PREFACIO:CONEXIÓN.
La cadena más famosa y exclusiva de burdeles se fundó alrededor de los años 20, en Londres, y rápidamente se expandió por todo el mundo. Era un paraíso oscuro creado para la élite, los hombres poderosos; políticos, presidentes, empresarios, millonarios y mafiosos. Era un lugar repleto de sensualidad y erotismo, de brillantes destellos dorados en los cuerpos de las mujeres más hermosas. Body Shop era un lugar donde las fantasías cobraban vida de la mano de cuerpos perfectos, un espacio dedicado al deseo de los hombres y la exposición más prohibida de las mujeres.
Body Shop era la cúspide del erotismo. Un lugar prohibido para los hombres rectos y un hogar para las chicas sin salida... Chicas como yo.
Hacerse de la suerte... O nacer siendo suertuda. Solo hay de dos. Excepto por... Crecer sin una pizca de gloria divina.
Con ojos anegados de lágrimas, miré mi reflejo en el espejo del baño...
Yo, con el uniforme de la escuela lleno de manchas de polvo y suciedad; aun cuando esa mañana había salido de casa luciendo impecable...
Yo, con el cabello color salmón hecho un desastre y repleto de hojas secas, aun cuando apenas me lo había teñido el día anterior; y todo porque estúpidamente pensé que sí me teñía el cabello de un color llamativo, mi hermana podría encontrarme rápido entre los demás graduados y verme primera vez en mi vida, mirarme solo a mí, ver los tonos rojizos y naranjas en mi cabello...
Yo, con los labios resecos y partidos, a pesar del brillo labial que había elegido para ese importante día...
Y finalmente, yo, parada frente a un espejo roto en un sucio baño, mirando las letras escritas con lápiz labial, que decían:
¿Buscas servicios baratos? ¡He aquí a Lizzy, fácil y económica! ¡¡Su hermana y ella se ofertan para tríos!! ¡Cógetela y gana una ETS!
Un sollozo quedo escapó de entre mis labios, y risas estruendosas respondieron desde el otro lado de la puerta del baño.
—¿Estás llorando, Lizy? —se burló una voz de chica—. ¿Acaso dijimos mentiras? ¿No es tu hermana una consumada zorra profesional? ¡Anda, dinos si al menos te enseñó a hacer una buena mamada!
¿Mi hermana? Medio sonreí. Ella había desaparecido hacía más de una semana. Había desaparecido después de robarle una fuerte cantidad de drogas y dinero al burdel donde trabajaba por las noches.
—Yo... yo no soy cómo ella.
Las oí estallar en carcajadas.
—¿Qué estupidez dices? ¡Eres la hermana de una prostituta! Estás condenada a ser cómo ella. Porqué, aunque tu hermana se vendiera solo para hombres ricos, eso no la hace menos zorra...
—¡Basta! —grité, impulsada por la ira—. ¡No hables así de ella! ¡Tú no la conoces! ¡Tú no sabes nada de mi hermana! ¡Tú eres la verdadera zorra...!
Hubo un momento de silencio. Y justo cuando creí que se habían ido, todas entraron en tropel al baño. Mis ojos asustados cayeron en la chica de en medio; era bonita y alta.
Deniss torció los labios al verme.
—¿Qué con ese repentino valor, Lizzy?
Me replegué contra la pared.
—No sabes nada de mi hermana, así que no vuelvas a ofenderla.
Pensé que me abofetearía, pero solo una esquina de su boca se curvó.
—Bien, Elizabeth, dime quien es tu hermana realmente —me retó al tiempo que se acercaba a mí con los brazos cruzados sobre el pecho—. ¿Tú la conoces? ¿De verdad sabes quién es ella? ¡Bien! Entonces dino porqué escapó y ahora está siendo buscada por la policía.
No le respondí. Pero por dentro también me pregunté la razón: ¿Por qué se había ido sin mí? ¿Por qué me había dejado? ¿Por qué simplemente no había vuelto a casa, como siempre?
—Dicen que le robó una importante suma de dinero a los dueños de ese sucio lugar. Dicen que es una zombie adicta a las drogas. ¿Y sabes que más dicen de ella? —inquirió hablando entre dientes a un palmo de mi cara y me sujetó del rostro con su delgada mano.
Sentí como sus uñas acrílicas se clavaban en mis mejillas. Apreté los labios. Sentí el sabor salado de mis lágrimas en la lengua.
—¿Sabes qué dice todo el mundo de ella? Dicen que no dejaba de decirle a todo mundo el gran estorbo que era su hermanita menor en su vida. Ella te odiaba, y no es para menos. Gracias a ti tuvo que convertirse en una mujerzuela. Tu eres la razón por la que se vendía como un trozo de carne para todos esos sucios hombres.
Por alguna razón, eso se sintió cómo el golpe definitivo. Dentro de mi pecho mi corazón se contrajo de dolor.
Sin mi hermana, totalmente sola, llena de deudas ajenas, siendo amenazada noche y día por los dueños de ese lugar para que les pagará lo que ella les había robado... Y con un futuro incierto... ¿Qué haría con mi vida?
¿Qué había para mí ahora que estaba sola?
—A todo esto —continuó ella—. ¡Felicidades! ¡Feliz cumpleaños 18, y feliz graduación!
A continuación, me soltó y le arrancó de las manos un ramo de rosas a una de sus amigas y me lo arrojó a los brazos. Las espinas de los tallos me desgarraron la piel hasta hacerme sangrar, pero no me quejé.
—Oficialmente, ya eres una adulta, Lizzy. Diría que espero verte en la universidad, pero sé que eso no pasara. Probablemente te vea pronto barriendo el suelo donde piso. ¡O mejor..! Haz lo que tu hermana y disfruta de la compañía de los hombres.
Me observó con burla.
—Con suerte, alguno de ellos se fijará en ti y te convertirá en su zorra exclusiva.
Se río una última vez y mientras salía del baño junto a sus amigas, yo bajé la vista y miré el ramo de rosas en mis brazos. Medité sus últimas palabras.
Y no las creí posibles.
Los clientes de mi hermana solían ser ciertamente muy ricos, pero muchos de ellos pertenecían a la mafia. Además, ella era bonita y de atractivo cuerpo, por eso solo aceptaba a hombres iguales a ella. Por otro lado, yo...yo...
Me aferré al ramo de rosas, a pesar de dolor de sus espinas.
No. Definitivamente no pasaría.
Pero más tarde, de hecho, pocos días después, pasaría. Uno de esos millonarios y peligrosos hombres se fijaría en mí a tal grado que me llevaría a vivir con él cómo un juguete, dispuesto y diseñado para su exclusiva diversión.
Y yo aceptaría. Lo haría por mi hermana.
Cuando decidí entrar a la guarida de las bestias, jamás creí que en el interior luciría así. Dentro de la oficina del dueño, había muchas mujeres en ropa interior de lencería, cuyos ojos maquillados se asomaban a través de un antifaz color rojo brillante.
Aparté la mirada cuando dos de ellas comenzaron a besarse apasionadamente sobre las piernas de un hombre en traje n***o. A pesar de que las luces eran bajas, la habitación y todas las cosas que pasaban dentro, eran muy claras y nítidas para mí.
—Una estudiante no debería estar aquí.
El tono de voz del hombre fue firme. No parecía importarle en lo más mínimo el hecho de que yo estuviera allí mientras tenía compañía e intimidad.
—Ya terminé mis estudios —le respondí sin atreverme a mirarlo.
—¿En verdad? —se oía a leguas que dudaba de mi palabra.
No lo pensé mucho. Saqué mi certificado y lo puse sobre la mesa entre ambos. El hombre le dio un breve vistazo, luego asintió.
—Ya veo... Eres una chica inteligente.
No reaccioné a su halago.
—Entonces, ¿qué haces aquí?
Él ya sabía el porqué estaba ahí. Seguramente me había estado esperando.
—No he podido conseguir empleo. La dueña del departamento me ha echado a la calle porque no pude pagar la renta a tiempo. ¡Y ustedes... ustedes no han dejado de acosarme, presionarme, amenazarme...!
Lo había pensado por días, incluso después de ser humillada por la casera antes de mandarme a dormir a los parques. Había pensado mucho en ello e intenté resistir, pero no pude hacer mucho. Estaba acorralada.
—Tampoco puedo irme y empezar en otro lado, porque ustedes me vigilan y no me permiten alejarme.
—Quién nos pagará sí huyes, ¿eh? —inquirió, mirando el cigarro entre sus dedos—. Tu estúpida hermana huyó con una fuerte cantidad de dinero y mercancía. Recuerda que esa deuda ahora es tuya, mocosa.
Eso ya me había quedado muy claro. También me había quedado claro que yo jamás podría reunir de golpe la cantidad que mi hermana había robado, y eso lo sabían muy bien mis deudores. Por eso estaba allí, ellos me habían ofrecido el denigrante empleo de prostituta; un trabajo que me haría ganar esa cantidad en pocos años.
—Les pagaré. Haré lo que pidan para ganar ese dinero.
Una de las mujeres sobre él clavó sus ojos en mí con evidente sorpresa al tiempo que el hombre arqueaba una ceja, analizándome de pies a cabeza.
—Es verdad que eres linda, pero careces de curvas y pecho —declaro y yo me removí con incomodidad—. Aunque, no es del todo malo, a muchos hombres les gusta la apariencia frágil de chicas cómo tú. Les gusta la sensación de que pueden quebrarse durante el acto.
Trague saliva, algo asustada. Yo nunca había estado con nadie, nunca había rebasado la línea entre besos y manoseos. Y ni hablar del sexo.
Él pareció ver mi inquietud, ya que inquirió con curiosidad:
—¿Tienes experiencia? Aquí debes saber lo qué haces, pero sí no la tienes, hay muchos hombres que...
Mentí. No quería vender mi virginidad a algún depravado.
—La tengo. Pero antes de aceptar, también tengo una condición.
Su mirada se volvió mucho más aguda.
—¿Condiciones?
—A ambas partes nos conviene que liquide esa deuda pronto, por eso estoy aquí, ¿verdad?
No respondió. Y yo seguí antes de perder mi escaso valor.
—Y sí me niego a hacer esto, seguramente ustedes tendrán que esperar algunos años para que yo pague, ¿verdad?
Las dos mujeres dejaron de manosear a su jefe para mirarme con detenimiento. Los glamurosos ojos tras los antifaces expresaban su perplejidad. Seguro creían que había enloquecido, y tal fuera cierto. Tal vez la desesperación me había desconectado los cables.
—¿Cuál es tu punto? —escupió el hombre con irritación.
Solicitarle algo así al dueño de un burdel podría parecer una excentricidad, pero yo no podía aceptar menos.
—Quiero que se respete mi decisión de no tener sexo hasta que yo lo decida —le solté atropelladamente—. No quiero acostarme con nadie hasta que esté lista.
Posteriormente, hubo un estallido de risas descontroladas.
—¿Qué clase de absurda tontería es esa? —inquirió el hombre cuando terminó de burlarse.
Agaché la cabeza para no ver cómo una de las mujeres le bajaba el cierre del pantalón. Necesitaba salir de allí cuanto antes.
—Hasta ahora yo no soy cómo mi hermana, yo no soy una prostituta. Pero sé que, por un tiempo, mientras saldo la deuda que ella dejó con ustedes, debo convertirme en una. Así que... así que al menos espero que me permitan acoplarme primero.
Hubo otra ronda de sonoras carcajadas, sin embargo, cuando cesaron, mi condición fue aceptada, aunque a regañadientes.
—Tendrás una semana para acoplarte, no más.
Apenas terminó de decirlo me puse en pie, lista para marcharme.
—Espera, Elizabeth