—Alejandro —me saluda Sylvana con emoción desde lo alto de las escaleras—. Bienvenido —me da un beso en la mejilla y se sonríe.
—Lo prometido es deuda —le contesto con la misma emoción—, como me dijeron que si venía me darían unos de esos exquisitos pasteles que se preparan en esta casa, aquí estoy.
—Ya sabía que esta visita era un tanto extraña —contesta en broma.
—¿Cómo has estado? Disculpa lo desaparecido que he estado, el trabajo no me ha dado tiempo para nada —le digo mirándola a los ojos.
Sylvana es una Italiana con descendencia alemana, y como tal hace gala de un rostro perfecto y unos espectaculares ojos azules que reflejan el color del mar. El color de su cabello castaño claro acentúa la tonalidad del color de la piel de su rostro. A sus cincuenta y siete años se conserva bastante, tanto que da la impresión de aparentar menor edad.
—Todo bien, aquí en casa al pendiente de algunas actividades y apoyando a Manuel en otras tantas —responde en su pausado y dulce tono de voz.
Ella es del tipo de persona que siempre tiene una palabra bonita y positiva para todo el que tiene la dicha de estar cerca. Puedo decir que soy una de esas tantas pocas personas afortunadas. Ella y Manuel pasaron a sustituir a Bianca. Manuel siempre ha estado allí, desde que tengo uso de razón, aún desde el tiempo en el que mi padre vivía; luego se convirtió en ese apoyo necesario para sacar adelante mis empresas.
Mi madre no daba crédito a que yo pudiera mantener a flote al grupo financiero que en sus inicios era solo una pequeña empresa. En esa época, apenas recién graduado de la Universidad, me apoyé de Manuel, pues como abogado de la familia y único hombre mayor en el que confiaba —ya mi padre había fallecido—, recurrí a él solo con la intención de que me orientara sobre esos aspectos tediosos, pero tan necesarios para comenzar a operar mi empresa sin problemas legales que pudieran entorpecer mis proyecciones. De tanto que lo buscaba terminó convirtiéndose en mi abogado de confianza y hasta el día de hoy en una especie de padre y un amigo.
Sylvana y Manuel son ese hombro en el que he reposado el cansancio de los días, y casi al día siguiente de haber regresado de Venezuela destruido por haber comprendido el daño que no sólo le hice a Camelia sino a mi mismo, ellos estuvieron a diario al pendiente de cómo estaba. Conocí en realidad lo que es caer en depresión, pero no de la típica depresión que todos conocen, esa que te tumba en una cama por días, meses y hasta años con sus efectos colaterales. No, en mi caso fue todo lo contrario, me sumergí de forma tal en el trabajo que hasta terminé por asumir las empresas que mi padre me había heredado y que por rebeldía no quise tomar en cuenta cuando Bianca estaba viva. Incluso, pudiendo volver a mis andanzas no lo hice. No le sentía el mismo gusto a pensar estar a diario con diferentes mujeres.
Intenté volver a Venezuela, tal como se lo había prometido a Alessia. No tuve fuerzas, sabía que de hacerlo terminaría buscando a Camelia, insistiéndole en que me perdonara por mi error, pero no. No tuve el suficiente valor para enfrentarme a una negativa de su parte.
No soy de los que se conforma con un simple no. En mi profesión me acostumbre a ser insistente, eso me sirvió para ganar grades contrato con empresas financieras y así darme a conocer en mi medio. Bueno, lo mismo he aplicado con algunas mujeres que al principio se muestran negadas a acceder a caer en mis manos, y al final, empleando las palabras correctas y en el momento indicado terminaba de lograr mi cometido.
Como soy tan insistente y conociendo a Camelia y lo ofendida que estaba, deseché la idea de volver a su país, y así Alessia comenzó a viajar mensualmente a Italia, e incluso en fines de semana.
Opté por no preguntar por Camelia. Sentía que mientras menos hablara de ella, y si tampoco la veía todo pasaría y volvería a ser el Alejandro de siempre. Pensaba que esto de aburrirme el estar detrás de una y otra mujer sería pasajero. Han pasado tres años y sigo igual, metido de cabeza en las empresas, asistiendo esporádicamente a eventos sociales con Alessia y hasta la misma Sylvana y Manuel.
—Definitivamente que Manuel se casó con la mujer perfecta —le digo saboreando un red velvet que puso en un pequeño plato en frente de mí mientras la esperaba sentado frente a la mesa de campo que tienen en el jardín de su casa.
—Adulador —me contesta en seguida—, si no fueras tan desordenado tuvieras a una mujer hasta mejor que yo. En el pasado te vi en algunos eventos con buenas chicas, de familias bien posicionadas, entre ellas tenías para escoger a la buena mujer que a través de este postre anhelas tener.
—¿Quién te dijo que ahora quiero o como dices anhelo una buena mujer? —le pregunto frunciendo el ceño—, si no la quise en mis tiempos de Bianca y en estos últimos tres años ¿crees que esté deseándola ahora?
—Tal vez no a una mujer sin rostro —responde observándome de frente con los ojos entrecerrados—, pero sí a una con nombre y apellido.
—Eh, cambiando de tema —le digo bruscamente. Ya sabia las intenciones de esta conversación—, ¿Qué has pensado para la recepción e Alessia?
—Bueno —responde sonriente al ver como evadí el tema—, tengo pesando hacer una especie buffet, pero con comidas tipo chatarra, de esas que les gusta a los adolescentes. Supongo que ella no tiene amigos en el país; por lo que los pocos invitados seremos adultos, pero no por eso vamos a someterla a la tortura de comidas extremadamente saludables…
Y así nos sumergimos en una conversación que duró alrededor de dos horas sobre las ideas que ella tenía anotadas en una libreta que me mostró. Solo cuando Manuel apareció cambiamos de tema. Aunque deseo hacerle este pequeño homenaje a mi hija, estos temas de arreglos, dulces, música, y entre otras cosas me aburren. En mis tiempos de recepciones familiares la que se encargaba de esas cosas era Bianca. Ella disfrutaba armar fiestas, cocteles, eventos de caridad, entre otro alboroto que fuera bueno para lograr presentarme a la futura esposa que nunca llegó.
—La única forma en la que vengas —me dice Manuel al tiempo que me señala el plato vacío con migas de red velvet—, ni a mi me reciben con tanta buena sorpresa.
—Exagerado —lo desmiente Sylvana—, siempre te recibo con algo; ahora que por tu edad ya no te ofrezco tantos dulces es otra cosa —se pone de pie, se acerca a saludarlo y luego voltea a verme0ù, ya regreso, les traeré un café.
—Gracias —le dije haciendo un gesto con al cabeza.
Solo hasta que Sylvana se perdió en el interior de la casa fue que Manuel se acercó a mí para darme dos palmadas en el hombro y luego tomó asiento al frente de mí en la una de las sillas vacáis alrededor de la mesa.
—¿Cómo has estado estos días? —me pregunta con su tono paternal.
—Bastante ocupado, pero bien —contesto sonriente recostándome en la silla.
—Sylvana me contó que está haciendo los preparativos para el cumpleaños de Alessia, ¿dónde será la recepción? —me pregunta.
—Voy a hacerla en una de mis casas de playa, aun no decido cuál, ya la misma Sylvana te informará.
—¿Vendrá Camelia? —de pronto lanza al aire la interrogante que, aunque muy en lo interno me había planteado, no quise si quiera darle firmeza al pronunciarla en mi cabeza.
Guardé silencio por un momento. Por todo el tiempo que tengo sin saber de ella, ni siquiera saber cómo ha estado y que ha sido de su vida, no había querido pensarla. Ha sido más fácil fingir que no la recuerdo que aceptar que siempre ha estado allí en mi subconsciente clavándome el puñal por haberla lastimado como lo hice.
—La verdad, no sé. No había pensado en eso —le miento a viva voz, no para darle a entender que no me importa sino más bien para convencerme de que Camelia está fuera de mi vida desde esa noche que salí de su apartamento, y así debe ser.
—Como la madre de Alessia, es lógico que esté en su cumpleaños, no creo que hayas pasado por alto un detalle tan importante como ese —me dice observándome fijamente—, la verdad no te creo eso de que no hayas considerado la asistencia de Camelia.
—No Manuel —con firmeza confirmo—, tengo tantas cosas en las cuales pensar que he tenido tiempo de pensar en eso que tú llamas detalle; esos detalles pasan desapercibido frente al montón de contratos y estados financieros que debo revisar a diario —Suspiro—, ¡Qué voy a estar pensando en si Camelia Irá o no a la recepción! —exclamo.
—Bueno como tu amigo y abogado te informo que dado que ustedes no quisieron llevar esto hasta un Juzgado familiar, lo ideal sería que la niña pase su cumpleaños con uno de los dos, por ley debería tocarte a ti ya que Camelia ha estado en estos… —guarda silencio y levanta la vista al cielo—, ¿cuántos? ¿die años?
—Doce, Manuel —contesto.
—Bueno el hecho es que Camelia va a protestar porque pese a saber que tienes el derecho, ella ha estado en esas fechas con la niña, y es obvio que este año quiera pasarlo con ella. En ese caso, tal vez hasta planes similares a los que estas organizando tenga. Te sugiero que te pongas en contacto con ella para que luego uno de los dos no se quede con el pastel, el buffet y los invitados en el salón esperando a la cumpleañera.
—De verdad sí que eres bueno para dañarle los planes a uno —le digo reconociendo mentalmente cuánta razón tiene en esto.
—¿Ya le comentaste a Alessia? —me inquiere.
—No lo creí necesario, pues como es un fin de semana y ella suele estar conmigo en esos días quise darle una sorpresa 1afirmo.
—Que vida la tuya, recuerda que la niña se rige también por su madre, vuelvo y te repito ¿qué sabes tú si ellas ya tienen algún otro plan? Llama a Camelia —me insiste Manuel.
—¿Para qué va a llamar a Camelia? —escucho la voz de Sylvana justo cuando Manuel formuló la interrogante.
—Porque siendo digno hijo de Bianca, ya hizo planes con Alessia sin saber si Camelia ya tiene algún otro organizado para la celebración del cumpleaños de la hija de ambos —comenta con pedantería.
—La verdad Manuel tiene razón —lo apoya Sylvana—, mejor antes de ponerme a contratar los servicios que sean necesario y escoger postres y todo lo necesario confirma que por lo menso Alessia esté disponible ese día.
—La llamaré al llegar a casa —prometo.
Aceptando que ambos tienen razón, no volví a tocar el tema con ellos. Buscando evadir a Camelia como tema de conversación, aproveché para contarle a Manuel sobre otra empresa que estoy a punto de comprar para sumarla al grupo financiero. Como se trata de una firma de abogados especializada en el tema financiero con presencia en cinco países europeos, fue el tema perfecto para desechar por completo a Camelia de nuestra conversación.
Duré dos horas más allí con ellos, hasta que dio la noche. Insistieron que me quedara a cenar con ellos, me negué, quise llegar a cas a una tal que me pudiera dar tiempo de llamar a Alessia y no distraerla de sus actividades escolares. Aunque es de noche acá, en su país está entrando la tarde, lo cual es el momento indicado para lograr comunicarme con ella sin mayor problema.
—Mañana te llamo para darte la respuesta, llamo a Alessia al llegar a casa, e incluso acuerdo con ella el día de la recepción.
—Perfecto, espero tu llamada. Cuidado pro ahí —me dice Sylvana abrazándome y dándome un beso de despedida.
—Yo tú llamaría directo a Camelia, recuerda que la niña no se manda sola, así como tú tampoco lo hacías a esa edad —me dice Manuel con sarcasmo—, tal vez así logren llegar a un acuerdo y salvar la relación de padres de Alessia.
—¡Cómo si fuera fácil! —le contesto y arranco mi automóvil.