba amarillenta y rota en los bordes, pero el texto era legible. Reconoció el mismo idioma desconocido del libro del orfanato, y aunque ahora podía descifrar solo algunas palabras, fue suficiente para confirmar que había encontrado una pieza del Códex Tenebris. Amara no perdió tiempo. Esa misma semana, confrontó a Mr. Hargrove en un momento de soledad. —Sé que sabe más de lo que deja entrever. Le dijo con voz firme, aunque sus manos temblaban ligeramente al aferrarse al mostrador de madera. —El Códex Tenebris… dígame cómo encontrarlo. El anciano la miró durante lo que parecieron minutos interminables, sus ojos grises penetrando en los de ella con una mezcla de advertencia y curiosidad. Finalmente, suspiró y sacó un sobre sellado de un cajón bajo el mostrador. —Esto es todo lo que puedo darte. Úsalo sabiamente, o no lo uses en absoluto. Hay cosas en este mundo que deberían permanecer olvidadas. Dentro del sobre, Amara encontró un mapa de la ciudad con un callejón marcado y un nombre escrito con tinta negra: Madame Celeste. Esa noche, Amara se preparó para la visita. El viento helado de Londres soplaba con fuerza mientras caminaba por las calles iluminadas por los faroles. Cada esquina que doblaba parecía llevarla más lejos del mundo que conocía y más cerca de un abismo que, aunque no podía ver, sentía claramente. Al llegar al callejón, la marca del cuervo grabada en el umbral de la puerta confirmó que estaba en el lugar correcto. Tocó siguiendo el patrón descrito en el sobre y esperó, conteniendo la respiración mientras la sensación de ser observada se intensificaba. Cuando la puerta se abrió, y Madame Celeste la recibió con sus ojos acerados, Amara supo que había cruzado un límite. Desde ese momento, no habría vuelta atrás. Había encontrado el libro, pero también había desenterrado secretos que amenazaban con consumirla. Mientras las sombras llenaban la habitación con el susurro de antiguos ecos y la luz de las velas revelaba el nombre de Lilith, Amara no pudo evitar preguntarse si había cometido un error fatal. Cada letra parecía pulsar con una energía propia, como si estuviera viva, y el aire se volvió más denso, cargado de una tensión que le erizaba la piel. Pero algo en su interior, algo profundo y oscuro, le aseguró que este era solo el comienzo. Era una voz suave, casi imperceptible, que no hablaba en palabras, sino en sensaciones, en un impulso visceral que la hacía sentir más viva de lo que jamás había estado. Por un momento, las paredes de la habitación parecieron vibrar, como si respondieran a un llamado inaudible. El susurro de los ecos se transformó en un murmullo, una mezcla de voces que hablaban en un idioma desconocido. Amara se sintió atrapada entre el miedo y la fascinación, incapaz de apartar la mirada de las letras que parecían bailar a la tenue luz. El nombre de Lilith no solo era un símbolo grabado en un libro prohibido; era una llave que abría puertas en su mente, recuerdos que no eran suyos y emociones que no lograba comprender. Era como si algo más antiguo y poderoso que el tiempo mismo la estuviera observando, esperando, midiendo su valía. Amara dio un paso hacia adelante, ignorando el frío que envolvía la habitación como un abrazo helado. Sus dedos temblorosos alcanzaron la página, y al rozarla, un destello cruzó su mente: imágenes de un bosque oscuro, de una figura imponente con ojos ardientes que parecía invocar tormentas con solo un movimiento. El peso de esas visiones la hizo tambalearse, pero no retrocedió. Era consciente de que había cruzado un umbral invisible, uno del que no había retorno. Y mientras su respiración se aceleraba, sintió que la oscuridad a su alrededor no era una amenaza, sino una invitación. Una promesa de que, aunque peligrosa, la verdad que buscaba estaba al alcance de sus manos. Con un último suspiro, Amara susurró el nombre que flotaba en el aire, su voz resonando como un eco que despertaba algo antiguo y latente.