CAPÍTULO CINCO Adele miró su portátil con el ceño fruncido y se reclinó en el asiento de primera clase que le había proporcionado la Interpol. El avión temblaba atravesando el cielo, pero Adele había cerrado la persiana adyacente, permitiendo que el resplandor de la pantalla del ordenador iluminara su pequeño espacio en la cabina del avión. Se encontró retorciendo nerviosamente la correa de la bolsa del ordenador portátil que descansaba en el asiento vacío junto a ella, examinando nuevamente la información de la pantalla. Una vez que leía el expediente de un caso, rara vez olvidaba los detalles. Se acomodó, apoyada contra la pared blanca curva de plástico, sus ojos pasando rápidamente de párrafos a fotos. Dos víctimas hasta ahora. Tres días de diferencia. Un ritmo rápido, incluso para

