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En la mira del mafioso

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multimillonario
HE
maldición
poderoso
valiente
mafia
drama
bisexual
crush de la infancia
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intro-logo
Descripción

Mishel es un exlíder de una triada china que fue desterrado tras cometer el peor de los crímenes, y obligado a estar lejos de su hija recién nacida y del amor de su vida, Miko.

Tras muchos años, su hija, que se escapó de casa, aparece frente a él, trayendo consigo el viejo amor de Miko desde las cenizas, y poniéndolo de nuevo en la mira de las mafias de la ciudad.

Ahora, Mishel deberá decidir si seguir con su vida tranquila o retomar su pasado como ase.sino para salvar a los que ama.

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Capítulo 0: Conmigo o con nadie
Lamentablemente, Miko a veces no escuchaba consejos. Esa mañana, al despertar y ver la hora en su celular, se dio cuenta de que tenía una llamada perdida de Shun, y en ese mismo instante una nueva llamada entró. Arrugó la cara y lo ignoró. Un par de segundos después, llegó un mensaje de texto: «¿Por qué no contestas? Sé que estás en tu casa». Resopló y arrugó la cara. Estuvo tentada a mirar por la ventana, pero se negó. Chascó con la lengua y le respondió: «No quiero hablar contigo, déjame en paz». Tiró el celular a un lado y fue a arreglarse para ir al trabajo. Se bañó y vistió y, al volver a tomar el móvil, encontró un nuevo mensaje de hacía minutos atrás. «¿Es porque ahora estás de buenas con el maldito Suoh? Por favor… no me vas a decir que te vas a dejar llevar por él, Miko. No olvides lo que te hizo». Ella fue hacia la cocina para prepararse el desayuno y, mientras sacaba algunas cosas de la nevera, le respondió: «¿No te has puesto a pesar que has estado metiendo mucho la pata últimamente? No siempre todo es culpa de los demás, Shun. Por favor, déjame tranquila por un tiempo. Necesito espacio para pensar».   No recibió más mensajes después de enviar ese, y se fue tranquila a trabajar. Sin embargo, el hecho de no hacer caso a un buen consejo de vez en cuando, estaba por pasarle factura.   Ese día en el trabajo fue normal, y partió a casa a eso de las seis de la tarde, llegando allá una media hora después, pues el transporte público estaba bastante concurrido. Al estar frente a su hogar, se dio cuenta de que algo no iba bien, pues la reja estaba entreabierta, y ella la dejó cerrada por la mañana. Eso la extrañó, pero decidió dejarlo estar. Pasó por el pequeño jardín delantero y abrió con su llave; sin embargo, nada la preparó para lo que encontró dentro al encender las luces. Lo primero fue que había un desorden: los muebles estaban tirados y movidos, los adornos y portarretratos que solía tener en la pared, ahora yacían quebrados en el suelo, desparramados por todas partes, así como un montón de flores blancas; no obstante, lo que llamó poderosamente su atención fue un descubrimiento grotesco… El ca.dáver de un perro pequeño, destrozado, yacía sobre su mesa de centro, con un cuchillo clavado al centro, y del que colgaba un papel blanco. Se acercó y lo tomó de un tirón, tenía una nota escrita a máquina: «¿De verdad crees que puedes hacer lo que quieras? Piensa bien antes de rechazarme». Un frío glacial entró desde sus pies, y el susto la hizo retroceder hasta que su espalda pegó contra la pared. Tiró su bolso a un lado, sacó el teléfono, y marcó el primer número que se le vino a la mente, sin poder dejar de ver, con los ojos bien abiertos, el cuerpo del pequeño y blanco peludo, que de seguro tuvo que sufrir mucho antes de su partida. • • • En Tokio, fue un día normal para las tres personas que se encontraban en el departamento del último piso de aquel lujoso edificio. Tras una buena cena, y mientras Erika y Damiano lavaban la loza, Mishel, dueño de casa, tomó su celular para revisar un par de correos que llegaron mientras comía, y que tenían que ver con el proyecto de Paraíso Eterno, y su participación en la filmación, que esperaba para las vacaciones de verano. Estando en eso, el celular de su hija, Erika, que tenía al frente, empezó a sonar. —Mishel, ¿puedes ver de quién se trata, por favor? —cuestionó la muchacha desde la cocina. —Claro. Él se echó hacia adelante en el sofá y lo tomó entre manos. —Es tu madre. —¿Puedes contestar por mí, por favor? Casi termino, pero no quiero que se pierda la llamada. El varón asintió con la cabeza y se dispuso a contestar, pero, cuando iba a hacerlo, la llamada se cortó. —Oh… se cortó, esto es raro —masculló. Pero, al instante, fue su teléfono el que empezó a repicar y, al ver el identificador, ver el nombre de Miko allí, sintió que algo no andaba bien. Deslizó el dedo y respondió: —¿Qué sucede? —preguntó con seriedad. —Mishel… Mishel… traté de llamar a Erika, pero… Su voz resonó con desespero en sus oídos, y la preocupación se transformó en alerta para el pelinegro. —¿Qué pasa? —preguntó de nuevo—. Erika está lavando los platos, pero, ¿por qué tu voz se escucha así? Al oír eso desde la cocina, Erika se quedó viendo el sillón en el que su padre permanecía sentado, y le entró un mal presentimiento, por lo que fue al costado, se secó las manos y caminó hacia él en la sala de estar. —Mishel, alguien… él entró a mi casa. Un pálpito duro hizo palidecer al pelinegro, y Miko continuó: —Y todo es un desastre… las cosas están rotas y tiradas y… hay un perro muerto con un cuchillo enterrado y… una nota. Su respiración era fuerte y entrecortada; le faltaba el aire, y Mishel se dio cuenta de que jadeaba y lloraba. Después de hablar, solo fue capaz de escuchar su llanto y sus jadeos temerosos y desesperados. —¿Estás sola? —preguntó él. —Sí… y no sé qué hacer —gimoteó—. ¿Debería llamar a la policía? Mishel se mojó los labios y enseguida trazó un camino. —Escucha, debes calmarte, ¿sí? —dijo con absoluta serenidad—. Llama a la policía y trata de respirar. Voy a ir a apoyarte, ¿escuchaste? Pero deja de llorar, todo estará bien. Erika abrió los ojos de par en par y dio un paso al frente al oír eso, abrió la boca, mas no salió de ahí ni una sola palabra. Curioso, Damiano se detuvo a su lado, observando también al dueño de casa, que se veía demasiado serio. —Yo… está bien, haré eso… Su llanto se extendió más y más y, sabiendo que no podía hacer nada, ni siquiera marcar un número, Mishel colgó la llamada y chascó con la lengua. —Mishel, ¿qué…? Él estiró la mano y extendió la palma, indicándole que permaneciera en silencio, y marcó el número para llamar a emergencias. Cuando la operadora la tomó y le pidió que dijera cuál era su emergencia, dijo: —Hola, sí. Me gustaría reportar que alguien entró a la casa de una amiga. Ella es Miko Abe, y vive en el 3-5-2, Kozue, en Chisa. Dijo que alguien dejó un perro muerto en su sala, y que destrozaron todos. Está muy nerviosa y asustada, necesita ayuda de inmediato. Erika llevó las manos a su boca para tapar un jadeo, y sus ojos se llenaron de lágrimas al tan solo imaginar la situación a la que su madre debía estar siendo sometida en este mismo instante. —Está bien. Necesito saber su nombre y dirección para el reporte —habló la operadora al otro lado de la línea. —Soy Mishel Suoh, 1-15, calle dos, Koenji, Suginami, Tokyo. Ahora mismo partiré para allá, así que debo dejarla. —Está bien. Muchas gracias por su reporte, señor Suoh. Ya reporté a la policía, ellos llegarán a la brevedad posible. Él colgó, y encontró a una castaña que lo veía con ojos llorosos y demandantes. —¡¿Qué pasó?! —exigió saber. —Al parecer, alguien se metió en casa de tu madre y dejó un cachorro muerto… no sé mucho más que lo que ella me dijo, pero se encuentra muy asustada, así que, por precaución, iré con ella, ¿está bien? —Iré contigo —espetó ella. —No —dijo Mishel, tajante, y arrugó la cara—. No sé quién fue el responsable de esto, pero podría ser peligroso si aún ronda por ahí. Estamos hablando de Chisa, así que te quedarás aquí —sentenció. Erika tragó con dureza, pero no replicó, no podía aunque quisiera. —Damiano. —Mishel miró al rubio al lado de su hija—. Por favor, cuida de Erika en mi ausencia. El muchacho adoptó una expresión extrañamente seria para alguien como él, pero era porque ambos hombres sabían quién era el sospechoso principal de este hecho, y solo eso lo hacía un tema delicado. El rubio asintió con la cabeza. —Así lo haré, señor Mishel —respondió con gravidez. Mishel respiró hondo y enseguida fue escaleras arriba, para buscar una chaqueta y sus cosas; bajó en cuestión de un par de minutos y se dispuso a salir. —Por favor, avísame cuando llegues —pidió Erika—. ¿Está bien si llamo a mamá mientras vas por el camino? —Lo mejor es que no lo hagas… podría ser contraproducente para las dos, ¿entiendes? Si al llegar allá está más calmada, o cuando lo esté, le diré que te llame, pero no necesitas estresarte más de lo que ya lo estás. Mishel se marchó poco después, dejándola con el corazón en la mano y las lágrimas rodando por sus mejillas. Damiano, al verla en ese estado, uno que no era común para ella, la abrazó contra su pecho y la consoló, pues era lo único que podía hacer, considerando su poder y circunstancias actuales.

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