Te amo (Historia corta)
-... de verdad te lo digo. Te amo. Conocerte fue sin dudas la cosa más bonita que me pasó en la vida. Al inicio confundía lo que siento con admiración, o no sé, pero ahora me di cuenta de que lo que siento es más grande. Mucho más grande.
Me estaba revelando ella, la mujer de la que me había enamorado a primera vista cuando la contraté para mi empresa de turismo, hace ya cuatro años. Parecía que quería seguir hablando, y yo también lo quería. Sus palabras eran como música para mis oídos, endulzando mi vida amarga. Pero mi ansiedad se activó de inmediato en cuanto se detuvo.
> me quejé interiormente al darme cuenta de que se debía a que se estaba sobre aireando. Ella pareció notar la desesperación en mi rostro, porque de inmediato, con agitación y todo, se apresuró a terminar:
-... Enserio... Te amo, y sabes que no miento, David.
Y yo me retorcí del gusto en mi asiento. Llevaba años esperando esto. No podía esperar menos de mi.
Sus perfectos ojos color avellana en los que tantas veces me había perdido durante largos ratos, por fin me miraban como yo quería, con ese destello de amor sincero con el que soñaba hace tiempo. Su sonrisa, esa que hacía que se le marcará un sólo hoyuelo en la mejilla izquierda, esa misma que mi mente había recreado tantas veces para aliviar mis pozos depresivos acompañaba cien por ciento a sus palabras reveladoras que tanto me descontrolaban.
Todo parecía tan real... pero en el fondo yo sabía que no era así. Ella sólo lo decía para asegurar su bienestar.
-Mientes -suspiré sintiendo cómo la angustia estallaba en mi pecho y en mi garganta.
Enseguida la furia también se hizo presente en mí. Apagué la cámara con la que la estaba grabando y en un impulso que no pude controlar, la arrojé contra la pared. La oscuridad no me dejo ver, pero por el ruido que hizo no tuve ni que pensarlo dos veces para darme cuenta de que ahora estaba rota.
Sin que pudiera controlarme, me levanté de mi silla violentamente. Escuché la madera estrellándose contra el piso de cemento, pero en su momento ni siquiera le presté atención. Cualquier ruido, por más intenso que fuera, sólo llegaba a ser un susurro a comparación de los mil y un pensamientos que me bloqueaban mentalmente.
-David -me llamó ella, de inmediato.
En su rostro, iluminado por la tenue luz amarillenta de la vela que yo mismo me había encargado de dejar entre nosotros, se notaba el miedo. Estoy seguro de que si fuera por ella, de habría ido, pero la situación no estaba en sus manos, sino en las mías.
-¿Por qué me miras así, Cass? Yo nunca vi a una enamorada ver a su amado como si fuera un espíritu -le interrogué en cuanto vi que su piel morena ahora estaba pálida como la de un zombi. Sus ojos, tan saltones que me hicieron recordar las ardillas del bosque, me observaban con un horror tan exagerado como en una de esas películas de terror de bajo presupuesto.
Ella quiso contestar, pero los nervios no la dejaron. Sus labios temblaron y yo me cansé de esperarla. Simplemente no podía seguir con esto.
Le dí la espalda y fui hasta la estantería del rincón, en la que tenía mi mochila.
-N-no, por favor -rogó ella con un hilo de voz. De seguro ya se veía venir lo que iba a hacer con ella.
De inmediato escuché los repiqueteos de la silla, el metal de patas raspándose contra el piso causando un escándalo de chillidos.
-¡Basta! -le ordené molesto. El ruido me estaba haciendo perder la cabeza
-David, es que ya no quiero estar aquí -me hizo saber, con un tono tan quebrado que podría haber convencido a Hitler de dejar en paz a los judíos. Sí... A Hitler, pero a mí no-. ¡Me quiero ir de aquí!
Volvió a gritar al ver que yo ni siquiera estaba viéndola. El escándalo de ruidos volvió a a****r, y yo, con mucho esfuerzo, pude mantener la calma.
> me había dicho Omar, el señor de la ferretería, y no mintió. Yo mismo puede comprobar la veracidad de eso. Sino fuera así, Cass ya se habría zafado.
Volviendo a lo mío, abrí el bolsillo pequeño de mi mochila, ese en el que sólo guardaba las cosas más importantes.
-¡Por favor, no! -siguió suplicando Cass a mis espaldas-. Si quieres puedo volver a intentarlo. Estoy seguro de que puedes arreglar la cámara, y cuando lo hagas, te prometo que está vez me va a salir mejor.
-¿Mejor que las siete tomas anteriores?
Metí mi mano en la mochila y tanteé a ciegas hasta que sentí un metal frío chocando contra las yemas de mis dedos. Lo agarré mejor y al empuñarlo bien sentí una corriente eléctrica. La sensación de poder que me daba tener un revolver en la mano era inalcanzable. Incluso más grande que tener a mi secretaria secuestrada en mi sótano.
-Ajá.
-Yo sé que haces lo mejor que puedes -dije suavemente mientras volvía a acercarme a ella.
Cass sólo se limitaba a mirarme como un condenado espera la sentencia del jurado en un tribunal. No me gustaba verla así, por lo que en cuanto la distancia entre ambos fue lo suficientemente corta, quise calmarla de alguna forma. Con la mano libre le acaricié la mejilla con delicadeza. Yo sé que parece una estupidez, pero es lo primero que se me ocurrió. Me urgía dejar de verla sufrir tanto.
-Tú no me amas. Incluso hasta me tienes miedo
De inmediato ella levantó la cabeza hacía mí y me miró con una cara de >. Pero yo ya sabía que eso era parte de su actuación.
-Lo sé. No tienes por qué mentirme -la solté y no puedo negar que sentí un vacío en cuanto dejé de sentir su piel en mis dedos, pero si seguía haciéndolo sólo iba a atrasar lo inevitable. Saqué el revólver de detrás de mi espalda y apunté directamente a su rostro, que volvió a palidecer. La mano me tembló al inicio, pero luego de un segundo pude controlarme-. Estuve pensando y creo que es muy cruel tenerte aquí secuestrada.
-Pero...
-¡Ya mañana van a ser catorce días! ¡Dos semanas secuestrada! Por eso decidí...
-N-N-No... Por favor no lo hagas, David. ¡No lo hagas! Sé que debes estar muy enojado conmigo, y todo el estrés debe tenerte confundido, pero quiero que sepas que no estás so...
>
Jalé el gatillo y la detonación no tardó en aturdirme. Sentí unas gotas salpicándome el rostro y mi remera. Exactamente lo mismo pasó con las paredes y el suelo del sótano. Miré mejor el cuerpo inmóvil de Cass y cuando comprobé que tenía el orificio de la bala entre la nariz y el ojo, suspiré:
-Si sólo hubieras aceptado salir conmigo cuando te lo pedí, Cass...